parrillada mixta
Los toros van al cielo
Los encierros de TVE desembocan en el apagón sectario de la Fiesta
Tipos de interés general
Información bacteriana
En las puertas del cielo está Pedro, al que se representa con las llaves que abren para los creyentes la morada de la vida eterna. Pese a las especulaciones –infalibles, dados sus contactos y su magisterio– de Benedicto XVI sobre la inmaterialidad del cielo ... de los cristianos, estamos en disposición de afirmar que las puertas de este espacio espiritual están exactamente en la plaza de toros de Pamplona, el coso de La Misericordia. Se pueden tocar, y es posible hacerse fotos de grupo con el móvil, e incluso llevarse a casa una astilla, de reliquia y recuerdo. Las puertas del cielo son las que conducen a los chiqueros de La Misericordia. Por allí desaparecen cada mañana los toros que de seis en seis cruzan a la carrera el centro de la capital navarra, hasta perderse en un limbo en el que la muerte no solo no es final, sino que no existe. Los toros van al cielo de los justos y del bienestar animal, dehesa de nubes y coros angelicales, pasto infinito de vacas aladas y sin sexo. Los toros no mueren en Televisión Española. Se van. «¿Como la abuela?», pregunta el niño. «Como la abuela, eso es», responde el padre.
En 1950 y a través 'Munificentissimus Deus', Pio XII proclamó el dogma de la Asunción de María, quien «terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial». Pues los toros de Pamplona, lo mismo. El dogma de los morlacos inmortales no lo declara un obispo de Roma «después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente», sino nuestra emisora pública, cuyo laicismo –dogmático de otra cuerda, en la que se ahorca la coherencia, colgada del árbol de la nueva ciencia– es del todo compatible con la revelación de un misterio del tamaño de un miura.
Asistimos estos días, a través de la retransmisión de los encierros de San Fermín, a la liturgia animalista, puro circo, que oficia nuestra emisora de progreso y apagón, cuyo rechazo sectario a la Fiesta –suerte suprema, muerte del toro– contrasta con el despliegue televisivo que dispensa a lo que es su prólogo, carrera hacia al cielo de unos toros cuya vida eterna empieza al otro lado de la puerta de chiqueros. El dogma de la Ascensión es bastante menos complicado, casi como una homilía de Francisco.