EN OBSERVACIÓN
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La facultad de hablar catalán en la intimidad se suele adquirir de sopetón, quizá por el apremio de una conversación sobrevenida con una minoría parlamentaria. Sin la mediación del Espíritu Santo, ciencia infusa, el mejor método para soltarse la lengua por lo vernáculo –en este ... caso el catalán– quizá sea la de educar el oído con la versión en audiolibro de 'Contes des de la presó', colección de cuentos que Oriol Junqueras escribió a sus hijos mientras esperaba el indulto y el reencuentro, una 'Balada de la cárcel de Reading', o de Lledoners, cuya ternura fonética no solo facilita la escucha, sino que rebaja la acritud con que en Castilla se percibe un idioma que desde el comienzo del 'procés' remite a berrinche identitario y mala follada, nada que ver con la armonía de aquellas «paraules d'amor, senzilles i tendres» con que la España del 78 intimaba en la intimidad, valga la redundancia. Hablamos de oídas, como corresponde al oficio, pero la escucha reiterada del audiolibro de la 'Balada de la cárcel de Estremera' nos habilita para traducir lo que Jaume Asens dijo el otro día en catalán durante la presentación del proyecto de amnistía de Sumar, una venda con la que taparse los ojos, como la gata de Moya para no ver a los ratones, o «curar las heridas –pontificó Asens– que se han producido en un bando y otro».
España no es ya un Estado de derecho, sino «un bando». Y si España es un bando, Felipe VI no es ya el Rey, sino el cabecilla de un simple bando, un fanático cuyo incendiario discurso del 3 de octubre de 2017 prendió la mecha de la venganza. «Así no, así no», que dijo Puigdemont, primero en catalán y luego en castellano. También Junqueras tradujo su 'Balada de la cárcel de Soto del Real' al español.
Según la cuadrilla del arte jurídico contratada por Sumar para tratar de normalizar la amnistía, el conflicto entre los dos bandos de Asens se agravó como consecuencia de «una contundente represión penal y por la falta de proporcionalidad». Y así llegamos a la segunda madre del cordero –que tenía dos, ovinas y lesbianas–, que no es otra que la 'proporcionalidad', clave de bóveda de todo proceso de reencuentro. Aplicada a las bellas artes, incluso a la música –Bela Batok–, la proporción áurea produce obras cuyo equilibrio geométrico nos embelesa; aplicada a las ciencias jurídica o política, bastante inexactas, la 'proporcionalidad' es poco menos que la medida que establece el ojo del buen cubero, que es el rey tuerto en el país de la Justicia ciega. Cuando desde la ONU hasta el Papa piden a Israel 'proporcionalidad' en su respuesta a Hamás, como ahora Asens al presunto bando represor que acaudilla Felipe VI, no hacen sino exigir a Tel Aviv que secuestre, mate, torture, viole y profane; sin pasarse, eso sí, como en 'El precio justo', o «con la puntita, con la puntita», que cantaba Peret, hombre de mucha fe, converso al separatismo.
De la proporcionalidad se ocupa nada menos que el Derecho Internacional Humanitario (sic), disciplina que se encarga de la resolución de cualquier conflicto entre bandos. Hablamos de oídas, como corresponde al oficio, pero si todo apunta a que de Estado hemos pasado ya a bando, estamos en manos de los relatores de la proporción, próximos al gremio de la literatura infantil, como Oriol.