La Tercera
Paradojas electorales
El próximo gobierno deberá atenerse a cumplir controles económicos de la UE, medidas impopulares que generarán malestar
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Eduardo Serra Rexach
Acaban de celebrarse unas elecciones generales y lo menos que puede decirse de ellas es que sus resultados encierran múltiples paradojas. Veamos. Parece evidente que dos características tradicionales de nuestro sistema democrático que muchos echábamos en falta como son la moderación y el bipartidismo (aunque ... imperfecto) han resultado claramente ganadores. Por lo que respecta a la moderación, los partidos que la representan (PP y PSOE) han obtenido 258 escaños (209 en 2019), sumando 15,7 millones de votos (11,8 en 2019), es decir un 65 por ciento del electorado (frente a un 40 en 2019). Por su parte, los partidos extremistas (Vox y Sumar) han pasado de 87 escaños a 64, habiendo perdido 700.000 votos. España continúa siendo un país claramente moderado. Sin embargo, los partidos políticos más extremistas son los que más satisfacción manifiestan. Por su parte, el bipartidismo dota al sistema de una gran estabilidad (a pesar de las apariencias actuales) que en último término es la condición 'sine qua non' para el bienestar y el progreso de una sociedad.
Por otra parte, el mayor riesgo que a juicio de muchos afronta nuestra democracia, el separatismo (sobre todo el catalán), ha sido estrepitosamente derrotado en las urnas (aunque no debamos cantar victoria todavía). En efecto, en 2019 la suma de ERC, Junts, PNV y Bildu obtuvo 32 escaños, con 2,05 millones de votos, mientras que en 2023 han sido 25 escaños con 1,4 millones de votos. Es decir, el independentismo ha perdido en cuatro años más de 600.000 votos, casi el 30 por ciento de su electorado. Sin embargo, también aquí parece que el independentismo ha salido claramente ganador si escuchamos a sus dirigentes. Es cierto que el empate cerrado entre los dos grandes bloques puede darles la llave de la gobernabilidad, pero creo que hay que distinguir la coyuntura de la estructura (la tendencia electoral) y felicitarnos con este resultado. Frente a todo lo dicho, los que tienen en sus manos la llave de la gobernación de España son los extremistas y los independentistas, lo que explicaría su nivel de satisfacción. En resumen, el electorado ha mostrado claramente su preferencia por la moderación, pero los que tienen el mango de la sartén son los extremistas.
Por lo que respecta al futuro, la primera disyuntiva es si se podrán alcanzar pactos que permitan un nuevo gobierno o habrá que ir a la repetición de elecciones. Para el PP y descartado –como parece– el PNV, cuya incompatibilidad con Vox es evidente, el apoyo de partidos testimoniales no sería suficiente para alcanzar la mayoría imprescindible para formar gobierno. Para el PSOE el panorama no es el mismo: además de continuar la coalición con Sumar, necesitaría el apoyo de los grupos independentistas que, previsiblemente, aumentarán sus exigencias, lo que haría más difícil el acuerdo, aunque a estos tampoco les debería interesar la repetición electoral a la vista de lo sucedido. Por todo ello, el resultado más probable es un nuevo gobierno de coalición del PSOE con Sumar, con el apoyo de independentistas (incluido el partido del prófugo Puigdemont) y partidos testimoniales; es decir, más de lo mismo. Aquí está la tercera paradoja: el PP ha ganado las elecciones, pero es más fácil que el gobierno lo forme el PSOE, que las ha perdido. En un ambiente menos enrarecido y crispado la solución final debería ser un gobierno de coalición PP-PSOE, es decir, la famosa 'grosse koalition' alemana, pero en las circunstancias actuales desdichadamente se antoja imposible. En efecto, un gobierno así permitiría varios avances:
Abordar reformas imprescindibles tantas veces postpuestas (la ley electoral, la definitiva articulación territorial, una ley de educación consensuada y, por tanto, duradera, etcétera) con un menor ruido tanto mediático como callejero; tener una presencia más fuerte y una voz más importante en las relaciones internacionales, especialmente con nuestros socios de la UE y con Iberoamérica; dejar a un lado las medidas demagógicas y afrontar con rigor y seriedad las innovaciones de todo tipo que la formidable revolución tecnológica en la que vivimos nos exige, para no quedarnos atrás en un mundo globalizado y cada vez más competitivo, y, por último, tranquilizar y relajar el ambiente ciudadano después de tanto sobresalto y de tanta preocupación.
De otra manera, continuarán las ya habituales preocupaciones. La más importante es la de preservar la independencia del poder judicial, pilar indispensable del Estado de derecho y, por tanto, de la democracia, aunque muchos piensan equivocadamente que la democracia está asegurada por el mero hecho de celebrar elecciones. La independencia del poder judicial se erige así como el mejor valladar para contener la tendencia, por desgracia creciente (como nos enseñan muchos países iberoamericanos), al autocratismo, al poder de una sola persona o, por decirlo más claro, a la dictadura. Es verdad que por lo que respecta a este poder judicial, las culpas están repartidas entre nuestros partidos mayoritarios; repartidas, aunque en distinto grado. Esta es la más importante preocupación, pero no es la única. Hemos sufrido una terrible pandemia y seguimos padeciendo la guerra de Ucrania, pero también es verdad que estamos recibiendo muy cuantiosas ayudas económicas de la Unión Europea, quien además ha aflojado los controles económicos a los que nos tenía acostumbrados, pero ya ha anunciado que tan pronto como el año próximo volverá el rigor para dichos controles.
En estas circunstancias, el próximo gobierno, sea el que sea, deberá atenerse a cumplir dichos controles lo que a buen seguro implicará medidas de diverso signo, pero con un común denominador: serán impopulares y generarán malestar en la calle. Además, la mayor fuerza del PP, con mayoría absoluta en el Senado, mayor número de escaños de derechas en el Congreso que de izquierdas (a diferencia de la legislatura actual) y el control de la mayoría de los gobiernos autonómicos, hará más difícil al Gobierno tener la libertad de la que ha gozado hasta ahora.
En tercer lugar, con un gobierno de gran coalición evitaríamos el continuo tejer y destejer que hemos sufrido en diversas ocasiones, singularmente con las leyes de educación: cada nuevo gobierno aprueba 'su' ley de educación, generalmente de duración efímera, lo que conlleva un perjuicio duradero, grave e incorregible para nuestros estudiantes. Este hacer con la educación, lo que Penélope hacía con su túnica, es un error que estamos empezando a pagar, pero será difícil que los jóvenes de hoy nos lo perdonen cuando se enteren (algo parecido sucederá con los pensionistas y los cotizantes).
Si ninguna de estas alternativas resulta posible, habría que ir a la repetición de elecciones con todos los inconvenientes que ello supone y sin ninguna ventaja segura pues podría repetirse la situación actual. En conclusión, unas elecciones en las que claramente ha ganado la moderación, pero cuya salida está en manos de independentistas y radicales. Cabría pedir a nuestros dirigentes políticos que en aras al interés nacional (y electoral) aparcaran sus diferencias e hicieran todo lo posible por adecuar el resultado a las preferencias manifestadas por el electorado.
es presidente de la Fundación España Constitucional
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