siempre amanece
Trece años
Uno sabía por lógica que aquel bebé que nació en Madrid algún día sería una adolescente de 13 años, y esa es la sucesión de la vida
Decir genocidio
Un condón a los catorce
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Iniciar sesiónDe que los niños se hacen mayores, que es de lo que trata la vida, se da uno cuenta a saltos y trompicones. El paso del tiempo se hace presente, en un recuerdo de aquella foto en el cochecito, en el columpio, en la cuna ... del hospital o el vídeo jugando con las olas en la orilla de la Concha. Hace años que no miro la galería de fotos del teléfono porque sé que está el tiempo ahí esperándome, el hijoputa. Los años no discurren; asaltan en revelaciones súbitas de algo más grande, revelaciones que suceden intercaladas con tiempos de inconsciencia y un presente eterno que de pronto, se desarma. Uno sabía por lógica que aquel bebé calvo como una bola de billar y los ojos azul Cantábrico que nació un 5 de octubre en Madrid con calor y viento del sur algún día sería una adolescente de 13 años, y esa es la sucesión lógica de la vida, hasta que la vida te presenta a esa señora de 13 años y tomas consciencia de que la tienes delante.
O sentada al lado en el sillón del copiloto de la furgoneta cantando con sus amigas al alto la lleva canciones de artistas que no sabías ni que existían, y ahí te das cuenta de que el tiempo te ha alcanzado de lleno, y te habla en un continuo desordenado de día de pañales y noches en vela, de aquella madrugada en urgencias, de broncas que lamentas, jeringuillas de antiinflamatorio, lagrimones, rodillas desolladas, consuelo, miradas en silencio, cuentos para dormir, oraciones, viajes, lloreras, abrazos, peluches y no sé cuántos mil te quieros.
«Papi, ¿estás bien, te pasa algo?», me pregunta de pronto entre canción y canción y me fijamente mientras posa su mano de dedos tan largos sobre mi hombro. Hubiera parado el coche de un frenazo en mitad de José Abascal, me hubiera girado hacia ella y le habría dicho que de alguna manera empecé a vivir cuando empezó a vivir ella, que no he pasado más miedo en mi vida que aquel día en que nació, que por nadie he rezado más que por ella, que todos los días le pido a Dios que sus cruces las pose sobre mi hombro, que no he conocido a nadie tan bello, tan verdadero y tan bueno como ella y sus hermanos, que soy hombre gracias a ella, que a veces me gustaría ser su peluche, o su sombra, el aire que mueve su pelo y que, solo a veces, el mundo tiene sentido desde que ella está en él. Que a partir de ese momento me quedaré en un segundo plano, sin hablar mucho, sin contar demasiados chistes, sin bailar para no avergonzarla, siendo eso, un eco de de su risa, de su llanto, su dicha y sus silencios. Que los días en que se sienta sola, sienta dolor o euforia, sentiré soledad, dolor y euforia y que estaré allí para siempre, pase lo que pase, haga lo que haga. Pero no lo digo y solo la miro, sin detener el coche, y le respondo sonriendo: «Claro que estoy bien, Macarena».
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