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Después 'Naide'

Oda al almacén de bricolaje

Recompongo las cosas de casa porque me inspira remotamente una noción de realidad descabellada en la que el mundo tiene arreglo

Regreso al Pimpi Florida

Un condón a los catorce

Chapu Apaolaza

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Después de la puerta del garaje, arreglé la de casa: lijar, rellenar con masilla de fibra de vidrio los agujeros que había hecho el óxido –esa metáfora del paso de los días–, y dos o tres manos de pintura verde carruaje. Al terminar, me ... miré al espejo: herido, despeinado, sudado y sucio y parecía que me hubieran atropellado y me hubieran sacado de los bajos de un camión. Recompongo las cosas de casa porque si no tendría que trabajar para pagar a otro, pero sobre todo porque me inspira remotamente una noción de realidad descabellada en la que el mundo tiene arreglo. De que la casa no se cae, de que los niños y la abuela no se hacen mayores, de que podemos corregir nuestros errores, de que no nos acercamos tangencialmente a la nada. Al paso de las horas, que es nuestro mayor enemigo y que todo lo borra, se diría que puede uno burlarlo, como en la plaza se torea simbólicamente la desdicha, en las chapuzas del hogar. Dicen que los hombres estamos siempre haciendo ñapas y regando las plantas porque estamos ante el intento fútil de mantener en orden y a salvo nuestra existencia. La tienda de bricolaje, con sus paneles sándwich y sus amoladoras de banco, con sus dependientas que se llaman todas Susana y saben dónde están los interruptores dobles, las bombillas inteligentes y los fusibles, son un sustituto de la pistola en la sien. Puede parecer arriesgado, pero en las regiones en las que no se abre el domingo las tiendas en las que te venden una sierra ingletadora, la gente se suicida más. En Madrid te puedes hacer con una bolsita de tuercas o un nivel láser a un precio bastante asequible un festivo a las ocho de la tarde, y eso evita muchos saltos al vacío.

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