después, 'naide'
Cómo dejar de fumar con Pedro Sánchez
Uno tiene que darse cuenta de que el que le ordena fumar es otro. Hay que desechar ese motor del tabaco que es pensar que uno fumando es libre en contra de la opinión del médico, del Gobierno y de otra gente
Elegía por una manta
Oda al almacén de bricolaje
Fumar, un hábito cada vez más prohibitivo para el bolsillo
Subiendo el precio del tabaco y bajando el del cerdo, nos terminaremos liando los cigarros con virutas de Guijuelo. El jamón siempre ha tenido algo de prohibitivo. A los bocadillitos de ibérico de la barra del Gambara que la modernidad ha dado en llamar 'pulguitas', ... mi padre las llamaba 'papelinas' como a las del jaco: por el efecto adictivo y por lo que costaban. Horneaba el pan Joxepo en su horno milagroso y el jamón, que se ponía más caliente que Paco Salazar en el desfile de Victoria's Secret, transparentaba su grasilla como de satén y daba gloria con solo verlo.
Subiendo el precio del tabaco y bajando el del cerdo, nos terminaremos liando los cigarros con virutas de Guijuelo
Pero yo venía a hablar del tabaco porque los chavales ya no fuman, señal de que no son tan tontos. Ahora vapean, que es una estupidez con trampantojo, como cuando el otro día pedí Pad Thai en un vegano de Tel Aviv y me pusieron una ensalada de col y calabacines con forma de fideo que no se la da uno ni a las bestias. Lo de dejar de fumar es la única cosa que yo hice hace tiempo, además de abrirme tuiter. Sucedió que en la boda de Melchor Saiz-Pardo me bebí el manso y me fumé lo que no existe, y al día siguiente tenía el cuerpo tan de escombro y tanto frío interior que decidí dejar de fumar con el método infalible que les cuento a continuación.
Para dejar el fumeque, uno tiene que darse cuenta de que el que le ordena fumar es otro. Hay que desechar ese motor del tabaco que es pensar que uno fumando es libre en contra de la opinión del médico, del Gobierno y de otra gente. Entonces, uno puede fácilmente darse cuenta de que esto no es así pues la decisión de encenderse un cigarro la toma una versión tan recóndita de uno mismo, una parte de uno tan autónoma que a efectos prácticos nos obliga a fumar otra persona. Como para tantas cosas que nos hacen mal, no somos libres plenamente a la manera tomista, sino que tomamos decisiones de manera autónoma en favor de nuestra inclinación. Lejos de aparecerse emancipado de sus vulgares obligaciones como aquel vaquero que se encendía un Marlboro subido en un caballo, o como Antoñete en el patio de caballos de Las Ventas, uno es un triste preso de la nicotina, patético en el atasco, en la puerta del curro o, peor, en la del hospital. Basta transponer la orden del cigarro a otro para sentirse el tipo más idiota de la Tierra.
Entonces, se está preparado plenamente para imaginar quién es esa otra persona, y elige para este papel al político que más le reviente la madre. Se puede imaginar si viniera esa persona del Gobierno, y le dijera que le iba a subir el precio del tabaco, los impuestos, que le iba a prohibir encenderse un pitillo en una terraza, que lo iba a terminar matando de un cáncer y que no importa si hace frío o calor, si huele mal, si tiene resaca o catarro, que, si no se mete entre pecho y espalda quince o veinte de estos al día, lo mete en la cárcel. Uno elegiría la cárcel, como es natural. Solo hay que dar con una persona abyecta, un miserable al que llevarle la contraria con gusto. Así es como se puede dejar de fumar con Pedro Sánchez.