Por lo que sea
El calor no es el verano
España no vive una ola de calor: vive una conversación interminable sobre el calor en la que todos nos miramos a la cara como iguales
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Una teoría del progreso humano
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Iniciar sesiónLa gente tiende a confundir el calor con el verano, que es como confundir el agua con el mar o la noche con el sueño. Es por eso que hay quien odia el verano con la fuerza con la que se odia el sudor, aunque ... a estas alturas yo podría defender incluso la canícula pegajosa de los días largos, cuando el cuerpo pesa y transpira y la vida se aplatana y hay que levantarla con el pulso del espíritu, que es el pulso que los felices le están echando a los tristes. Es el pulso que ganó aquel viejo croata que no hace tanto se bañaba con muletas en las playas de Korcula, tan estoico en su hedonismo, con la piel curtida como un héroe antiguo o un pescador retirado y los meniscos gastados pero orgullosos, y marcados por la salitre. Es por hombres como aquel que la vida tiene sentido todavía. Hay que seguir remando en dirección a la infancia.
El calor no es el verano: es otra cosa. El calor, creo, viene a ser un verano desgraciado, un verano de ciudad, de asfalto, de piedra, un verano incómodo que esconde la certeza más desoladora de todas: la de que la vida está sucediendo en otra parte, donde no estás tú, donde tal vez podrías estar si no tuvieras que trabajar (también la gente confunde el trabajo con la labor, y creen que madrugar dignifica, y se mueren igual). Este calor tempranero de Madrid, que empieza con el primer sol de la mañana y convierte a los 'runners' en mártires, si es que no lo eran ya, nos recuerda no tanto la fugacidad de la vida como de la ligereza. De repente, un día, todo cuesta una barbaridad, y hay que pagar las cosas con la voluntad. El calor, sí, es una escuela. Y es gratis. Y los gimnasios no.
Contra el calor, digo, no se puede hacer mucho: o te doblega o te vuelve loco. Dijo Mersault: «Maté en una playa de Orán a un hombre al que no conocía porque hacía calor». ¿No conocen la sensación, el desquicie? Ocurre lo mismo que con el viento fuerte: te quita las ganas de ser humano, más que una guerra o un hospital, y arrastrado por su fuerza puedes acabar matando o muriendo o escribiendo contra las bermudas. Hay, sin embargo, una alternativa a todo esto, y es muy nuestra. Consiste en convertir el calor en tema de conversación, en queja constante, casi irónica, y en llenar con esas palabras vacías el vacío de estar lejos del mar. España no vive una ola de calor: vive una conversación interminable sobre el calor en la que todos nos miramos a la cara como iguales y reconocemos en el rostro del otro nuestra propia miseria, y compartiéndola la hacemos más pequeña, y ya de pronto, sin darnos cuenta, llega el atardecer y la noche de verano, que es un verano en miniatura, y Madrid se parece sin quererlo a esos lugares en los que la vida va despacio y se sirve por rondas, y el encanto dura poco, pero dura lo suficiente para volver a empezar. Y esa repetición... esa repetición sí es el verano.
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