Por lo que sea
El nuevo punk está en la política
«Hoy es más salvaje un exministro que una estrella del rock. Hoy le permitimos a la política la contradicción que se le ha hurtado al arte»
Aburridos, pero tan sanos

Lo más interesante de la segunda rueda prensa de Sánchez no fue su paso al ataque, sino su insistencia en el 'contouring'. Apareció con los pómulos otra vez esculpidos, como si en esa delgadez del rostro tuviéramos que leer el sufrimiento de un hombre profundamente ... engañado por sus amigos, una víctima que ahora tiene el deber moral y monumental de recomponerse y volver a salvar al país del fascismo. No era una comparecencia, sino la segunda parte de una película que empezó con el presidente pidiendo perdón y acabó con un giro de guion a la altura de Shyamalan: me han engañado por culpa de los ataques de las asociaciones ultraderechistas, que me han hecho pensar que todo es un bulo. Daban ganas de aplaudir o de llorar, como en los grandes dramas.
Hace mucho que los gabinetes de comunicación han convertido la actualidad política en una ficción que han venido a llamar relato, y según han ido disputándose el cuento sus estrategias han ido asemejándose cada vez más a las de un artista o un prestidigitador: ahí están las cartas del presidente a la ciudadanía (¿quién manda cartas ya hoy más que los bohemios, los amantes desesperados y Pedro Sánchez?) o los retiros creativos en Quintos de Mora, de donde viene siempre con un repertorio renovado, como los Rolling Stones de Villa Nellcôte.
En 2019, Carlos Granés publicó 'Salvajes de una nueva época', un libro en el que describía una asombrosa paradoja: en los últimos años, decía, la cultura se estaba domesticando, mientras que la política se estaba volviendo más salvaje. Era el tiempo de Boris Johnson y del primer Trump, dos herederos directos del 'show business', y aún nos faltaba por ver todo lo que vino después de la pandemia, pero entonces ya era evidente los políticos eran antes creadores de contenido que gestores.
La idea no ha hecho más que reforzarse y dispararse en direcciones inesperadas, al menos en España. Aquí tenemos a las estrellas del rock escribiendo canciones sobre salud mental, y mientras tanto al exministro de Fomento, del Partido Socialista Obrero Español, yéndose de putas con su socio, que no hace tanto era portero del Rosalex. ¿No es Ábalos lo más punk que le ha pasado a España? ¿No se ha dado la vuelta el mundo? Pedro Sánchez comparece como una folclórica (si una peseta diera cada español frenaríamos juntos al fascismo…), y a la aspirante a folclórica, o sea, Melody, le exigen que haga política en Eurovisión y se posicione sobre Gaza en 'prime time'. Lo peor de esto es que a la política se le está permitiendo la contradicción que se le ha hurtado al arte. Ya han conseguido que la gente consuma cine como si fuera política (antigua), y política (nueva) como si fuera cine.
Al principio de 'El ruido de una época', brillante ensayo de Ariana Harwicz, la autora cita a un dibujante francés al que no identifica: «Lo que es bueno para la caricatura no lo es necesariamente para la democracia». Quién iba a pensar que sí lo era para el poder.
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