SIN PUNTO Y PELOTA
La manada discreta
No ha habido manifestaciones feministas pidiendo justicia para la niña de 11 años violada por seis menores en Badalona
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Hemos dejado de saber más detalles sobre la noticia, de hace un par de semanas, de la violación en grupo a una niña de 11 años en Badalona, en los baños de un centro comercial. Una manada, como ya quedó fijado en el imaginario colectivo ... por la violación grupal en los sanfermimes. Los perpetradores de la salvajada de Badalona son seis menores y, como sus mayores en Pamplona, también grabaron su asquerosa gesta. El vídeo, por lo que ha trascendido, circuló durante varias semanas de móvil en móvil sin que nadie se acercara a la comisaría a decir, miren, oigan, que es una niña. Un niña de Ghana, sabemos ahora. Una niña con una hermana que sí declaró a una televisión local que la violaron navaja en mano. Una niña con un hermano mayor que, él sí, al ver el video se fue directo a la policía porque su hermana no había contado nada. Después hubo que poinerle escolta, ante las amenazas del entorno de los supuestos agresores. Españoles.
No ha habido manifestaciones feministas pidiendo justicia. Tampoco las televisiones apostaron allí sus unidades móviles para explicar los pormenores de cómo era aquel barrio, Sant Roc, de cómo fue posible el silencio durante semanas, con el vídeo circulando, de por qué ningún vecino, con lo que gusta a la peña salir en la tele, se atrevía a describir el ambiente. Nada que ver con La Manada de Pamplona, con tanto periodista describiendo la ruta de la víctima y sus agresores, además de los detalles vitales de cada uno de ellos. Aquello fue un circo hasta el punto de que Homo Velamine, un colectivo especializado en la sátira ultrarracional, organizó un falso Tour de la Manada por el que andan penando en los tribunales, que no saben de humor negro.
Han pasado dos semanas y no sabemos si la familia de la niña ha seguido las indicaciones de algún periodista televisivo de sucesos que les aconsejaba largarse de allí. Que lo iban a pasar mal.
Con unas televisiones aficionadas al morbo y en el país que se declara el más feminista de Europa, se me ocurren varias hipótesis sobre el apagón informativo. La primera es que hemos aprendido del desfase de Pamplona. Me cuesta. Es difícil desengancharse del amarillismo pero pudiera ser que haya habido un ataque colectivo y simultáneo de ética periodística. La segunda es que, al ser la víctima negra, y los perpetradores miembros de un sector social que se mueve por clanes –hay que hablar con eufemismos–, se haya optado por no estigmatizar a un colectivo. Se lo comenté a mi panda de adolescentes. Alguno me dijo que, si no se señalaba qué tipo de gente había hecho esa salvajada, la había compartido y no había denunciado, el riesgo era estigmatizar a los varones adolescentes en general. Llevarse las manos a la cabeza por el consumo de porno.
La tercera, conectada con la segunda, es que haya miedo. No pasa nada. Pero deberíamos admitirlo. Incluso que nos preguntemos qué tememos. Que reconozcamos nuestra hipocresía porque sabemos que, según quién viola y a quién, la respuesta mediática y política es distinta.