en clave de tron

La isla de El Hierro

No se puede entender el drama de la emigración si no se vive en las dos orillas. En África y en Canarias, más aún en la isla de El Meridiano

Pedro y José

África

Los alrededor de 11.000 habitantes de la isla de El Hierro entienden la pena del emigrante mejor que nadie. Ni una sola familia del territorio más al sur de España en el mundo ha dejado de añorar a uno de los suyos por emigrante: ... a Venezuela, al Sáhara, a Cuba... Por eso, Francis, presidente de Corazón Naranja, me contó que cuando un cayuco arriba al puerto de La Restinga, los herreños saben interpretar esas miradas como casi nadie. Y acogen, abrazan, pagan, lloran, curan, y rememoran las vidas de sus propias familias.

En la isla de El Hierro conocí al padre Gabriel (un cura de solo 27 años) que pide a gritos que abramos el corazón. Y a Darwin, sacerdote venezolano que veía en esos africanos lo mismo que vio en el puente Simón Bolívar con sus compatriotas huyendo pobres a Cúcuta.

La doctora Macu (orgullosa, valiente y curtida en mil batallas) me explicó en su sala de Urgencias en Valverde cómo muchos llegan abrasados, supurando, delirando y enloquecidos, deshidratados, con las lesiones a veces mortales del «pie de cayuco».

Omar, procedente de Gambia, lleva un año en la isla y me dijo a puntito de llorar que no aconsejaría a nadie que se subiera a un cayuco. «Porque es el infierno».

Teseira, su marido y sus hijos acogieron a Omar (él les llama sus «padres españoles») y llevan años recogiendo en su propia casa a menores africanos. Hasta que pueden acogerlos. Y no piensan parar de hacerlo. Y les duele cuando se marchan pero les compensa el tiempo que permanecen.

Guasimara me tradujo, caminando por el cementerio de El Pinar, la identificación de los nichos donde reposan las cenizas de los inmigrantes sin nombre: «138 A-215». El primer número (138) corresponde al cayuco según su orden de llegada o rescate en lo que va de año. La otra cifra (215) es el lugar que ocupó ese ser humano en el desalojo de su cayuco. Los muertos salen los últimos. Las mujeres y los niños primero.

Juan Miguel, el alcalde de El Pinar (adonde pertenece La Restinga), me prometió que está en marcha la construcción de ochenta nichos más en su cementerio municipal porque ya no caben más cadáveres. Y un operario de Puerto protegido con un mono de bioseguridad me susurró, amontonando desperdicios del cayuco del día anterior y antes de empezar su desguace, una escena terrorífica:

—A veces, mientras sacamos la basura y los restos del fondo del cayuco, tocas algo, tiras y sacas un cuerpo humano ya en estado de descomposición.

No se puede entender el drama de la emigración si no se vive y se huele en las dos orillas. En la costa atlántica de África y desde Canarias. Y, especialmente, en la isla volcánica de El Meridiano.

PD. Me dijo que se llamaba Diop y que venía de Senegal. Desde una de las 35 camas del hospital de El Hierro solo me repetía 'muyyyy' bajito, sin mirarme a los ojos: «Travail... Espagne», «Seulement travailler... Espagne».

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