la dorada tribu
Isabella Rossellini, la musa de sí misma
Fue lombriz, fue pavo real, fue mantis religiosa. El despido de Lancome fue, en el fondo, el fichaje eterno de Lancome
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Isabella Rossellini, la actriz que no compite por papeles
Anda por ahí Isabella Rossellini de musa de unas joyerías planetarias, pero Rossellini, como todas las grandes, no anuncia nada más allá o más acá de sí misma, porque su fama es mitológica. Todo anuncio promocional es, en rigor, un spot de sí misma. ... La expulsaron, por cierto, de Lancôme, con la excusa de que a los cuarenta años «ya no representaba la idea de juventud». Y aquel despido resultó una bendición, o casi. Podía haberse hundido, pero aprovechó la cosa para estudiar biología, levantar una granja en Long Island, y reinventar la que en rigor ya era. «Aprende a hacerte el que eres», escribió Píndaro, y esto sirve siempre para Rossellini. En esa granja de retiro nacieron sus proyectos más insólitos y deliciosos: 'Green Porno', 'Seduce Me', 'Mammas'. Estamos ante monólogos surrealistas en los que interpretaba a animales explicando su sexualidad y sus rituales, desde un humor bien vestido, y un rigor científico que sorprendió incluso a los especialistas.
Isabella fue lombriz, fue pavo real, fue mantis religiosa. El despido de Lancome fue, en el fondo, el fichaje eterno de Lancome, porque Rossellini cumple eterna en ese spot, bajo una quieta elegancia que ella llevaría al idioma completo de la vulnerabilidad en la película 'Terciopelo azul'. Allí, bajo la luz irreal de David Lynch, cantaba 'Blue Velvet' como si se suicidara varias veces dentro de la canción. Rossellini, acaso sin pretenderlo, fijó un modelo de presencia, la mujer que no actúa para ser vista, sino que actúa como si estuviera viendo algo que a los demás se nos escapa. Y así ha seguido durante décadas, entrando y saliendo del cine, la moda, la televisión y hasta la biología, bajo esa misma naturalidad con la que cambió de amor, o de peinado.
Prorroga y prestigia una rara cúpula de celebridades que lo son por linaje sonorísimo. La madre, Ingrid Bergman. El padre, Roberto Rossellini. Se casó joven con Martin Scorsese, ese volcán, en lo creativo y en lo otro, que la bautizó para el mundo del cine estadounidense, aunque su primera aparición de poderío llegó con 'Infierno de cobardes', dirigida por Clint Eastwood, donde ya Rossellini dejaba ver la atadura de firmeza y delicadeza que más tarde iba a ser su sello propio, su huella digital.
Su carrera, vista ya desde las alturas, compone una coreografía entre el cine de autor, la moda de alta costura, las rarezas científicas y algún que otro regreso imprevisible
Con Jonathan Wiedemann, guapo de oficio, tuvo a su hija Elettra. Luego vino David Lynch, que no solo la amó: la convirtió en un símbolo. Su carrera, vista ya desde las alturas, compone una coreografía entre el cine de autor, la moda de alta costura, las rarezas científicas y algún que otro regreso imprevisible, como su participación en 'Joy' de David O. Russell, o la serie 'Shut Eye', donde se avaló de mujer que aún sostiene filo para los papeles incómodos.
A diferencia de tantas actrices de su generación, Rossellini no compite por papeles. Resulta que los papeles van y la encuentran a ella. Naturalmente, ya hizo autobiografía, y ahí confesó sus dudas, sus heridas, sus amores, bajo tanta calma de demora como ausencia de justificación. Más de una vez ha insistido en su carácter tímido, y eso, la timidez, es un prestigio en quienes viven en la labor de trabajar las muchas muchedumbres que nos habitan. De su belleza no suele hablar, y para qué, si ahí está, asomada a fotos de hemeroteca que son y no son reales. No ha ido buscando la perfección sino la honestidad. La archifamosa, musa ya de sí misma, vive hoy en una granja, haciendo contabilidad de nubes.