EL BATALLÓN

Sánchez en 'Sálvame'

En pleno frenesí mediático, su aparición en el último programa sería como sincronizar ambos crepúsculos, la metáfora perfecta del condenado pidiendo clemencia

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Ahora que anda de gira por las televisiones y las radios y que hasta se ha reinventado a sí mismo como indiscutible 'rey del plasma' al entrevistar en circuito cerrado a sus ministros, quizá esta tarde aparezca Sánchez en el último 'Sálvame' de la historia ... , como uno de los deudos que acudan al réquiem del formato que más se ha aproximado a la telebasura, pues no hablamos de un magazine rosa convencional sino de un género en sí mismo que creó su propia fauna mediática, ajena a los protagonistas tradicionales de la prensa del corazón en un avispado intento de Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me como, convirtiendo a sus 'colaboradores' en carne de cañón, perfectamente despellejables en su vida privada que se avenían a su propia ridiculización ante las cámaras. Entre tanta arlequinada y hallazgo de nuevos 'talentos' televisivos, no renunciaba el programa a salpimentar la 'actualidad' con una lluvia fina de adoctrinamiento (progre, naturalmente) de la audiencia, tan profusa a veces que aquello se convertía en un chaparrón sectario a la hora de la merienda. Emerge imbatible en esa barbechera de vergüenza la gran sentencia: «Este programa es de rojos y maricones, y a quien no le guste que cambie de canal. Esta es la identidad del programa, espero que haya quedado claro ya». Clarísimo quedó.

Hoy debería ser Sánchez la estrella invitada en el sepelio de 'Sálvame' porque allí precisamente comenzó su carrera mediática, en aquella llamada al teléfono de aludidos, «papa llama», que hizo en 2014 para apaciguar al presentador que había dicho en pantalla que no volvería a votar al PSOE, como si a alguien le importara lo que hiciera el personaje un domingo de votación. Le convenció, y tanto que el presentador ha ido apareciendo como apoyo en los mítines del PSOE, inhumando finalmente las posibilidades de victoria de cada candidato socialista, que ya lleva un puñado de líderes socialistas locales enterrados en la derrota. Casi diez años después de aquella llamada a 'Sálvame' se sincronizan ambos crepúsculos, el del programa y el del presidente y todo –signo vital, nombres, estado de ánimo y circunstancia– parece guionizado de tal forma que constituiría una fantasía que Sánchez volviese a llamar al plató gritando «¡sálvame!» en pleno hundimiento de ambos.

Sánchez en la radio, Sánchez en los periódicos, Sánchez en la tele, Sánchez en el plasma entrevistando a sus ministros en Ferraz, con 'Chiqui' Montero y Teresa Ribera rompiéndose las manos en primera fila sin rastro del más leve sonrojo... Sánchez por tanto hasta la aburrición, hasta el empacho, hasta en la sopa con el riesgo cierto de que a la gente le pase como a Mafalda, que lo aborrezca, intentando tocar la fibra de lo personal en un estéril esfuerzo de humanización de alguien que ha preferido durante cinco años la jactancia, con un punto incluso de soberbia, dominado finalmente por un ego sin medida y embadurnada toda su trayectoria presidencial de una untura pegajosa de mentiras de dimensiones catedralicias. Sánchez en 'Sálvame' sería la metáfora perfecta del condenado pidiendo clemencia.

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