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LA ALBERCA

A ver dónde echáis el votito

La defensa de su mujer y su hermano es humanamente comprensible, pero ¿por qué ese apoyo al fiscal general?

Policía a la fuga

Funcionarios y ancianos

Alberto García Reyes

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ARCADIO vendió su alma por un préstamo que nunca pagó, se quejaba el coronel Aureliano Buendía en ‘Cien años de soledad’. La dialéctica promisoria del sanchismo está basada en el alma de Arcadio. Es ficción literaria. Relato. Decencia hipotecada. Eso que profetizó Orwell: «Dos más ... dos igual a cinco, si el Partido lo dice». La descarnada realidad del presidente es veneno para el alma: la mujer imputada, el hermano a un paso del banquillo, el número dos investigado por mangancias y putiferios, el número tres en la cárcel, el socio fugado, el fiscal general juzgado... Pero su narrativa nos habla de un Gobierno «limpio» (¿?), de un «país que funciona» y del «lado bueno de la historia», que es el paroxismo de Narciso, la agonía. Es muy antiguo eso de que todo el que dice «yo soy» es porque no tiene quien le diga «tú eres». El fantasma de la mediocridad se llama ego. Sánchez es en estos momentos un personaje de novela, un Fausto que pacta con Mefistófeles la venta de su corazón. No es un adalid de la corrupción material. Es peor. Encarna la corrupción espiritual, la célula madre de la mentira, el ejercicio permanente de la inmoralidad y el cinismo. Y en realidad su historieta es la de una víctima de su propia vanidad. La de un Dorian Gray que quiere ser eterno en su obra de arte y que ha terminado pareciéndose a la criatura de Wilde sólo en su peor defecto: se ha librado de todas las tentaciones cediendo a ellas.

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