La Alberca
El presidente piscinero
Sánchez es un genial manipulador, se apresura a salvar el mundo justo el día que hay que hablar de su mujer
Más puño que rosa
El camino azul del Rocío
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Iniciar sesiónEl amor a Begoña es la antítesis del beso que Jeffrey (ojos azules) Hunter le dio a Constance Tower en 'El sargento negro', de John Ford. A pesar de que su conexión desborda la pantalla, la joven Mary Beechers le reprocha con rabia al teniente ... Cantrell su desmesurada rectitud en la detencion del benévolo sargento Rutledge por una falsa acusación de violación y asesinato: «Es usted un hombre sin sentimientos, no piensa más que en las ordenanzas». El beso final resuelve la moraleja de Ford, que es el epítome del verdadero amor: quienes piensan en las ordenanzas son las personas que tienen los sentimientos más nobles. Porque anteponen el bien común a sus propios instintos. Pero el amor a Begoña representa todo lo contrario. Sánchez no piensa en las ordenanzas, sólo hace estudios demoscópicos y alquimia propagandística para obtener un premio personal que está por encima de las instituciones, de las normas y hasta de la familia: el poder. De eso va exactamente la colisión con Milei, el muro «a las derechas», la agitación del espantapájaros fascista, el reconocimiento a Palestina o el escaqueo victimista de las explicaciones sobre las cartas de su esposa. El que calla otorga. Sánchez es un genio del eufemismo –declaraciones de interés llama a lo que firmaba ella– y con la misma naturalidad con que vacía la Embajada argentina pero no la rusa o se retira cinco días a meditar por arrobo, se parapeta detrás de los insultos de Milei para legitimarse como prohombre. La pulsión imperialista del sanchismo ha recuperado el lema de Carlos III: «Mis vasallos son como los niños, que lloran cuando se les lava». Sánchez cree que lloramos porque no entendemos el bien que nos hace incluso al dar órdenes a 'Mascarillas Armengol' desde la bancada azul para que silencie a la oposición.
Milei es lenguaraz o, como diría el gran Manuel Ruiz de Lopera, genio del cobro a dita, 'lenguarón', que suena más abovedado. Pero Sánchez le necesita. Su relación con Vox es simbiótica. Ambas partes se benefician de la reyerta. Por eso el 'mileirismo' es para él un comodín, si se me permite el palabro como sinónimo de anticristo, que le ayuda a distraernos de su proyecto mileurista. El presidente es de los que al dar estopa dice que ha tocado balón y al recibirla se hace el muerto. Es un político piscinero. Su pegada siempre es inocente. La del resto siempre es culpable. Sus pactos son progreso. Los demás pactos son fascismo. Los insultos de su fábrica son la verdad. Los que recibe él, un ataque a España. Es un ganador nato. Gana incluso cuando pierde las elecciones. Porque no piensa en las ordenanzas. Ni en los españoles. Sólo en las siguientes urnas. Y gracias a la carta de amor que le ha permitido soslayar las cartas de recomendación e invadir todo el espacio político a su izquierda, y al regalo de Milei, que le ayuda a excitar a su clientela, ya tiene hechas la europeas. Sólo nos faltaría el beso final, como el de Hunter a Tower, para demostrar que no sólo se puede ganar a través del progreso, que depende de las ordenanzas, sino del despotismo, que también es un sentimiento.
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