Tribuna abierta
El Francomodín
La familia española va cambiando: ya no sólo es que haya hijos (o nietos) de la Transición, sino que muchos somos vástagos de una democracia consolidada
Adrián J. Sáez
¿Quieren saber cómo ganar todo debate?, ¿qué hacer para distraer la atención de cualquier situación incómoda?, ¿cómo salirse por peteneras con aire triunfante con más estilo que con la mejor bomba de humo? Fácil, hay una técnica infalible: el Francomodín, que consiste en sacar ... a relucir el nombre de Franco y el período de la dictadura con alcances, funciones y sentidos cambiantes. Es mano de santo, oigan: argumento de autoridad y estrategia retórica a la vez, con la ventaja de que vence siempre y vale para un roto y un descosido. Es multiusos y polivalente, pues funciona en cualquier reunión: en una charla de amigos permite quedar como el mejor orate (o botarate), en la típica cena de Navidad corona al más avispado de cuñados y –lo que es peor– en las discusiones políticas del Congreso u otras sedes recibe aplausos a manta porque sí. Mucho mejor que el 'joker', es el as de la baraja, el 31 del mus o la jugada que prefieran, con el plus de que da igual la mano que se tenga: basta sacarse el Francomodín de la manga y la victoria está asegurada.
Puede parecer una broma, pero basta echar un vistazo –si no hay más remedio– a una sesión al azar del Congreso de los Diputados (o como se llame ahora) o abrir el periódico una mañana cualquiera: según parece, el Gobierno quiere mantener el control de la agenda y la tensión política para alejar la atención mediática y pública de los escándalos que rodean a Sánchez y compañía ('aka' Los Intocables). Y, luego de erigirse en paladín de la causa palestina, que justamente porque es legítima de toda legitimidad no tiene que ser usada por intereses partidistas, toca volver al Francomodín. En parte porque el calendario lo ha puesto en bandeja de plata, con la celebración de los cincuenta años de la muerte de Francisco Franco y la feliz llegada de la democracia. Bien está, porque me permite escribir este textito sobre un tema que me reconcome desde hace tiempo.
Que los dioses me libren de elogiar lo que no lo merece y defender lo indefendible, pero todo tiene un límite y no, señores, no basta con invocar un nombre –por maldito que sea– para salir victorioso como el más guapo de la clase. Claro que quedan heridas por cerrar, y puedo entender que el Francomodín sea carta preferente –para seguir con la metáfora– de quien vivió en primera persona la Guerra Civil y la dictadura, o de sus descendientes directos, pero la familia española va cambiando: ya no sólo es que haya hijos (o nietos) de la Transición, sino que muchos somos vástagos de una democracia consolidada y los primeros recuerdos de la escena política están más cerca de Suárez y González que de otra cosa. Por eso, al menos un servidor prefiere no jugar a la ligera con el pasado y concentrarse en el presente y en el futuro, pues Quevedo ya advierte que el tiempo corre que se las pela: «Ayer se fue, mañana no ha llegado, / hoy se está yendo sin parar un punto: / soy un fue y un será y un es cansado».
En todo caso, el Francomodín y todo lo que lleva consigo revela un problema histórico e identitario. Es una pena, pues –parafraseando al otro– en realidad cada conversación tiene sus costumbres y su mecánica: el Francomodín no puede ser siempre la única carta vencedora, porque en verdad no gana nada y sólo aplaza las cosas. Y así no se va a ninguna parte.
es Profesor titular de la Universidad Ca' Foscari de Venecia
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