pincho de tortilla y caña

Cayetana

La rebeldía, cuando ya no queda sitio para la esperanza, se convierte en obstinación estéril

EL problema de Cayetana es que no sabe sonreír. Es la viva encarnación de la derecha adusta. Aunque no sea su estado natural, siempre parece que esté enfadada. Por eso es un error ponerla en el escaparate de una empresa cuyo objeto social sea la ... conquista del poder. Para alcanzar ese fin es condición necesaria, aunque no suficiente, una dosis de simpatía que ella no tiene. Ni falta que le hace. «No tengo ningún instinto de poder», admite en el libro -‘Políticamente indeseable’- que está incendiando los whatsapp del grupo parlamentario del PP. Lo suyo es la batalla de las ideas, no la toma de las urnas.

Ya se implicó en la tarea del rearme ideológico del partido, tras la dimisión de Aznar, cuando Acebes la nombró jefa de su gabinete. Desde allí contempló la traición de Rajoy a la política de los principios y acabó marchándose a sus cuarteles de invierno. Años después, estando en la playa de Tarifa, escuchó el discurso que pronunció Pablo Casado en el Congreso sucesorio y volvió a ilusionarse. «Vi cómo se comprometía con el combate cultural frente a la izquierda, cómo reivindicaba a la Cataluña constitucionalista abandonada, cómo se proclamaba el líder de la España de las banderas en los balcones, y cómo Soraya se diluía detrás de su impostado abanico».

Casado la fichó como estandarte de su nuevo proyecto, que no era otro que el de regresar a las esencias ideológicas del partido, y acabó convirtiéndola en una suerte de argumento de autoridad frente a los cantos de sirena que entonaban los tres tenores autonómicos -Feijóo, Mañueco y Bonilla-, partidarios de favorecer otros planteamientos más posibilistas. En aquel tiempo, el joven presidente del PP aún creía en la compatibilidad de la férrea defensa de los principios y las victorias electorales. Luego, a medida que se caía del guindo, Cayetana fue resultándole crecientemente incómoda. Dicho a lo bruto: él mandaba y ella refunfuñaba.

Dos visiones distintas del ejercicio de la política entraron en colisión: la de la obediencia irracional en beneficio del grupo y la de la leal insumisión como derecho del individuo. Por supuesto, se impuso la primera por el artículo 33. En eso estoy de acuerdo con ella: la democracia de los partidos es como la independencia de la justicia, un principio que la Constitución consagra y la realidad desmiente. Al final siempre dirime el duelo el veredicto despótico. Teocrático. En su caso, Teodocrático. Es verdad: en el PP no caben los solistas.

Lo que no entiendo es por qué sigue en la bancada popular. La rebeldía, cuando ya no queda sitio para la esperanza, se convierte en obstinación estéril. No hay nada más absurdo. Y más aburrido. Y más egocéntrico. A mí el libro de Cayetana no me ha interesado tanto por lo que cuenta de su peripecia personal, sino por el mensaje demoledor que trasmite. Pincho de tortilla y caña a que si Casado lo lee no podrá dejar de preguntarse qué fue del sueño que perseguía.

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