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TRIBUNA ABIERTA

El dilema del Papa Francisco

La respuesta que el Papa Francisco dé o no dé a la pedofilia probablemente definirá su pontificado en la historia de la Iglesia. De momento, la única iniciativa concreta del Papa ha consistido en convocar reuniones sobre el tema

«Podemos preguntarnos si el celibato de los sacerdotes o la prohibición a las mujeres de ejercer el sacerdocio contribuyen a la verdad de la Iglesia y a su inserción en el mundo real»

Guy Sorman

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EL pontificado de Francisco no está discurriendo en absoluto como él había imaginado, y mucho menos como habían previsto los analistas cristianos y laicos que tan favorables le eran. Para que conste: el Papa debía reorientar a la Iglesia hacia la pobreza, pero no vemos que la Santa Sede haya abandonado sus inmensas posesiones o su cómodo estilo de vida, y tampoco está claro en qué se ha traducido para los cristianos más necesitados esta iniciativa por la pobreza. Se recordará también que el Papa Francisco ha multiplicado los ataques contra el capitalismo y la globalización, sin admitir jamás que ambos reducen la pobreza masiva. Sobre estos temas ideológicos, que recuerdan a la Argentina de la década de 1970, el Papa guarda ahora silencio, para bien o para mal. Y es que, desgraciadamente, la pedofilia se ha convertido en el tema principal del pontificado. Al comienzo de su mandato Francisco hizo caso omiso de este debate, considerando, sin duda, que era un asunto específico de Estados Unidos, donde los protestantes ajustaban cuentas con los católicos.

Es cierto que las acusaciones, revelaciones y demandas surgieron por primera vez en Estados Unidos, como testimonio de la cultura mediática, psiquiátrica y legalista de la sociedad estadounidense. Pero esta cultura estadounidense, por mimetismo, también ha desatado la lengua a los católicos en otros lugares del mundo, y en particular en Latinoamérica. El Papa Francisco lo ha aprendido por las malas, al haber pasado por alto el comportamiento de algunos obispos chilenos, hasta que el rumor alcanzó tal magnitud que el Papa tuvo que admitir la realidad del problema. Ahora se han abierto las compuertas en todo el mundo, y cada día trae nuevas revelaciones sobre prácticas que parecen profundamente enraizadas en todas partes y desde hace mucho tiempo. Tanto es así que la respuesta que el Papa Francisco dé o no dé a la pedofilia probablemente definirá su pontificado en la historia de la Iglesia. De momento, la única iniciativa concreta del Papa ha consistido en convocar reuniones sobre el tema, de las que, probablemente, saldrán algunas vagas exhortaciones dirigidas a los obispos para que en el futuro estén más atentos, suponiendo que ellos mismos no sean culpables. Dado el número de obispos que, directa o indirectamente, ya están implicados en aventuras de pedofilia en Estados Unidos, Francia, o Chile, cabe preguntarse si la confesión y la contrición son de alguna utilidad: ¿son católicos estos obispos?

También es previsible que el Papa y los obispos no aborden la cuestión fundamental, y probablemente raíz del mal, que está relacionada con la formación de los sacerdotes, la vida en el seminario y el celibato. ¿Podemos, o deberíamos, admitir una relación directa entre el celibato de los sacerdotes, la prohibición del sacerdocio de las mujeres y la pedofilia epidémica en el clero? Evidentemente sí, si reconocemos como algo evidente que hay una naturaleza humana, que los sacerdotes son humanos y que la castidad es superior a las fuerzas de la mayoría de ellos. Pero el Papa Francisco, que es un teólogo muy conservador, desde luego no va a aventurar semejantes consideraciones. Preferirá hablar de disciplina y renuncia, y ya ha expresado su oposición al matrimonio de los sacerdotes.

No sé si tiene razón o si está equivocado, y desde luego, yo no estoy en condiciones de juzgar lo que es bueno para la Iglesia: el Papa es él y no los analistas, los sociólogos o los sexólogos. Como mucho, puedo invocar la historia de la Iglesia: ha vivido mil años sin el celibato de los sacerdotes y otros mil años con él, desde el Concilio de Letrán en 1123, cuando se convirtió en obligatorio. La razón última de esta prohibición se nos escapa: ¿fue espiritual o temporal? El entorno de los rabinos, del que surgió Cristo, no practicaba el celibato, y los Padres fundadores de la Iglesia elogiaban la castidad, pero ni la practicaban ni la recomendaban. La Iglesia de Oriente solo se la impone a los obispos y a los monjes, pero no a los sacerdotes. ¿La impondría la Iglesia de Occidente para distinguirse? Es una posible explicación temporal.

Algunos historiadores que no son teólogos también consideran que el celibato, al prohibir el reparto de las herencias, contribuyó a consolidar el poder y la riqueza de la Iglesia; es posible. Más allá de estos viejos interrogantes, podemos trasladarnos a nuestra época y preguntarnos si el celibato de los sacerdotes y la prohibición a las mujeres de ejercer el sacerdocio contribuyen o no a la verdad de la Iglesia y a su inserción en el mundo real. Si no lo hace Francisco, su sucesor o el sucesor de su sucesor deberá responder a esta pregunta. Mientras tanto, es de temer que la pedofilia continúe destruyendo a las víctimas y la influencia de la Iglesia romana. Los cristianos, que cada vez son más libres de elegir si obedecen o no, no dejarán por ello de serlo, pero se pasarán cada vez en mayor número del catolicismo a los cultos evangélicos que, en Latinoamérica, Estados Unidos y África, se están convirtiendo en la forma dominante del cristianismo. Es muy probable que el Papa Francisco, con su silencio, favorezca lo que teme: la fuga.

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