Crisis global, remedio casero
ACABAMOS de tener dos pruebas irrefutables de la globalización: la crisis económica y la gripe porcina, que no respetan a grandes ni a pequeños, a ricos ni a pobres, aunque estos, como siempre, se llevan la peor parte, al estar menos preparados para la catástrofe. ... Aunque por estar habituados a ella, la resisten con mayor entereza. Pero a lo que íbamos, las crisis son hoy globales e intentar ponerles coto, con aviones que cruzan océanos en horas y transacciones electrónicas que mueven millones en segundos, es como querer poner puertas al campo. La lección que enseñan ambas crisis es que la cooperación internacional resulta indispensable en nuestra era, si no queremos irnos todos al cuerno. La cuestión es si la aprendemos.
Aparte de una extraña paradoja: mientras la historia marcha imparable hacia la globalización, la humanidad camina decidida hacia la diferenciación. Todo cuanto producimos a nivel técnico, legislativo y cultural va encaminado a la satisfacción personal y al fortalecimiento del individuo. Desde la ropa hasta los alimentos, pasando por las actividades laborales y las dedicadas al ocio. El coche que nos permite movernos por nuestra cuenta, el teléfono móvil con el que podemos comunicarnos desde cualquier sitio, la tarjeta de crédito con la que podemos imprimir nuestro propio dinero, son sólo tres ejemplos de ese culto al individuo, que ha llegado al extremo de pedir para cada uno «quince minutos de fama», afán inane, pues si todo el mundo es famoso, ¿qué importancia tiene serlo?
Bastante más grave es que esa tendencia individualizante choca frontalmente con la globalizadora. En el terreno político, las consecuencias no podrían ser peores, ya que individuo y sociedad son los polos opuestos del género humano, debiendo estar perfectamente equilibrados para su avance. Un individualismo exagerado cae en la anarquía. Una sociedad omnipotente, en el colectivismo. Ambos igualmente dañinos. La preponderancia dada al individuo últimamente ha sido a costa de la sociedad. Pero si la sociedad retrocede, quien termina pagándolo es el individuo. Pasa como con el Estado. Bien está descentralizarlo. Pero de ir demasiado lejos, destruiremos el mejor instrumento para lograr una sociedad más justa. De entrada, el siglo XXI tiene que acabar con la antimonia individuo-sociedad, que desgarró el XX. Pero tal como está afrontando sus dos primeras crisis, la económica y sanitaria, la cosa sigue sin resolverse: cada país actúa por su cuenta. Y para referirnos al nuestro: si es malo ignorar las crisis, como se hizo con la económica, no es bueno sembrar la alarma, como se está haciendo con la sanitaria. Claro que cualquier cosa es mejor que hablar de los cuatro millones de parados.
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