CRISIS MIGRATORIA EN LA FRONTERA CON BIELORRUSIA
Polonia, entre la compasión y un estado de odio y miedo
No han conocido la inmigración irregular hasta ahora. En la crisis de los refugiados de 2015, Varsovia no aceptó acoger ni a uno solo. A dictados del Gobierno ultraconservador, una parte de la sociedad rechaza el asalto a sus fronteras y otra se desvive por ayudar. Se teme un choque. Y que la provocacion de Bielorrusia se vaya de las manos
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesión«Agente de Putin». «Asesino de polacos». Esas inscripciones en violento grafiti púrpura aparecían esta semana en la tumba familiar de Maciej Stuhr, una estrella del cine e hijo de una leyenda indiscutible, el también actor Jerzy Stuhr. Orgullo de Polonia, cultura viva del país. ... Maciej había estado horas atrás en la frontera con Bielorrusia, tratando de visibilizar la desesperanza de los inmigrantes que se esconden como perros apaleados huyendo de una expulsión segura y colgó en sus redes un «Espero que Jesús no tenga facebook», católico y doliente como la tradición de esta tierra.
Noticias relacionadas
La profanación del discreto mausoleo, uno sin mayor pompa en el cementerio Rackowicki de Cracovia, ha conmocionado. Y en un minúsculo comercio a más de 500 kilómetros de allí y a dos pasos de donde la Policía anda por el bosque glacial a la caza de los refugiados, una dependienta de Michalowo (3.300 habitantes y de un silencio fantasmagórico) refiere el incidente para justificar su miedo a opinar. Los caminos en estos enclaves rurales están cuajados de cruces monumentales con flores y plegarias. Se confiesa triste. Conoce a quien ha facilitado agua y comida a los que llegan y menciona enseguida a los «soldados malditos», grupos de hooligans patrioteros ultraxenófobos que van amedrentando por las calles, y ruega que no se difunda por favor su identidad. Ella es «M.» y basta. Ni el de su tienda. No quiere encontrarse mañana el escaparate tachado con un exhabrupto que la señale por siempre a ojos de todos.
Esta primera experiencia de Polonia con la inmigración irregular a sus puertas está siendo una fractura. Hablamos del mismo Estado que en la crisis de 2015, a cifras cerradas ya del Consejo de la UE, se negó a asumir uno solo de los 160.000 sirios, iraquíes, afganos, que irrumpieron por Grecia o los Balcanes dejando atrás sus respectivas guerras. Su cuota era de 6.182 acogidas y su presidente, Andrzej Duda, que renovó mandato el pasado julio aunque por la mínima, previno ya entonces contra aquellas gentes atribuyéndoles intenciones terroristas y males del infierno, «cólera, parásitos y otras enfermedades», dijo.
Con lo de estos meses, un ministro suyo ha añadido que son además «pederastas y zoófilos». No es de extrañar pues que mujeres como Isa, 30 años y residente en Bialystok, la gran ciudad más cercana al epicentro de la crisis, con 300.000 censados, certifique que está en contra de recibir a huéspedes sin control en Polonia. Aún a sabiendas de que «no es un lugar muy atractivo para ellos» y que no quieren permanecer, solo cruzar con destino a la Europa rica, desde donde los amigos de ella que viven por allí, en Londres, en Estocolmo, le han contado que los extranjeros que llegan así, al asalto y a la carrera, «son personas que no se integran, algunos hasta agresivos, roban..». Por eso, concluye que no sería mala idea un muro de separación y que, en caso de ataque por el Este, donde se extiende la herencia soviética, «nos serviría de barrera para defendernos» . Aquí no se descarta del todo un conflicto.
Varsovia ya lo tiene en planeamiento, 350 millones de euros. El proyecto está en fase de información, recordaba a este diario la activista Anna Alboth, nominada al premio Nobel y confiada en que la orografía movediza de ese confín inhóspito, encharcado de ríos, que hace límite con Bielorrusia dificultará cualquier construcción.
Francamente, en la urbe de Bialystok va a ser difícil conversar con nadie. Seis intentos fallidos seguidos de otros tantos ciudadanos que musitan «no» y «gracias» en cuanto oyen la palabra 'inmigrante'. Tres más. Explica el traductor con tacto que en este entorno el «nacionalismo», lease ultraderecha, es más acusado. Le da la razón otra joven, camarera de un autoservicio 'low cost', que también rehúsa exponerse pero que intercala entre excusas un «no, no quiero inmigrantes aquí, pero siento que estén en el bosque» . El frío es ya muy intenso y viene lo peor.
En constante desafío con Bruselas y sobrevolando el más que probable farol del 'polexit', Polonia, su Tribunal Constitucional, acaba de zanjar en octubre que las leyes internas prevalecen sobre el ordenamiento comunitario. Ahora ve tú y exígeles que son Europa y que reciban con dignidad y den la oportunidad -como cualquier país miembro- de pedir asilo, si así lo quisieran, a esos refugiados que por miles les ha arrimado el incómodo vecino comunista Aleksandr Lukashenko. Un uso perverso el suyo de la inmigración como arma de disuasión política masiva para vengarse de la Unión por no reconocer su victoria adulterada en unas elecciones de opereta. Entre otros. Una estrategia de presión esta tan pensada, tan organizada, dicen los analistas, que el dictador de Minsk no puede haberla ideado solo. Moscú maneja.
División inquietante
Pues en esta Polonia oficialmente alérgica junto a la República Checa o Hungría, el club de Visegrado, a los mecanismos de solidaridad que la UE lleva años intentado actualizar y que ellos bloquean sin piedad, la población local bien se espanta del drama, bien respalda con más o menos pasión los odios de su Gobierno en una división inquietante. Entre la compasión profunda y un rechazo que recuerda a regímenes de hace no tanto y no lejos de este suelo .
A saber. El clima de persecución oficial es tal que, si no hay otro remedio, los refugiados acaban a veces acudiendo rotos a los hospitales , temerosos de ser delatados o detectados por las fuerzas de seguridad, que últimamente patrullan por parejas por las plantas o por el vestíbulo. «Hay inmigrantes que tienen arranques de pánico, intentan autolesionarse, por ejemplo golpeándose la cabeza contra la pared» . Esta escena sobrecogedora, de hacerse daño a uno mismo para tratar de permanecer ingresado como sea la narra el vicedirector del Hospital de Hajnowka, Tomasz Musiuk, y la contextualiza en ese momento crítico en que los inmigrantes saben que la policía polaca se acerca a las habitaciones para llevárselos de regreso a Bielorrusia. Igual te perdonan por hoy si estás de gravedad extrema, pero han sacado a pacientes en sillas de ruedas o cojeando. Eso, si no han escapado antes, que lo hacen en cuanto pueden. «Esto es un hospital, no una cárcel», reivindica el doctor.
«Las devoluciones son entre las seis y las nueve de la tarde, aprovechando la oscuridad... -añade- Aquí la mayoría pasa solo unas horas, les damos de comer, ropas, que duerman caliente un poco, nos vienen con hipotermia, desórdenes metabólicos, heridas, alguna pierna rota por haber sido golpeados o mordidos por los perros de los militares bielorrusos, cortes, rozaduras... Pero solo nos piden una cosa: 'No permitan que nadie nos lleve a la frontera'».
Las historias aterradoras sacuden lo suyo. Y en la cercana Michalowo, el pueblo de la dependienta asustada y las calles vacías, una de las líderes más conocidas y volcánicas de Polonia, Marta Lempart, ayudaba este viernes cargando en furgones cajas de víveres y enseres básicos que están a disposición de ONG, estaciones de servicio, hospitales como el de Musiuk, hogares que están echando una mano - encender una luz verde en el porche es la señal - y todo el que colabore en las cadenas ciudadanas de ayuda.
El cristianismo y el éxodo pasado
«El Gobierno está matando inmigrantes en la frontera» , sentencia. Y lo repite. «El Gobierno polaco es responsable de lo que está pasando allí y, por tanto, de los muertos... Son una banda de criminales y tienen que ser sancionados», clamaba recordando que sigue sin poder entrarse en la zona de exclusión, ese espacio prohibido donde uniformados de uno y otro país practican un ping-pong macabro con los refugiados, donde ni periodistas ni cooperantes ni la comisionada de Derechos Humanos del Consejo de Europa en misión institucional han podido acceder. No han venido mayores representaciones internacionales a mediar. Y van doce fallecidos, según registros de los activistas, porque no hay ningún otro que consultar. Es lo que tiene decretar el apagón de Estado, no hay forma de comprobar con tus propios ojos, no hay manera de contrastar, y el resultado es que el relato queda en manos de unos pocos.
Alrededor de Marta Lempart, los voluntarios de la localidad también dejan claro que no quieren ser fotografiados en esta tarea. La colecta y el reparto de bienes se realizan desde el parque de bomberos municipal, cuyo Ayuntamiento con el alcalde Marek Nazarko al frente es para la opinión pública lo contrario al Ejecutivo de Duda. El vicealcalde de Michalowo, Konrad Sikora, detiene cinco minutos el frenesí que se trae en este improvisado almacén a pie de camión contraincendios para restar importancia a la iniciativa.
«No hay de qué asombrarse, para nada es excepcional» en este «punto humanitario», explica. Asegura que la Policía allí no va a molestar. Transportar en tu coche a un inmigrante en Polonia es tráfico de seres humanos, un delito; darle comida no. «El Gobierno se ocupa de las fronteras para que no entren ilegales, es normal, pero lo que nosotros hacemos es ayudar a los que ya han cruzado», describe con serenidad. Y aporta dos claves de orden moral que, entre tanta convulsión, están pasando poco advertidas. Una, «Polonia es un país cristiano. Ayudamos a los que necesitan ayuda... Se supone que debemos hacerlo». En la cuna de Juan Pablo II parecen no estar teniendo en cuenta los preceptos la propia Iglesia -no se ha pronunciado- ni el tan devoto poder, que celebra misas solemnes para la santa protección de las empresas públicas, caso de la eléctrica estatal, y cuyo presidente se hizo bendecir para la investidura como en una coronación.
Dos, recalca el edil: «Hay quienes dan la bienvenida, otros que están en contra... Pero somos los polacos los que hemos sido refugiados».
La memoria da para lo que da. Y en estos tiempos en los que los menesterosos son otros convendría no olvidar el éxodo desde la Polonia marcial, atrasada y comunista hacia la Alemania occidental o Suecia que se prolongó hasta los 90 y que siguió en búsqueda de mejores condiciones de vida en los primeros años de la década de los 2000 rumbo también al Reino Unido o a Irlanda. Las estadísticas de la ONU anteriores a la pandemia, las últimas definitivas, indican que hay 4,4 millones de nacidos en Polonia repartidos por el mundo. No todos viajaron con papeles en regla y de acuerdo a las leyes.
Las autoridades de Varsovia se sacuden culpas recordando que, por poner un dato, en 2017 fueron los primeros de la Unión en conceder visados a trabajadores de fuera. 680.000, refleja la agencia europea Eurostat, el 85% ukranianos. Ukrania, «un país predominantemente blanco y cristiano», recalcan las crónicas. Por diferenciar, no de los enclaves mediorientales y africanos, principalmente musulmanes, de los que proceden los de ahora. Organizaciones como la Fundación Diálogo, que están alojando a pequeños grupos -cartel en la verja perimetral advirtiendo de que no reciben a la prensa-, tienen a su cuidado hasta a unos cuantos colombianos que se comunican en ruso. ¿Contrabandistas? Quién pudiera preguntar.
No hay refugiados al alcance. Las víctimas de este pulso geoestratégico no se arriesgan, los hospitales no les quieren comprometer, las ONG tampoco. En contacto con uno de ellos, kurdo iraquí, que ya está en mapa británico, reclama dinero por dejarse entrevistar. En medio de esta locura un inmigrante, bielorruso renegado de los sátrapas de Minsk, Roman Levitanov de nombre, se queja en la ciudad de que él tuvo que entrar a Polonia con visa y contrato. Y que aceptar a estos que vienen detrás es una provocación. Para Varsovia y para él.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete