La tercera
Putin, el nuevo zar de la vieja Rusia
«La última arma ensayada es la de utilizar las nuevas invasiones de refugiados que huyen de la violencia y el hambre en sus países de origen para alcanzar Europa occidental, el paraíso para ellos. En qué acabará, nadie lo sabe, pero no tiene buena pinta. Sobre todo si se piensa que el gran peligro comunista ya no es Rusia, sino China, que no quiere invadirnos sino comprarnos. Pero ese es un tema que necesita no ya otra Tercera, sino una bola de cristal»
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Iniciar sesiónLes sorprenderá saber que los rusos se consideran defensores de Europa, como me sorprendió a mí al oírselo a colegas rusos en aquel Berlín de antes del Muro, en las charlas que teníamos los jueves por la noche en la Bierstube, detrás del Schiller Theater. ... La Asociación de Corresponsales Extranjeros era el único colegio profesional que reunía socios de ambos Berlines, y cuando la actualidad política no estaba demasiado caliente, que era pocas veces, surgían debates de este tipo, siempre en tono cordial y sin entrar en honduras, conscientes todos del privilegio que nos daba un carné en inglés, francés y ruso de las potencias ocupantes para cruzar las veces que quisiéramos y en cualquiera de los dos sentidos la Puerta de Brandeburgo. Debo añadir que quienes más lo utilizaban eran los colegas del Este, que, como todos sabíamos, eran espías aparte de periodistas, puede que incluso más lo segundo que lo primero, pero a nosotros nos permitía también tener un acceso más directo, más humano, de lo que ocurría en aquella otra mitad de la que hasta hacía muy poco era la capital del Tercer Reich.
Volviendo a la teoría de Rusia como defensora de Europa, lanzada por un corresponsal de la agencia soviética Tass y cuestionada de inmediato por el de la agencia británica Reuters, debo decir que no era tan descabellada como a primera vista pueda parecer. A fin de cuentas, las razias de los pueblos, desde Manchuria a la gran estepa del Asia Central, en busca del calor y riquezas en torno al Mediterráneo, tenían que atravesar Rusia, y seguro que no respetando las señales de tráfico, que entonces no existían. Se dice que donde ponía el casco el caballo de Atila, rey de los hunos, no volvía a crecer la hierba, y los rusos sufrieron el primer empellón. De ahí puede venirles ese orgullo de haber sido el primer valladar contra las hordas asiáticas, como los españoles presumimos de haber desalojado a los mahometanos.
Lo que quiero dejar sentado con este largo preámbulo es que el ruso se siente europeo y lamenta la lejanía de Europa. Su élite intelectual lo compensaba hablando francés, y la política, buscando el apoyo alemán para todo lo relacionado con ciencia y técnica.
Siendo un país enorme, que incluye varios dentro de él, muy retrasado como nos muestra su literatura de primera clase, su gran problema es que alargó la Edad Media hasta bien entrada la Moderna, con grandes propiedades cuyos siervos se contaban como ‘almas’ y al zar como padrecito de todas las Rusias. Puede que la mayor paradoja de toda la historia universal sea que allí precisamente, donde apenas había clase media y la burguesía la formaba la aristocracia, fue donde tuvo lugar la Gran Revolución Comunista, que según su diseñador, Carlos Marx, tenía que ocurrir una vez que se completase la Revolución Burguesa.
Fue el gran debate de los primeros días de la revolución, y bastantes comunistas defendieron que se esperase a cumplir ese ciclo. Hasta que Lenin dio un puñetazo en la mesa y dijo que la revolución hay que tomarla según viene, y así quedó, como una férrea dictadura, un partido con todos los poderes y una falta absoluta de libertad. Stalin lo cumplió a rajatabla. Fue, sin embargo, un gravísimo error de Hitler lo que la catapultó a primera potencia: no contento con pelearse con medio mundo, el occidental, el Führer atacó a la otra media, hasta entonces su aliada. Fue su perdición, pues ni siquiera llegó a tomar Moscú, como Napoleón, mientras los rusos tomaron Berlín.
Las vicisitudes de la URSS desde entonces ya son historia contemporánea. Muerto Stalin, el primero que denunció su tiranía fue uno de sus sucesores, Krushev, pero el país era demasiado grande y el sistema demasiado pesado para moverlo.
Hubo varios intentos, el más interesante el de Gorbachov, con su Perestroika, que podría compararse a nuestra Transición, pero las circunstancias eran demasiado distintas para que llegasen a la misma estación término. En España había una clase media y un consenso generalizado de cambio sin violencia, que no existía en aquel imperio entre Europa y Asia que podría saltar en pedazos si el cambió cogía carrerilla. Aparte de estar ya incluida en la órbita occidental por todo tipo de convenios y tratados. Quien mejor lo entendió fue un agente del KGB, que conocía su país tan bien como el mundo occidental, Vladímir Putin.
La URSS sólo podía volver a ser la vieja Rusia, con los debidos adelantos, empezando por conservar su potencial militar y manteniendo si era preciso por la fuerza el cordón de satélites como muralla defensiva. Los satélites europeos, empezando por Polonia y los bálticos, era imposible retenerlos si no se quería propiciar un conflicto como el de Danzig, que conduciría a la tercera guerra mundial, en la que no habría vencedores, sólo vencidos, al ser nuclear. Pero el resto de la armas pueden utilizarse, desde el espionaje al uso de la fuerza sin temor a represalias, como ocurrió en Crimea.
Desde luego, la guerra informática está permitida, e incluso están ensayando un misil contra los satélites de comunicaciones. Aunque la última arma ensayada es la de utilizar las nuevas invasiones de refugiados que huyen de la violencia y el hambre en sus países de origen para alcanzar Europa occidental, el paraíso para ellos.
En qué acabará, nadie lo sabe, pero no tiene buena pinta. Sobre todo si se piensa que el gran peligro comunista ya no es Rusia, sino China, que no quiere invadirnos sino comprarnos. Pero ese es un tema que necesita no ya otra Tercera, sino una bola de cristal.
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José María Carrascal es periodista
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