La inspiración de Valley Forge

Dos siglos y medio después, Biden busca elevarse por encima de la polarización política para simplificar todavía más la contienda presidencial. En la víspera del aniversario de los ataques al Capitolio, ha señalado a su principal inspirador, Donald Trump, como un mal perdedor que no respeta las reglas de la democracia, un candidato obsesionado con el pasado, dispuesto a indultar a sus seguidores insurrectos y a sí mismo. «Todos sabemos quien es Trump -ha afirmado el actual presidente- la pregunta que tenemos que responder es quiénes somos nosotros».

El miedo al regreso a la Casa Blanca del probable candidato republicano y la democracia como una causa sagrada van a definir el resto de la campaña demócrata, en vez de contrastar ideas y programas. Biden podría defender sus logros económicos o su liderazgo internacional en un mundo cada vez más dividido. No le faltan buenos argumentos y datos positivos. Pero carece de energía para soportar una campaña que se prevé extenuante. Su equipo sabe que la principal desventaja con la que juegan es la sensación de debilidad que transmite. Terminaría un hipotético segundo mandato con ochenta y seis años y esta previsión desmoviliza a muchos de sus votantes, en especial los más jóvenes. No es que Trump sea un ejemplo salud a sus setenta y ocho años, cada vez más inclinado a proponer soluciones violentas, pero el electorado le perdona más los años y los excesos. A los dos les vendría bien releer las palabras de despedida de Washington, preparadas por Alexander Hamilton: «cada día el peso creciente de los años me advierte que la sombra de la jubilación me es tan necesaria como bienvenida».