La guerra de Ucrania pone de nuevo a prueba a la prensa sin domesticar
Más de una decena de periodistas han muerto en este conflicto. Otros muchos sufren en diversos 'frentes calientes'
Manu Leguineche o cómo jugar limpio en el periodismo
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Iniciar sesiónEn 1904 Theodore Roosevelt señalaba: «Aquel que escribe, aquel que cada mes, cada semana, cada día produce el material que va a conformar el pensamiento del público es, en esencia, el que determina, más que nadie, el carácter de la gente y el tipo de ... gobierno que esa gente tendrá». La actividad profesional del periodista está sometida al instante, y el instante no deja demasiado margen a la perspectiva para poder ver los defectos igual que la forma. Todo se limita a un juego de gravedad moral, como decía Braudillard es 'el crimen perfecto'.
Los grandes voceros deciden cuál y cómo es la realidad. Esto es un secreto a voces para un público desencantado con esta profesión, no en vano es una de los oficios peor valorados por la sociedad española. Pero la información cuesta, las luces y las sombras están presentes en esta profesión, y hay una minoría, en peligro de extinción que tiene valor cuando lo que hoy más se ha democratizado es la censura.
Un claro ejemplo es la guerra de Ucrania que ha despertado a Europa de su sopor y ha dejado un balance de, al menos, 11 periodistas muertos en aquel castigado territorio. Además de 26 casos de profesionales atacados de forma deliberada mientras cubrían el conflicto y 217 medios ucranianos cerrados, según informaba Reporteros Sin Fronteras (RSF).
El último ejemplo en el entorno de este avispero ha sido el brutal ataque a Elena Miláshina, periodista del diario ruso independiente 'Novaya Gazeta' en Chechenia. Responsable de destapar el asesinato y tortura de personas LGBT, la golpearon, le rompieron los dedos y le raparon la cabeza.
El que informa desde zonas de conflicto o desde lugares donde se obstaculiza la información sabe que trabajar para la paz supone prepararse para la guerra, pero como reconoce el periodista crítico con el régimen cubano Waldo Fernández, «la libertad es algo adictivo, cuando la pruebas no vuelves atrás».
'Doce del patíbulo': «Iréis al infierno y será vuestro billete de salida»
Alexia Columba JerezEn contraste, en España, el informe de Reuters de 2020 señalaba que solo el 32% de los menores de 25 años cree que el periodismo es relevante para la democracia. Pese a todo, hay quienes persisten, y como matiza el ganador del Pulitzer Manu Bravo, «cuando a mí me retuvieron en la cárcel hubiese cantado la 'Traviata' si hubiese hecho falta, porque no soy un héroe, solo soy un periodista. Pero es curioso que solamente se acuerden de nosotros cuando nos matan».
En el punto de mira
Prueba de un esfuerzo que te puede costar la vida es el fotoperiodista Ricardo García Vilanova, que en noviembre de 2011, durante las Primaveras Árabes, se infiltró en Jabal al Zawiya, en la provincia de Idlib, en Siria. Pero seguir todo el conflicto de la guerra civil siria le costó ser secuestrado el 16 de septiembre de 2013, junto con el reportero Javier Espinosa, en el control fronterizo de Tal Abiad.
Su primer gran trabajo fue en Afganistán. Allí estuvo cuatro años y según relata «recuerdo haber estado en muchas patrullas con combates directos; en una de ellas explotó un artefacto en el que murieron varias personas». Pero también recalca que «para nosotros, esto no es nada, porque siempre tenemos la posibilidad de volver. Son los periodistas locales los que más se la juegan, especialmente si entras en el punto de mira de uno de los fanáticos del régimen de turno».
Añade que cada vez son menos los medios que pueden permitirse estar en primera línea por algo tan prosaico como que cubrir un conflicto puede salir 1.200 dólares al día, y eso al final limita el número de testigos. Pero él seguirá hasta que el cuerpo aguante.
Luchar contra el perfecto desconocido
Estar ahí es también lo que llevó a Javier Bauluz, primer periodista español en recibir el premio Pulitzer, a practicar el periodismo. «Consigues una entrada de butaca de primera línea en el teatro de la historia. No lo cambiaría por nada». Cuando era un inmigrante ilegal, en Inglaterra, lavando platos en hoteles de turistas, un amigo le prestó una cámara para fotografiar una manifestación en Hyde Park. Fue en ese momento cuando se enganchó a contar historias con una cámara.
«Si borrasen el archivo de todas las imágenes que hemos recogido en una vida el mundo sería un perfecto desconocido. ¿Quién querría eso?»
Javier Bauluz
Premio Pulitzer
Le marcó especialmente el Congo en 1995, viendo cómo delante del objetivo morían personas a causa del cólera. «Con el tiempo se genera una alarma interna que no sabes por qué se activa. Pero el peligro es mayor ahora que hace veinte años, al periodista se le ve menos como un objetivo civil y más como un objetivo militar a batir», reconoce Bauluz, «he conocido a reporteros que se creen que por llevar el pase de prensa son invisibles. Nada más lejos de la verdad».
La factura es volver cargado de historias funestas grabadas en la memoria. «Pero si nos borrasen el archivo mental de todas las imágenes que hemos recogido en una vida el mundo sería un perfecto desconocido. ¿Quién querría eso? Y los ciudadanos estamos jodidos si los periodistas no hicieran bien su trabajo. Al final el oficio es suerte y ser algo adivino, y tal vez, solo tal vez, así consigues estar en el momento y en el lugar adecuados».
Concurso de relatos
Esta consigna es la que ha seguido durante su recorrido profesional Pablo Sapag, corresponsal de guerra durante diez años y profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Sus experiencias podrían conformar un manual del periodismo de guerra. Estuvo en Argelia, México, en Afganistán tras los atentados del 11-S o en Siria.
Un momento crucial en su carrera fue la guerra de Kosovo. Estuvo cubriéndola, de principio a fin, durante todo el tiempo que duró el enfrentamiento armado entre la OTAN y la ex Yugoslavia. «Las fuerzas del Ejército federal yugoslavo dispararon una bomba de racimo que se abrió a unos centenares de metros de donde estábamos, dejando toda la zona minada. Era además una situación informativamente importante porque había rumores de que había intentos de extender el conflicto hacia Albania, pero no había evidencias que lo demostraran, y pudimos probar que era así».
A fuerza de práctica aprendió cuestiones básicas, los hoteles de los periodistas pueden convertirse en una diana en una guerra, por eso hay que cambiar la rutina y tener cuidado con quien se habla. Y en todo ello la figura del facilitador o `fixer´ es clave, ya que es el que sabe moverse sobre el terreno y conoce los recovecos de la zona, pero también tiene sus propios intereses. Desconfiar de las primeras impresiones es fundamental.
Aún recuerda a las mujeres francotiradoras en Siria. Y lo cierto es que conoció a muchos periodistas que terminaron asesinados, David Beriain fue amigo y alumno suyo, también a José Couso o a Julio Anguita Parrado. Todos esos nombres le hacen valorar al que compra discursos, porque todo tiene doble lectura. Señala que uno no debe tomar partido, sino informar, porque no eres un portavoz, sino un testigo.
Asuntos pendientes
Manu Brabo también conoce la necesidad de hilar fino, especialmente cuando uno se enfrenta aun padre destrozado que sostiene en sus brazos a su hijo al que le han pegado un tiro, una foto por la que recibió el Pulitzer. Pero no siempre nos gusta ser receptivos de esa verdad. Matiza que si a veces se eligen fotos desagradables es porque la guerra lo es, y si te pasas los días viendo niños muertos es hora de mostrarlo.
Brabo fue detenido por el Ejército libio el 5 de abril de 2011 y retenido durante 45 días, pasó del aislamiento a vivir en una celda saturada y luego en una villa con otros periodistas. «En los interrogatorios descubres tus debilidades y fortalezas, y también haces muy buenos amigos que no vuelves a ver jamás», relata. Pero todo eso no sale gratis y vas perdiendo la inocencia. Y subraya que la ayuda psicológica es un asunto pendiente para todos esos que van y vuelven con secuelas.
Acosos y derribo
Las dobles intenciones es algo que conoce muy bien Teresa Montaño, que fue una de las cuatro reporteras de la IV edición del programa de acogida de periodistas de América Latina de RSF, procedente de México. Un país en el que, según el medio independiente 'Artículo 19' se registra una agresión contra periodistas cada 12 horas. En el caso de Montaño, su nombre saltó a los medios por haber sufrido un secuestro exprés.
Sus indagaciones la llevaron a denunciar que los ex gobernadores del Estado de México tenían una pensión secreta, y pudo demostrar que seguían gozando de privilegios después de salir de la Administración. En plena pandemia la despidieron porque descubrió que el Gobierno del Estado tenía un contrato por 2.000 millones de pesos para el alquiler de coches nuevos, mientras el porcentaje de pobreza en la población alcanzaba el 60%.
La periodista confiesa «he sufrido violencia institucional y discriminación informativa, y después del despido verifiqué que también controlaban mis redes sociales». El punto de inflexión se dio el 13 de agosto de un día de lluvia, cuando tres sujetos la mantuvieron cautiva durante tres horas, en ese tiempo la intimidaron y amenazaron poniendo una pistola en su regazo.
«Mi vida cambió por completo, empecé a sufrir ataques de pánico, ya que también esos mismos hombres entraron en mi casa y me robaron, dejando mi credencial de periodista sobre la mesa. El Gobierno estableció que ese suceso había sido casual, pero nunca fueron a mi casa a tomar las huellas». Y reconoce «a veces, me gustaría dedicarme a otra cosa».
Rebelde con causa
El fantasma represivo también se da sobre todo el régimen cubano, así nos lo confirma el periodista Waldo Fernández. Cuenta que para estudiar la carrera de periodismo tienes que pasar una prueba de actitud en la que tienes que demostrar que eres afín al régimen. Por eso, cuando empezó a colaborar con medios independientes, comenzó a ser citado en la comisaría de Policía, donde lo sometían a interrogatorios.
Describe que en situaciones de tensión política, «el Gobierno no duda en cortarte el teléfono, controlar las redes sociales e incluso no dejarte salir de tu casa bajo amenaza de encarcelamiento». Aclara que en el 2003 cuando todavía estaba Fidel Castro en el poder decidió encarcelar a varios periodistas con condenas de más de 10 años, pero cuando asumió el cargo su hermano Raúl Castro, la táctica cambió a las detenciones rápidas.
«En las cárceles no hay higiene, los reclusos están hacinados y detenidos. La mayor parte de la población carcelaria es negra porque son los más pobres y el régimen es tremendamente racista y clasista. El hecho de estar preso ya es una tortura en sí que temes más que a ninguna otra cosa», explica. Y aclara: «Presionan a tu familia, a tu pareja, si tienes hijos te amenazan con quitarte su custodia». En suma, una guerra de desgaste. «Vas en línea recta o te llevan por delante», señala. Y es que todo gobierno autoritario quiere creyentes a su causa, pero no creyentes demasiado minuciosos con esa causa.
Guardián o cómplice
Esta incertidumbre también la conoce Óscar Parra, de Colombia. Crecer allí supone entender que «es una democracia tremendamente imperfecta, con picosde violencia contra los periodistas. La situación empeoró para nosotros después de la mala implementación del acuerdo de las FARC». Detalla que los militares pueden presentarse en el domicilio o en la redacción de un medio independiente, y eso se ha convertido en una rutina.
Parra nos apuntaba que «las agresiones directas se han disparado, y muchas han sido grabadas, pero al militar o al policía de turno no les importa. Tenemos generaciones que se criaron cuando la violencia era baja, antes había más de 330 masacres al año. El mundo no se ha enterado de los niveles de horror a los que se llegó en el pasado. Tenemos un país con más de 9 millones de víctimas». Y añade que «los periodistas que vivieron en la época de Pablo Escobar han normalizado las agresiones que se dan contra ellos. Eso no puede ser, porque eso significa que en el fondo hemos aprendido a reciclar la violencia».
Precisamente por esa crueldad rutinaria otra de las periodistas del programa de RSF, prefiere no entrar en detalle o dar nombres. Establece que en Nicaragua encuentras dos realidades: la versión del corresponsal oficialista y la del periodista independiente. Es la única periodista no oficialista de la ciudad universitaria de León, que ocupa el primer lugar en represión en Nicaragua, y el panorama es muy duro.
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«Aprendes a moverte en el caos, a pesar de que cuando saqué una entrevista de una persona que había muerto por el coronavirus, me llegaron a amenazar con quemarme viva», afirma. Un momento de tensión en su carrera fue cuando informó de las amenazas a las que estaba sometida la oposición. Su salud se resintió, tuvo alopecia y fue diagnosticada con insomnio crónico. «Ahora a los periodistas se nos ve como a vagabundos». Pese a esto, matiza: «Cuando algo te cuesta, te apasionas más. Es una carrera de fondo porque estás caminando una milla extra, denunciando anomalías. Porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién más lo va a hacer?».
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