La decisión de Navalni de volver a Rusia: «Debo regresar para acabar con el Estado corrupto de Putin»
«No creo que me detengan porque no he cometido ningún delito», fue lo último que dijo en Berlín, antes de volver a su país
La viuda de Navalni asegura que Putin será «castigado» por la muerte de su marido: «Debemos luchar contra esta dictadura»
El 7 de septiembre de 2020, Alexéi Navalni volvió a nacer. Tras constatar una «mejoría suficiente», los médicos de la prestigiosa Charité de Berlín decidieron sacar al opositor ruso del coma farmacológico inducido y retirarle la respiración artificial. Había sido trasladado a Alemania ... mes y medio antes, el 22 de agosto, dos días después ser envenenado. Sospechaba que había bebido el veneno en un té, en el bar del aeropuerto de Tomsk, desde el que se disponía a volar a Moscú. Era lo único que había ingerido ese día. Durante el vuelo se sintió mal, tan mal que fue necesario un aterrizaje forzoso en el aeropuerto de Omsk, donde fue internado en un hospital local cuyos médicos no acertaron con el diagnóstico. Seguramente le salvó la vida la determinación de su esposa, Yulia, que se empeñó en sacarlo de allí y pidió ayuda a la entonces canciller alemana Angela Merkel.
Su traslado no fue precisamente sencillo. Administrativamente se organizó a través de la ONG Cinema for Peace, que contrató el avión ambulancia provisto con equipamiento médico y especialistas. El presidente de la ONG, Jaka Bizilj, acompañó personalmente el traslado desde la unidad de toxicología del Hospital de Emergencia de Omsk número 1 hasta la Charité, que se convirtió a partir de ese momento en el edificio más vigilado de Berlín.
Varios laboratorios europeos confirmaron más tarde que se habían encontrado en su cuerpo rastros de Movichok, el agente nervioso fabricado en Rusia y utilizado también para envenenar a Serguéi y Yulia Skripal en Salisbury, Reino Unido. El gobierno ruso negó estar detrás del intento de asesinato, pero años más tarde, en una llamada telefónica que Navalni logró grabar, un agente del FSB, Konstantin Kudryavtsev, había admitido que el arma química fue administrada aplicándola en su ropa, en el interior de su habitación de hotel en Tomsk.
Durante los cuatro meses que Navalni pasó en Alemania, el gobierno de Berlín le concedió el estatus de asilo político y organizó las medidas necesarias para garantizar su seguridad. Tanto él como su mujer y sus dos hijos fueron provistos de escolta y de una vivienda anónima. Todo ello conllevó serios roces con Moscú. Merkel calificó el envenenamiento de Navalni como un intento de asesinato que tenía como objetivo silenciar a uno de los críticos más feroces de Putin y exigió una investigación. Amenazó incluso con paralizar la construcción del gasoducto ruso-alemán Nord Stream si el Kremlin no aclaraba quién fue el responsable del envenenamiento.
El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, insistía en que las autoridades rusas aún no habían recibido ninguna evidencia por parte de Alemania que respaldase esa acusación y hablaba de la «afrenta» de la canciller alemana. El número dos del gobierno de Merkel, en ese momento, era Olaf Scholz, su ministro de Finanzas y vicecanciller en la gran coalición. Tanto Scholz como Merkel intentaron convencer a Navalni de que no regresase a Moscú, cuando, ya recuperado, expresó contra todo consejo su deseo de volver a la lucha en la resistencia rusa.
Alexéi Navaln y su esposa Yulia sentados en el avión en el que regresaron a Moscú después de la recuperación en Alemania
«No creo que tenga el privilegio de estar seguro en Rusia», reconocía a los anonadados periodistas, «pero tengo que regresar porque no quiero que este tipo de asesinos exista en Rusia, no quiero que Putin sea el zar de Rusia, porque está matando a la gente. Él es la razón por la que el país se está degradando, la razón por la que somos tan pobres. Tenemos a 25 millones de personas viviendo por debajo de la línea de la pobreza y el Estado entero está corrupto. Quiero regresar e intentar cambiarlo».
«No creo que me detengan porque no he cometido ningún delito», dijo antes de ser detenido a su vuelta a Rusia
El gobierno alemán dejó muy claro a Navalni que, una vez en Rusia, no podría seguir garantizando su seguridad, pero a pesar de ello regresó a Moscú el 17 de enero de 2021. Su esposa Yuliana se iba con él. Sus hijos permanecieron protegidos bajo una identidad oculta en Alemania. «No creo que me detengan porque no he cometido ningún delito», fue lo último que dijo en Berlín, antes de embarcar, pero fue detenido en el aeropuerto internacional de Sheremetyevo, acusado de violar los términos de su libertad condicional. El 2 de febrero, su condena fue sustituida por una pena de prisión de dos años y medio, posteriormente prolongada. Su mujer, también amenazada, terminó regresando a Alemania, desde donde siguió defendiendo la causa de su marido de forma incondicional.
Alexéi Navalny se dirige a sus seguidores después de llegar de Kirov a una estación de tren en Moscú, en una foto de 2013
Un matrimonio sin miedo
Yulia y Alexéi se conocieron en Turquía en el verano de 1998. Él abogado, ella economista. Ambos se unieron poco después al partido Yabloko y comenzaron una vida de activistas. Yulia se retiró a un segundo plano cuando nacieron su hija Daria, de 23 años, y su hijo Sachar, de15. Los juicios comenzaron en 2013, pero la imagen de esta familia feliz en Instagram hacían un serio daño político al Kremlin. No tenían miedo.
Navalni y su esposa Yulia asisten a una audiencia en el tribunal del distrito de Lublinsky en Moscú, en una foto de 2015
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Esta semana, el día de San Valentín, Alexéi le envió un saludo de amor desde la colonia penal de Charp, en la región polar rusa: «Cariño, lo tenemos todo como en una canción: ciudades entre nosotros, luces de las pistas de los aeropuertos, tormentas de nieve azules y miles de kilómetros. Pero siento que estás cerca de mí cada segundo y te amo cada vez más. Los seres queridos no desaparecen».