Las otras víctimas de Libia
La doctora Seham Sergewa ha documentado 259 casos de violaciones a manos de las fuerzas de Trípoli
LAURA L. CARO
Lo más cerca que se puede llegar a las mujeres presuntamente violadas por las tropas de Muamar el Gadafi en Libia es la doctora Seham Sergewa. Ella pasa por ser la única que ha podido documentar una barbarie que cifra con exactitud en «259 casos ... en el este del país» controlado por los rebeldes, más otros 50 registrados entre las huidas a Túnez, de donde la médico regresaba el viernes tras visitar los campos de refugiados fronterizos, que albergan 24.000 familias libias.
«Algunas dicen que han sido raptadas y violadas varias veces por entre 6 y 15 hombres, en el desierto; otras que fueron violadas en sus casas, ante sus padres y hermanos... o sus hijos», relata esta psiquiatra del Hospital de salud mental de Bengasi, que detalla que las víctimas tienen entre 14 y 54 años, que algunas «quieren suicidarse o han pedido a sus familiares que las maten» y que los autores son «africanos» —como comúnmente se denomina a los mercenarios a sueldo del coronel—, y «también libios».
No hay ningún testimonio directo de las agredidas, más allá del de la joven Iman al Obaidi, que el 26 de marzo irrumpió en el hotel Rixos de Trípoli para denunciar públicamente que había sido objeto de abusos sexuales por parte de soldados del régimen. Amnistía Internacional, una de las contadas organizaciones que trabajan sobre el terreno, lleva semanas intentando sin éxito entrevistar en distintas ciudades a alguna de las víctimas.
Pero en la calle, la certeza de las violaciones no se discute. Cualquier ciudadano jura «saber» de primera mano, aunque se apresuran a advertir que «todo es secreto». No para Bushra Alzahya, madre de una familia de origen marroquí con cinco hijas que recaló en Bengasi después de haber permanecido tres días oculta en un pozo en Misrata para escapar de los gadafistas. Bushra cuenta que cuando salieron de aquel hoyo sus vecinas «Safa, de 18 años, Shaimá, de 21, Yasmín, de 14 y Hala de 8» habían sido asesinadas después de ser violadas. «Lo sé porque sangraban por abajo», narra la mujer. Fuentes humanitarias han asegurado a ABC que los nombres mencionados no aparecen en la lista de muertos de Misrata.
Miedo a hablar
El fantasma atenaza. En la parte oriental del país —recuerda un pescador de apellido Al Ghassar— los maridos dejan a sus esposas cuando se van al frente «paquetes de dinamita para que se exploten» por si vieran llegar a los secuaces del dictador. «Todos llevan en los bolsillos viagra, de la más fuerte, para violar a las mujeres... a las niñas».
La doctora Sergewa justifica el silencio y se niega a dar la identidad de una sola de las agredidas, aunque muestra la foto de un cigarrillo apagado en una rodilla femenina y de un tobillo con una cicatriz. «Presentan un grave desorden post traumático, hay casos de bulimia, algunas no se dejan tocar», explica. Y advierte que muchas mujeres corren el riesgo de ser abandonadas si reconocen lo sucedido o que acusan profundos sentimientos de culpabilidad.
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