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Bruselas daría al Reino Unido un estatus como el de Canadá si gana el «brexit»

Gran Bretaña solo tendría un tratado de libre comercio con la Unión Europea si pierde la permanencia en el referéndum

Un grupo de partidarios de la permanencia en la Unión Europea sostienen pancartas AFP

ENRIQUE SERBETO

«Los planes B son para no tener que utilizarlos» insiste un ministro de un Gobierno europeo, para no tener que reconocer abiertamente que ya se han celebrado reuniones de las más altas instancias comunitarias para estudiar las posibles opciones en caso de que los británicos votasen en contra de permanecer en la UE . Tanto se ha hablado, que hay hasta diferentes teorías sobre lo que se debe hacer en caso de que el desenlace del referéndum fuera la opción de la salida del Reino Unido . En la práctica, sin embargo, la situación se evaluará en la cumbre prevista para el 28 y 29 de este mes, pero el ambiente está lejos de ser relajado. En la reunión de ministros de Exteriores de ayer solo se habló de ello al margen del consejo, pero el propio titular español describió ese ambiente al decir que «no me atrevo a repetir lo que han dicho algunos de mis colegas» sobre la inoportunidad de haber convocado este referéndum.

¿Y qué suerte se les depararía a los británicos en caso de que vencieran los partidarios de salir de la UE? Lo único claro es que pasaría un largo y doloroso proceso de negociaciones: se podría hablar del divorcio más caro de la historia. Los partidarios del Brexit dicen que podrían quedarse en el mismo estatus que Noruega, que es un país que negoció con éxito su ingreso pero en el último momento dio un paso atrás tras celebrar un referéndum. Desde Bruselas insisten en que esa pretensión es tan ilusoria como la de poder estar en el escalón siguiente , que es el de Suiza, que comparte reglas de mercado a cambio de libre circulación de personas, que es uno de los argumentos favoritos de los «brexiters» para pedir la salida. Para una buena parte de los gobiernos europeos, lo máximo que los británicos tendrían es el mismo estatus que Canadá, es decir un tratado de libre comercio y aún colgado de un hilo, porque necesitaría la ratificación de todos los parlamentos nacionales.

Actitud defensiva

En las instituciones comunitarias se ha desarrollado a lo largo de los años una actitud muy defensiva ante las citas electorales en los países miembros, porque se tenía la certeza de que muchas veces la participación de dirigentes comunitarios en las campañas sería contraproducente. Y esta vez han seguido la tradición, salvo el presidente del Consejo, Donald Tusk, que se ha involucrado activamente y ha dicho cosas como que una victoria del Brexit «equivaldría al principio del fin de la civilización occidental» o del estrambótico primer ministro húngaro Viktor Orban , que ha publicado un anuncio de una página en la prensa británica para pedir el voto a favor de la UE. Es más, según lo que se creía en Bruselas, esta semana debería haber sido la de los grandes temblores en el mercado bursátil y demás catástrofes, para intentar mostrar en cifras lo que piensan los operadores financieros de la City y atemorizar a los indecisos escenificando lo que David Cameron describe como «un paso en el vacío». Sin embargo, ni siquiera esta teoría le ha funcionado bien a los expertos comunitarios, que no podían prever que un hecho como el asesinato de la diputada Jo Cox diera la vuelta a las encuestas a última hora.

Falta de liderazgo

El informe que hacía esta semana pasada el FMI sobre la situación de la zona euro hablaba precisamente del hecho de que a la UE le estallara este problema en el periodo de mayor debilidad política e institucional. También podrían haber dicho que ha sido al revés, que los británicos se han atrevido a lanzarse a un desafío como este precisamente porque en las instituciones europeas hace tiempo que no existe ese liderazgo político con capacidad de reforzarlas. Por eso es más difícil pensar que será sencillo llevar a cabo los planes que supuestamente están sobre la mesa y que se resumen en responder a un eventual Brexit con un salto adelante, una aceleración de los planes de integración. Margallo es de los que piensa que, en efecto, «pase lo que pase» es necesario que la UE responda con una decisión clara de avanzar en la construcción europea para resolver las carencias institucionales que a su juicio nos han llevado a esta situación. «Hemos llegado a un punto –dijo ayer– en el que si no avanzamos iremos inevitablemente hacia atrás» y en estos momentos «no hay nadie en el mundo que se pueda alegrar de un debilitamiento de la Unión Europea».

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