Mary Slessor, la reina del Okoyong
terra ignota
Vivió casi cuatro décadas en Nigeria para difundir la fe cristiana y combatir las supersticiones locales
Annemarie Schwarzenbach, en la soledad del desierto
Mary Slessor, junto a una calavera
Mary Slessor fue una extraordinaria mujer que el feminismo nunca ha reivindicado. Nacida en una familia pobre de Escocia en 1848, murió en Nigeria, donde vivió casi cuatro décadas para difundir la fe cristiana. Mary fue mucho más que una misionera presbiteriana: luchó ... contra el fanatismo y las supersticiones, adoptó niños abandonados, creó escuelas, fue juez de las disputas tribales y ayudó a curar enfermedades. Sólo al final de su vida, cuando falleció de malaria en 1915, fue reconocida por las autoridades británicas. Su féretro fue llevado en barco por el Cross River, envuelto en la bandera británica, a la ciudad de Akpa, donde rindieron honores a su legado.
La misionera escocesa viajó a África en 1876 cuando tenía 28 años. Quería seguir los pasos de Livingstone, a quien admiraba. Era una mujer fuerte, pelirroja, de ojos azules, que vestía como una dama victoriana. Poco podía suponer el destino que le aguardaba, pero tenía una fe ardiente: «Cada ser humano tiene una misión en el mundo. No reside en sus planes ni en su gloria, sino en aceptar la voluntad de Dios», escribió.
otros 'terra ignota'
Su familia se había trasladado a Dundee cuando ella tenía 11 años. Su padre era un zapatero alcohólico y maltratador. Y su madre ganaba un mísero sueldo en una fábrica textil para mantener a sus cinco hijos. A sus 12 años, Mary trabajaba en un molino y luego como obrera del yute. Dundee había multiplicado por cinco su población en 40 años y las condiciones de vida en los suburbios eran infrahumanas.
Consciente de las desigualdades, Mary canalizó su rebeldía hacia una fe cristiana que ella entendía que chocaba con la explotación y los abusos de los patronos. Cuando tenía 20 años, ya organizaba actos para reivindicar las mejoras de la clase obrera. En uno de ellos, un hombre impedía la entrada con un látigo en la mano. Mary le increpó, ofreciendo su espalda para que le golpeara. Aquel sujeto no sólo desistió de su actitud, sino que, asombrado, entró al local donde se celebraba la convocatoria.
La misión presbiteriana con la que colaboraba aceptó enviarla a Nigeria junto a otros misioneros. Atravesaron el océano para llegar al puerto de Duke Town, donde había factorías inglesas. Permaneció tres años en la zona con una sensación de permanente insatisfacción. Quería entrar en contacto directo con las tribus del interior.
Plenamente integrada
Tras volver a Dundee durante seis meses para curarse del paludismo, Mary retornó en 1879 a Nigeria para trabajar en la región de Calabar. Se instaló en una choza de barro y se despojó de sus vestidos occidentales. Aprendió el idioma efik y asimiló la forma de vida local. Su mentalidad cambió al darse cuenta de que la evangelización era casi imposible, pero que podía ayudar a los habitantes del lugar.
Una de las costumbres era abandonar a los recién nacidos gemelos en la selva porque consideraban que eran hijos del Diablo. Las madres quedaban proscritas. Mary combatió la práctica. No sólo les salvó la vida y les dio educación, sino que adoptó a nueve niños y cobijó a las madres. Gracias a los escasos fondos que llegaban de Escocia y a su menguado sueldo, creó un sistema de protección social.
Nuevamente tuvo que volver a Escocia para tratar su malaria. Poco después, murió su madre y uno de los hermanos que había sobrevivido. Ello sumió a Mary en una gran tristeza, ya que su madre le había inculcado su fe religiosa y sus valores. Venciendo el desánimo, retornó para fundar una escuela de formación profesional, una de las primeras de África.
En Nigeria, se instaló en una choza de barro y se despojó de sus vestidos occidentales
En 1888, dejo Calabar para trasladarse a la región de Okoyong, en la que algunos misioneros habían sido asesinados. Se practicaba el canibalismo y muy pocos europeos se aventuraban en la zona. Aprendió su lengua y sus costumbres, con lo que se ganó el respeto de las diferentes tribus. Era tal su autoridad que era llamada para actuar de juez en las disputas locales. El gobernador de Nigeria la nombró vicecónsul. Era conocida como «la Reina Blanca».
Los ingleses la tachaban de «excéntrica» por su rebeldía y su forma de vestir, pero los nativos la veneraban tras la curación con quinina de un jefe que sufría malaria. Desde su posición, fomentó acuerdos tribales y creó un sistema de intercambio de productos. Había llegado a ser una referencia popular en Nigeria cuando falleció tras otro ataque de malaria. Fue enterrada en el país que tanto amaba. Una cruz de granito evoca su memoria.