Juan Eslava Galán: «El islam no ha evolucionado porque no ha tenido una Revolución francesa»
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Iniciar sesiónSe persona el maestro de divulgadores tan elegante como siempre –camisa, chaqueta oscura y pantalón claro– en una mañana fresca de esas que vaticinan el cambio de tiempo en la capital. Pero Juan Eslava Galán sabe que los nubarrones más grises no descansan sobre ... la península. Esta semana han abandonado nuestras tierras en dirección a un Oriente Próximo de nuevo en armas. Al andaluz no le resulta difícil hallar la causa última de esta locura: «El islam nunca ha tenido una Ilustración ni una Revolución francesa y, por lo tanto, no ha evolucionado».
Arranca fuerte Eslava; directo y sin medianías, los signos que le han acompañado siempre en su largo y prolífico camino como autor. Y tan convencido está de lo que acaba de decir, que lo repite: «No van a evolucionar jamás. En el siglo XVIII, la Ilustración francesa desvinculó dos conceptos ligados por la religión: delito y pecado. A partir de entonces, el primero fue cosa del Estado y, el segundo, responsabilidad de la Iglesia». Se detiene un minuto y escoge las palabras con cuidado antes de continuar: «Gracias a esa distinción, los pueblos occidentales somos hoy relativamente libres. En el islam no ha pasado lo mismo, y eso les ha dejado atrás». Le pedimos un ejemplo, y vaya si lo tiene claro: «Todavía consideran inferior a la mujer, algo absurdo en este siglo».
Eslava habla desde la seguridad que le ofrece haber pasado un año en los archivos para dar forma a su último libro: 'La Revolución francesa contada para escépticos' (Planeta). El último de la extensísima saga, pero también su predilecto. «Es el mejor de la serie», sostiene. Y, como es la primera vez que lo asevera en todos estos años, le creemos. Su voz desprende una nota de cariño al hacer referencia a la obra; le apasiona el tema, y se nota. «La Revolución francesa es el centro de todo. Acabó con el Antiguo Régimen y los estamentos privilegiados; hizo que la burguesía tuviera los mismos derechos que el clero y la nobleza y consiguió la igualdad de los ciudadanos ante la ley».
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La relación de ventajas que trajo consigo la Revolución francesa es larga, y Eslava se la sabe de carrerilla, cual lista de reyes godos: «Además de fomentar los derechos sociales, empujó a una Europa anclada en el pasado a evolucionar». En un suspiro, aquellas ideas se extendieron cual pandemia por el Viejo Continente, derribaron el Antiguo Régimen y alumbraron como resultado una nueva monarquía: la constitucional. «En ella, la soberanía radica en el pueblo, y no en un rey absoluto designado por Dios», añade. Para otra vez, pero para volver con fuerzas renovadas: «Gracias a este movimiento social, a las reformas que obligó a hacer, hoy los países más avanzados de Europa son monarquías constitucionales».
De 'monsieur' a 'citoyen'
Este millar de cambios arrancaron a finales del siglo XVIII, cuando Francia bailaba al son de los Voltaires y Diderots de rigor; filósofos, poetas, enciclopedistas y pensadores tocados por la luz de la Ilustración y ávidos de agitar el avispero social. Ese caldo de cultivo cultural se unió al descontento de unas clases bajas hartas de los excesos y la altanería de la nobleza gala. «Había un divorcio absoluto entre ellos, solo se reunían en ocasiones muy extrañas. La monarquía vivía apartada en Versalles porque no quería 'contaminarse' juntándose con el pueblo llano y consideraba París una ciudad maloliente y desagradable», explica Eslava.
El andaluz recoge en su obra un episodio que ejemplifica a la perfección esta separación: «Una de las pocas veces que los tres estamentos –nobleza, clero y campesinado– confluyeron fue en 1783, cuando los hermanos Montgolfier probaron su globo aerostático en una demostración pública en Versalles». El ingrediente final de aquel cóctel de desavenencias era una crisis económica sin precedentes fraguada al calor del perenne enfrentamiento con Gran Bretaña. «Habían contraído muchas deudas por apoyar las revueltas de las colonias americanas contra los ingleses», completa. La tensión se palpaba, y Luis XVI intentó aplacarla convocando los Estados generales, pero ya era tarde.
La Revolución francesa contada para escépticos
- Editorial Planeta
- Páginas 464
- Precio 21,90
El 14 de julio de 1789 estalló la bomba con la toma de la Bastilla. Una fecha imposible de olvidar, pero, en palabras del autor, teñida también por el mito y la leyenda: «La prisión no tenía tanta importancia. El pueblo creía que allí estaban presos aquellos que se habían levantado contra la monarquía, pero no había más que unos pocos reos, y la mitad, borrachos». Hasta tuvieron que inventarse la existencia de un noble renegado y contrario al rey para dar empaque al evento. «Dijeron que llevaba treinta años preso, pero era mentira». A cambio, se ha olvidado que las primeras que se alzaron fueron «un grupo de mujeres cansadas de que sus hijos pasaran hambre en las calles de París». El mal de los mitos fundacionales, que suelen simplificarlo todo.
Cara y cruz
Tras la conquista de la Bastilla comenzó un período que se extendió durante una década; una revolución a fuego lento que pasó por mil y un sistemas. «No cuajó ninguna forma de gobierno, no sabían hacia dónde se dirigían», apostilla Eslava. De una Asamblea Constituyente que se extendió dos años, pasaron a una monarquía constitucional todavía más efímera. ¿La causa? «El rey juró la constitución, pero no se la acababa de creer. Estaba convencido de que había sido designado por Dios, y esa es una idea difícil de cambiar». Al final, las presiones de los estados extranjeros, deseosos de devolver a la poltrona a Su Majestad destronada, y el hartazgo de las facciones más extremistas llevaron a Luis XVI a la guillotina en 1793.
La muerte del rey marcó también el inicio de uno de los períodos más turbios de la Revolución francesa: el Terror. Entre 1793 y 1794, la Convención Nacional –la institución al frente de la recién creada Primera República gala– ajustició a un mínimo de 50.000 personas. Otro de los oscuros de este controvertido período.
Durante meses, el gélido filo de la guillotina besó centenares de cuellos acusados de colaborar con los poderosos. «Los revolucionarios vivían con la presión de que los estados monárquicos les invadieran en cualquier momento. Además, sabían que muchos aristócratas que se habían exiliado anhelaban regresar para recuperar sus privilegios. Por eso, eliminaron de forma sistemática a la nobleza que se había quedado en Francia y a cualquiera sospechoso de ser su aliado», completa Eslava. Entre los más sanguinarios se halló un tipo famoso: Maximilien Robespierre, acusado a la postre de «tiranía» por el mismo pueblo que le había aupado hasta el poder. El autor bromea con su característica sorna andaluza: «La revolución, como Saturno, siempre devora a sus hijos».
Para paliar tanta locura llegó Napoleón, el hijo de la revolución que acabó con su madre al coronarse emperador y que, en los últimos meses, ha inspirado a Ridley Scott y a Ken Follett. Porque sí, 'la France' está de moda. Y, para Eslava, la casualidad existe: «No es extraño que hayamos coincidido. Fueron años muy intensos en los que se dieron las mayores vilezas y grandezas del ser humano».
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