Cayo Suetonio: el ariete de las legiones contra la secta de druidas que aterrorizaba a Roma
En el siglo I d. C. la XIV Gemina, al frente de este curtido general, acabó con una tribu celta afincada en la isla de Anglesey
El exterminio de tres legiones romanas que sumió en la locura al emperador Augusto

Cayo Suetonio Paulino no era un comandante cualquiera. Cuando fue nombrado gobernador de Britania, allá por el siglo I d. C., había aplastado a los enemigos de Roma en el norte de África y contaba a sus espaldas con la reputación de infalible, disciplinado... ... y poco dado a las supersticiones. Sin embargo, al pisar la isla de Anglesey se topó con un enemigo que desafió su lógica militar: una extraña secta de druidas que había hecho de su resistencia a la Ciudad Eterna un estandarte con el que avivar los ánimos de las tribus rebeldes. A partir de entonces, su máxima fue su destrucción; y su ariete, el acero de los soldados de la legión XIV Gemina.
Peligrosos druidas
La llegada de las legiones romana a Britania en el siglo I d. C. de manos del emperador Claudio llevó a las diferentes tribus de la zona a organizar varios focos de resistencia. La mayoría, establecidos en la mitad norte de la isla. Sin embargo, los historiadores reconocen como uno de los enclaves celtas más destacados la isla de Anglesey, en las cercanías de Liverpool. Conocida como la 'Isla de los druidas', 'Ynys Mon' en dialecto local, este pedacito de tierra de apenas 715 kilómetros cuadrados se convirtió en un auténtico dolor de cabeza para los soldados. Y es que, en ella se asentaba un colegio de druidas cuyos miembros decían tener el poder necesario para proteger a todo el territorio de los invasores.
Aunque los druidas han pasado a la historia como los sacerdotes del pueblo celta, extraoficialmente canalizaban la religión como forma de aunar a las diferentes tribus contra las legiones romanas. «El pueblo céltico vivió en el norte de Francia y las Islas Británicas. Practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza, a la que atribuía cualidades animísticas o sobrenaturales», señalan John Ankerberg y John Weldon en 'Facts on Halloween'. De esta opinión es también el historiador y arqueólogo Henri Hubert quien, en 'Los celtas y la civilización céltica', determina que los habitantes de las islas se mantenían unidos gracias a los druidas, a los que se daba gran importancia por saber interpretar los deseos de los dioses.
En su extensa obra, 'Legiones de Roma. La historia definitiva de todas las legiones imperiales romanas', el historiador Stephen Dando-Collins es de la misma opinión. En sus palabras, los romanos se percataron de que los druidas eran un factor unificador de las diferentes tribus britanas. Hasta tal punto, que educaban a los hijos de los nobles en su religión.
Con todo, la secta de Anglesey era más tétrica si cabe. Tácito explica en sus crónicas que la isla estaba habitada por una secta de druidas renegados entre los que había unas extrañas mujeres capaces de liderar ejércitos completos. El historiador latino habla de hembras despeinadas, que vestían ropajes fúnebres dedicados al luto y que solían llevar consigo antorchas. El contemporáneo afirma también que este grupo de enemigos era dirigido por una sacerdotisa llamada Velada. «Era una virgen que dominaba un vasto territorio y que era objeto de una profunda veneración. Su función como oráculo era muy importante por su influencia», explica Stefano Mayorca en 'Los misterios de los celtas'. Tácito dice lo siguiente de ella: «Estaba prohibido acercarse a Veleda o dirigirse a ella, como queriendo manifestar la veneración que se le debía».
Roma, al ataque
No parece extraño que, tras pisar Britania, Augusto prohibiera a los romanos que profesaran esa religión y, a la postre, Claudio la ilegalizara en su totalidad. Con esos precedentes, los romanos entendieron que debían conquistar la isla para acabar de un único golpe con el foco de resistencia. Sin embargo, para el ataque se necesitaba un oficial aguerrido capaz de tomar con sus legiones una región que, a priori, parecía inexpugnable.
Para el ataque, Roma eligió al que había sido gobernador de Britania durante dos años, Cayo Suetonio Paulino. El primer militar que, según explica Plinio en 'Descripción de África y Asia', cruzó la cordillera del Atlas durante su estancia como general en África: «Suetonius Paulinus [...] fue el primer general romano que avanzó una distancia de algunas millas más allá del Monte Atlas: él habló de la altura de esta montaña como la de cualquier otra, pero añadió que el camino estaba lleno de espesos bosques formados de una especie de árboles desconocidos. La altura de estos árboles era notable, el tronco sin nudos era brillante y el follaje similar al ciprés, que emanaba un olor fuerte. La cumbre de la montaña estaba cubierta, incluso en verano, de nieve espesa».
Suetonio no solo ofreció una información clave para la geografía romana, sino que también combatió en África como un auténtico héroe. En el año 42 d. C. había demostrado sus habilidades marciales expulsando a una molesta tribu rebelde de Mauritania y optaba a recibir el título de mejor soldado del imperio. Era, en definitiva, un «trabajador y sensato oficial», como determina el también historiador Tácito. Y, como genio que era, necesitaba a unos hombres a la altura. Para tomar la isla, el oficial eligió a los hombres de la XIV Legión, llamada Gémina, fundada por Julio César y famosa por haber participado en todo tipo de campañas como la de Dirraqui y Tapsos.
Guerra
Suetonio salió de Camulodunum, actual Colchester, en al 60 d. C. Tras reunir a sus hombres en la frontera con Gales, se dirigió al noroeste de la región. Como romanos que eran, no tardaron en buscar una solución para poder vadear los ríos que encontraran a su paso. Venían preparados ya que, durante el invierno, los hombres de la legión XIV Gemina habían construido unas pequeñas barcas desmontables de fondo plano para operar en el río y en la costa. Estas fueron transportadas en la columna de bagaje de la fuerza y descargadas en cada uno de los ríos que se encontraban a través del norte de Gales.
Los defensores esperaron al enemigo en las costas, y no eran pocos. Los expertos sostienen que el ejército britano estaba formado por una masa de guerreros galeses, probablemente de las tribus de los deceanglos, los ordovices y los siluros. Estos formaron en la orilla sureste de la isla en una formación apretada y esperaron el desembarco de las tropas enemigas.
Aunque, antes de la batalla, los britanos apostaron por aterrorizar a los romanos. Con los ejércitos en las playas y las armas preparadas, Suetonio recibió la visita de unos curiosos personajes ataviados con túnicas. Y es que, en palabras de Mayorca, los primeros en plantar cara a los invasores fueron «un grupo de druidas que gritaban fórmulas y conjuros mientras elevaban sus manos hacia el cielo».
Tácito va más allá y señala que todo era parte de un extraño ritual mágico llevado a cabo por mujeres y destinado a maldecir a sus contrarios. La realidad es que, mientras los legionarios y los auxiliares salían con dificultades de los botes, un grupo de mujeres histéricas aparecieron por detrás de las filas celtas. «El griterío daba pavor. Decenas de mujeres vestidas completamente de negro saltaban locamente entre los guerreros, completamente hechas furia. Sus cabellos en completo desorden se agitaban en el aire al igual que lo hacían las antorchas encendidas que llevaban en sus manos. Cerca de ellas una banda de druidas , todos ellos vestidos de blanco, alzaban sus manos al cielo lanzando terribles imprecaciones», añadió el cronista romano.
Ver aquel aquelarre aterrorizó a los legionarios de la XIV Gemina. Estos se quedaron petrificados y no atendieron ni a levantar sus escudos para defenderse. Pero Suetonio, a voz en grito, recordó a sus supersticiosos hombres que aquellas no eran más que falacias lanzadas desde gargantas de tribus sin cultura alguna. Después, encabezó la carga contra los enemigos, algo que enardeció los corazones de sus combatientes. El resultado fue el esperado, una masacre. Al poco, había pilas de cadáveres celtas quemándose entre las llamas de las piras funerarias encendidas con los propios tizones de las mujeres. Otra gran victoria para la Ciudad Eterna.
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