El lamentable olvido de un Nobel
¿Qué fue de la biblioteca de Vicente Aleixandre? ¿Y de la Medalla Nobel? ¿Y de sus manuscritos? Todo está disperso. «De un modo surrealista», alerta Alejandro Sanz, portavoz de la comisión de amigos del poeta, que recorre para ABC la vida en su casa de Velintonia, 3

MADRID. En la casa de Velintonia, 3, Federico García Lorca leyó por primera vez los «Sonetos del Amor Oscuro». En la casa de Velintonia, 3, aún resuenan los ladridos de «Sirio I», «Sirio II» y «Sirio III», los tres perros de Aleixandre. Entre los escombros de la casa de Velintonia, 3, asolada por bombardeos y por un infierno de fuego de artillería durante la Guerra Civil, los libros del poeta quedaron enterrados. Algunas de sus portadas y de sus páginas fueron arrancadas con saña en la casa de Velintonia, 3, como pudo comprobar el poeta cuando regresó a ella para rescatar su memoria. Junto a su «hermano menor» -así le llamaba- Miguel Hernández, Aleixandre llegó con un salvoconducto bajo el brazo (se había refugiado en el domicilio de sus tíos en Españoleto, 16) y subido a un carro de mano del que tiraba el poeta alicantino.
La escena se la confió a Luis Antonio de Villena el poeta sevillano en 1975 y la recogió Jesús Marchamalo en Blanco y Negro Cultural glosando las bibliotecas perdidas. Entre las ruinas y los cascotes de Velintonia, 3, se arracimaban obras quemadas y páginas rotas. Algunas quedaron a salvo, como la primera edición de «Pasión de la tierra», impresa en México en 1932. En las páginas había rasgos en relieve que parecían rastros de piedras o arena, como si hubieran sido pisoteadas. Aleixandre logró recuperar media docena de libros, como la primera edición de «Canciones», dedicada por Lorca.
A la casa de Velintonia, 3, llegó Vicente Aleixandre en 1927, junto a su padre, su madre y su hermana Conchita, procedentes de Málaga. Por allí ha pasado más de medio siglo de poesía grande (Lorca, Cernuda, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Claudio Rodríguez, José Hierro, Francisco Brines...). El Nobel chileno quiso incluso sacar a Aleixandre de España en 1937 para que se curara de su avanzada tuberculosis renal, que obligó a extirparle un riñón en 1932. El poeta requería reposo absoluto, alimentación adecuada y campo. Giner de los Ríos le facilitó un salvoconducto para que se aislara en Miraflores, en donde escribiría parte de su obra, leería a Hölderlin y a los románticos ingleses antes de regresar a su adorada Velintonia, 3. Neruda, que asistía al Congreso de Escritores Antifascistas, le conminó: «¡No puedes quedarte así. Tu estado es muy crítico. ¡Mañana te vienes a París en helicóptero! Allí estarás como te mereces». Pero chocó con la «tozudez burocrática». El episodio lo recoge Duque Amusco en su libro «Tres poetas, tres amigos».
La casa de Velintonia, 3, cobijó la Medalla Nobel que el Rey de Suecia le entregó en 1977 a Aleixandre. Hoy, según diversas fuentes consultadas por ABC, esa Medalla la cuida un párroco amigo de la familia. «Parte de la biblioteca del poeta se encuentra también en muy buenas manos: en las de su buen amigo Carlos Bousoño», añaden otras voces. El manuscrito de «Encuentros» está protegido por religiosas. Son ejemplos de cómo el legado de un gran poeta y un buen hombre está hoy muy disperso, advierten los amigos del creador.
En la casa de Velintonia, 3, sobrevive aún el cedro que plantó Aleixandre. El sonido de los pájaros tampoco se ha amilanado, como guiño a un hombre que amaba los animales, los silencios y el campo. Una vez le preguntaron qué animal admiraba más y Aleixandre contestó: «El águila en libertad».
En esa casa de Velintonia, 3, Vicente Aleixandre vivió su «largo exilio interior», señala a ABC Alejandro Sanz: «Era una persona excepcional. Escribía en la cama, tumbado. Charlaba con sus amigos en una silla abatible. Por los jardines de su casa paseaba y leía. Y por la tarde-noche escribía».
Aleixandre detestaba la «pretenciosidad». Hoy se debate en el Ayuntamiento de Madrid el futuro de Velintonia, 3. Algo nada pretencioso. «La familia tiene ofertas. Si se convierte en un geriátrico lo lamentaremos. Madrid no puede olvidar ni abandonar la memoria de Aleixandre», concluye Sanz, que estudia dirigir una carta a la Fundación Nobel denunciando el imperdonable olvido de más de dos décadas a un Nobel en Velintonia, 3. Porque resulta imperdonable que una ciudad como Madrid no guarde toda esa memoria como si fuera un tesoro.
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