Sostres, en un balneario: luna de miel en La Toja
Un verano perdido
«El balneario ha sido moderno y clásico a cada momento de su larga historia, también ahora tras la última reforma»
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Iniciar sesiónCuando mi mujer y yo todavía discutíamos sobre grandes asuntos me reprochó que el problema de nuestro matrimonio era que el gran amor de mi vida no era ella sino nuestra hija; y en lugar de callarme, que es lo único que puedes hacer si ... alguien herido a quien quieres ha dejado descubierta la herida, le respondí que el problema lo tenía ella porque su gran amor no era Maria sino sus padres. Me sentí mal al decirlo, primero porque es cierto, y la verdad, decirla, me ha planteado siempre muchos más problemas éticos que mentir; y luego porque pareció un desprecio y mis suegros son maravillosos, me han ayudado decisivamente a conservar mi familia y los quiero y les agradezco y los admiro y sin ellos no tendría lo mejor de mi vida.
Han pasado algunos años de aquella conversación, con Anna hemos pactado una paz imperfecta, familiar, muy amorosa, con discusiones duras pero por minucias y sin ganas de guerrear. Para compensar los días que no estuvo con nosotros en Bangkok pensé en darle una sorpresa y con el tiempo he aprendido que solemos ganar bastante cuando en lugar de cuestionar al otro o tratar de cambiarlo intentamos satisfacerlo en lo que es. Y junto con mi idea de que Galicia es el secreto mejor guardado del lujo mundial está el hecho de que el balneario de La Toja es un lugar mítico para ella porque mis suegros fueron allí de luna de miel y de pequeños a los hijos les contaron anécdotas fascinantes sobre aquellos días.
Le digo el destino y enseguida se pone contenta, muy contenta, hasta feliz, diría, si no le tuviera tanta manía a esta palabra, y pienso qué fácil es todo cuando nos concentramos en lo que toca, y en el avión a Vigo resplandece la familia en los suegros que no nos acompañan pero a los que rendimos homenaje y Anna cuenta algunas de las historias: mi preferida es que la noche que llegaron era muy tarde y aunque el restaurante había cerrado, les dijeron «les estábamos esperando y les hemos guardado algo para cenar», y les sirvieron una magnífica cena fría, con champán y mariscos, algunos nunca antes habían probado. Eran los años setenta, creo que 1971 y quedaron sorprendidos porque no se solía comer bien en los hoteles de aquella España, sorprendidos además de muy agradecidos porque hubieran pensado en dos recién casados que llegaban de un largo viaje y que estarían hambrientos. ¿Quién piensa ahora en nosotros fuera del horario? Sería delito no más que plantearlo.
El balneario ha sido moderno y clásico a cada momento de su larga historia, también ahora tras la última reforma: clásico en las formas, sin estridencias, sin querer estar de moda, preservando la cierta austeridad que exige el buen gusto; y moderno en sus prestaciones y tratamientos y en su manera de interpretar el lujo y la comodidad. En 1971 mis suegros tuvieron la sensación de entrar en el gran templo del lujo nacional y es la misma sensación que nosotros tenemos ahora, con la añadidura de haber estado en hoteles mucho más vulgares y tremendamente más caros, porque Galicia aún es un secreto, aunque no creo que por mucho más tiempo.
Ahora Anna y Maria tienen hora para un masaje y las veo alejarse en albornoz, muy graciosas las dos juntas, y pienso en mis suegros y en 1971 y en cómo ha cambiado este país y nosotros con él, y en qué pensarán de lo que a veces escribo, y recuerdo el día en que Anna les explicó que quería separarse y ellos me citaron en su casa y me dijeron «tú siempre serás nuestro yerno» y sin hacer ningún alarde poco a poco la fueron calmando, me dieron margen, paciencia, amor de padres aunque fueran suegros; y yo pude convencer a mi mujer, todavía hoy mi mujer a nuestra manera, de que el fracaso del matrimonio no tiene que conllevar el fracaso de una familia. Y aquí estamos juntos los tres, cariñosos, sobre todo Anna, muy simpáticos, sobre todo yo, y con su mala leche divertidísima Maria, volviendo sobre la luna de miel que hizo posible a Anna, por lo menos a la mitad de Maria, y a mí tal como me entiendo y soy, porque sin ellas sería otro completamente distinto.
Aquí estamos, en este balneario de La Toja que es una joya oculta, tal como oculta parece permanecer en nuestra era la fuerza, la luz de la familia, y nuestro deber fundamental de luchar y de vencer en el afán por mantenerla segura y unida.
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