Manel Fuentes: «La fama y el dinero no te cambia. Si te vuelves imbécil es porque ya lo eras»
El presentador nos habla de su infancia, de su familia y de su pasión por el espectáculo
El espectacular cambio físico de Manel Fuentes

Antes de cada grabación de 'Tu cara me suena', el gran espectáculo familiar de Antena 3, Manel Fuentes tiene muy claro lo que debe hacer: «Trabajo mucho y muy duro antes de cada programa para relajarme al máximo cuando llego a plató. La preparación y la experiencia me ayudan a disfrutar, las horas de vuelo sirven para ver por dónde van los tiros». Además, desde hace 20 años, actúa con su banda, Manel Fuentes & The Spring's Team cosechando un gran éxito rindiendo tributo a su ídolo, Bruce Springsteen: con 'La leyenda del Boss' repasamos el origen de sus canciones. Es una de mis pasiones: «En persona es un muy agradable. Gana en las distancias cortas. Es un gran tipo, con un compromiso elogiable».
El deporte es otro elemento importante en su vida: «El fútbol nos une a mí y a mis hijos. Somos futboleros, ellos además juegan muy bien. Yo voy a verles jugar y luego vamos juntos a los partidos del Barça». Sigue las rutinas por temporadas, aunque ahora se lo toma todo de manera más relajada y lo hace más por salud que por estética. Dejó el crossfit tras sufrir una lesión y, por ahora, lo tiene en reserva: «Con tanto trabajo, prefiero no arriesgarme». Manel está esperando que llegue el verano para practicar lo que más le gusta, nadar: «Llego a la playa a las siete de la mañana, cuando no hay nadie, y voy hasta una roca. Son tres horas nadando en las que solo oigo mi respiración y puedo meditar, estoy en plena comunión con el mar, con la naturaleza. Me encanta, me relaja mucho. Luego ya empieza el día y me puedo enfrentar a cualquier cosa».
Manel no sabría cómo presentarse, cómo definirse: «Prefiero que me conozcan y que cada uno saque sus conclusiones. No me gusta ponerme muchas etiquetas». No se considera un tipo maniático, «pero soy perfeccionista». Le da paz el mar, conducir por la noche con música, leer. Le saca de quicio la gente que hace trampas, «pero intento que cada vez haya menos cosas que me alteren».
Si hay algo importante en su vida es su familia. Lleva más de dos décadas enamorado de Clara Cabezas y tiene dos hijos, Max (21 años) y Bruna (16). Reconoce que la paternidad la cambió por completo: «Cuando eres padre aprendes a dejar de ser egoísta, descubres que en la vida hay otras prioridades antes que tú. Debes cuidarles y aprender a respetarles, saber que tienen su propio criterio, que son independientes. No me gusta decir que siento orgulloso de ellos porque no me pertenecen, son del mundo. Me siento feliz al verles felices». Manel atesora las experiencias familiares: «Dos o tres veces al año nos vamos de viaje todos juntos y compartimos esos momentos con intensidad. Los recordaremos siempre». Ellos son su ancla: «La toma de tierra en esta profesión es lo más importante. La fama y el dinero no te cambia. Si te vuelves imbécil es porque ya eras imbécil. Yo tengo claro de dónde vengo. Vivo en el mismo barrio, aunque en una casa mejor, eso sí. Tengo los mismos amigos, hago la vida de barrio y disfruto de la camaradería de los míos».
La foto: La temprana fascinación por el 'show'
A Manel le llevaron al circo y se quedó embobado con el espectáculo. Aquel niño ya sentía una fascinación por el 'show', por los payasos, que le entusiasmaban. Sentía una tremenda curiosidad por ese mundo artístico que, finalmente, sería el suyo con los años. Con los colegas ya le montaba alguna función a su hermano para entretenerle. Su cabeza estaba más pendiente de la fantasía que de los estudios, de ahí que lo pasara un poco mal en el colegio: «Yo siempre tenía ganas de jugar más de poner atención en clase. No es que fuera especialmente travieso, era lo justo, pero una vez me pillaron imitando a la profesora de latín y me castigaron».

Por aquel entonces no imaginaba que el público le premiaría por imitar al Rey o a Bruce Springsteen. Fue una infancia dura en lo escolar, pero muy feliz en la parte de la evasión. Además de los juegos, Manel tenía los libros y la tele, que le abrían los ojos al mundo. Con su hermano hacía piña, pero también tenía su pandilla, sobre todo la de verano: «Recuerdo las vacaciones, con el Renaul 5 cargado hasta los topes, llegando a cualquier playa semicutre en la que siempre encontrábamos vecinos muy majos que llevaban patatas fritas, olivas, todo se compartía, nos cuidábamos los unos a los otros, había un ambiente de tribu, de comunidad, algo que yo intento fomentar, inculcar a mis hijos. Al final, la felicidad está cerca, está donde están tus amigos, la gente que quieres y te quiere. Es una pena que se pierda».
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