Ayanta Barilli: «Tras la muerte de mi padre he entendido que escribía para que me leyera»

La escritora se encuentra inmersa en la promoción de su libro, 'Si no amaneciera', donde una hija se despide de su progenitor. Coincide que su padre, Fernando Sánchez Dragó, falleció una semana antes de su publicación

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Ayanta Barilli GTRES

El destino ha jugado con la escritora Ayanta Barilli quien no imaginó que la promoción de su libro 'Si no amaneciera' donde una hija se despide de su padre iba a coincidir con el duelo real tras la muerte del suyo. Ayanta habla en ... una especie de terapia que no ha contratado, pero sí sirve para gestionar el dolor.

—Será el destino pero vaya tela que tengamos que hablar de su libro en pleno duelo por la muerte de su padre el escritor Fernando Sánchez Dragó. Precisamente en su novela es una hija quien despide a su padre en una alternancia de recuerdos que en menos de 24 horas reflejan cien años de sus vidas. No quiero ni imaginar el torrente de emociones que debe circular por sus venas.

—Mi padre falleció una semana antes de que saliera el libro y confieso que intenté parar la publicación porque no me veía con fuerzas para someterme a una promoción y más teniendo en cuenta que este libro es un largo adiós de una hija a un padre. No se pudo y en la editorial me dijeron que hiciera hasta donde pudiera. Sigo en proceso de duelo y hasta de entender qué ha pasado con este libro y con mi padre. Los primeros días han sido como una psicoterapia grupal porque todos los periodistas me han acogido con mucho cariño y respeto y en especial hacia la figura de mi padre como gran agitador cultural. Mis emociones han ido variando y reconozco que todo está siendo muy curioso.

—¿Qué fue lo que le llevó a escribir la despedida de una hija a un padre?

—Fue por el miedo tan atroz que tenía a que eso pasara. Pergeño una historia de ficción que se desarrolla en el último día de vida del padre pero recordando la historia de esta familia. La esencia de esta despedida claro que es autobiográfica. La necesidad de hablar con mi padre y la declaración de amor es la base de todo. Mi padre tenía una edad y sabía que su final se acercaba.

—¿Escribir este libro le han ayudado a estar más preparada para la muerte real que ha vivido?

—Escribir sobre una reflexión profunda ayuda a que llegues de otra manera a este luto pero te aseguro que no estoy entera. Luego está al misterio de tantas cosas y más cuando remueves el caldero de la creatividad. He estado más de cuatro años metida de lleno en el libro y sí creo que esta sincronía o causalidades, como decía mi padre, remueve ciertas energías que hacen que tengas una sensación premonitoria.

—Su protagonista muere en los peores momentos de la pandemia. ¿Sufrió mucho pensando que le podía pasar al suyo?

—Mi miedo es atávico porque perdí a mi madre con diez años y eso hizo que estuviera muy conectada con la muerte. Desde niña hablo con mi madre y ahora lo hago con los dos. Ese miedo lo he tenido siempre. De pequeña escuchaba los corazones de mi familia para comprobar que latían. Siempre me ha preocupado la fragilidad de la vida pero a la vez pensaba que mi padre era eterno porque era pura fortaleza y esa personalidad tan apabullante que tenía hacía que siempre lo creyera. Y así fue hasta cinco minutos antes de su muerte. En la pandemia sufrí y me indigné por todo lo que vivimos, pero no temí por él porque estuvo muy encerrado y lo que hago en mi libro es denunciar todo lo que pasó, que fue inadecuado y terrible, y el motivo por el que mis protagonistas no pueden encontrarse en ese último día.

—El destino quiso también que su padre leyera las galeradas de esta novela una semana antes de su despedida.

—Fíjate que nuestra norma era no enseñarnos nuestros libros hasta tenerlos terminados. En esta ocasión se lo dejé una semana antes de su publicación porque iba a estar de viaje. Era como si tuviera prisa para que lo leyera. Quería regalárselo y algo hizo que no esperara. Hoy reconozco que ha sido un alivio porque pudo leerlo y de ahí que luego conversáramos sobre lo que había y hasta nos reíamos. Me dijo divertido que le había acompañado «hacia una buena muerte». Esa fue nuestra última conversación.

—¿Es consciente de la gran despedida que ha podido vivir con su padre? Todo lo que está viviendo podría ser otra novela.

—Desde niña me unió a mi padre la literatura. Me crié con un biberón y una sopa de letras, una muralla de libros que me protegía del exterior y me permitía vivir otras vidas y lugares. Tener esa última conversación es algo que estos días me consuela. No sé cómo estaría si no hubiera podido leerlo.

—Cuatro años escribiendo un libro de una calidad y riqueza literaria enormes. ¿Cómo va a ser escribir sin la cercanía de su padre?

—Conozco la orfandad desde niña pero sé que la cabeza no permite que nuestros referentes se vayan. Reconozco que me han pedido escribir sobre mi padre y al verme las manos sobre las teclas rompí a llorar y fui incapaz. Sé que pasará pero ahora el hecho de escribir es algo que me une tanto a él que el dolor que me produce sólo el gesto no me deja. Seguiré escribiendo porque es mi vocación, pero ahora no. Estos días he entendido que escribía para que mi padre me leyera. No es una cuestión de aceptación porque la tenía de sobra sino porque me encantaba enseñárselo. Es como el niño que vuelve a casa del colegio con un dibujo, algo que pertenece a la ternura y los amores familiares. Mi padre era mi referente.

—Su obra literaria está muy marcada por su familia.

—Eso es porque tengo una familia disparatada donde cabe el drama y la comedia. Tanto la parte italiana como la española forma una familia de artistas donde si sale un ingeniero sería un bicho raro. La familia guarda secretos y misterios y me encanta intentar entender a todos.

—¿Quién es hoy la columna donde apoyarse?

—Tengo dos hijos mayores, de 26 y 31 años, que indudablemente son mi soporte. Ellos también han perdido a su abuelo y conocen perfectamente cómo era y lo que han vivido a su lado porque estaba muy presente. Su muerte ha generado un desbarajuste energético enorme pero ahora empezamos a vivir esos momentos tan necesarios y sanadores como es recordar muchas anécdotas con risas. Mi hijo escribió un texto para la familia que describe a mi padre genial llamándole un «torero japonés».

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