FOTOMATÓN
Carlos y Camila, la simpatía de los feos
En la verdad del día son un retrato del amor longevo, y ya casi enternecedor, por la edad alta de los culpables
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Iniciar sesiónHay ahora ruido porque Harry y Megan son una serie, pero a mí la pareja del momento, si miro el pabellón de la Casa Real inglesa, me parecen Carlos y Camila, que encima dan mucho juego en 'The Crown', que eso ... sí es una serie, y no la de los párvulos Megan y Harry. Lo de Megan y Harry es un publirreportaje, y lo de Carlos y Camila es un culebrón emotivo, y pasional, en la serie, pero luego en la verdad del día es un retrato del amor longevo, y ya casi enternecedor, por la edad alta de los culpables.
Carlos era un señor de chaleco y leontina que venía a veces a España, a inauguraciones de tronío, donde deslumbraba Isabel Preysler. Ahí le conocimos. Pero Carlos es ya Carlos III y le ha caído, desde la gracia de calle, el apodo de Carlos Tintero, recogiendo su episodio de cabreo ante aquel tintero de firmar. El episodio pudiera ser una anécdota de tantos días de funeral de Netflix en vivo de la Reina Isabel II, pero apuntan quienes saben que ese carácter crispado, tirando a clasista, quizá, es algo habitual en el reciente rey. El gesto no ha gustado, en las multitudes, aunque se hagan chistes. Mal empezamos, porque la popularidad no le avala, ante el hijo, Guillermo, y no digamos ante la popularidad sideral de la madre difunta, que es algo así como la abuela del mundo.
Cuando Carlos y Camila vinieron por vez primera España, en visita oficial, el gentío dio su veredicto alegre a pie de semáforo: «Son muy majos». Fue un viaje de pocos días, pero les cundió, porque el viaje resultó algo así como una gira de mucha agenda donde cabía tomarse una crema de yogur en el Madrid de los Austrias y también saludar a ministras o a la duquesa de Alba, que era más que una ministra. Por encima o por debajo de las crónicas de lo oficial, uno coincide con la calle en que emanan Carlos y Camila un ánimo cordial, de sonrisa fácil, aliviando un poco o un mucho esa imagen de pareja ilustrísima de museo de cera que siempre les precede. Yo arriesgaría, como resumen, que Carlos y Camila van sobrados de la simpatía de los feos, y también que dicen mucho sin decir nada, según el lema casi a rajatabla que aún recuerdo y de aquella visita histórica: «Muchas fotos y pocas palabras».
A Don Carlos, entonces, hoy Carlos III, le hemos visto dueño de la elegancia añeja que desde siempre se gasta, una elegancia de chaleco de oro, aunque no lleve chaleco. La elegancia es lucir el chaleco que no se lleva, y ahí el hombre lo borda. Eso, y el aire british, tan suyo, de ir a tomar el té de las cinco, aunque no lo tome. A Camila la hemos apreciado campechana, y no escribo la palabra con urgencia, sino con deliberación, porque algo hay siempre en ella de duquesa de campo, lleve o no lleve sombrilla blanca bajo el sol.
Habrá que darle tiempo al tiempo, obviamente, que es como decir tiempo al rey, para que Carlos III se avale cordial entre la gente, o bien descarrile de nuevo, por su mal humor, o por su natural desdeñoso. Los gestos de cariño que fue derrochando entre los peatones congregados en los fastos funerales no eran una improvisación. Convienen. Hay que mejorar una imagen que él mismo se ha buscado. Por lo general, cuando Camila no va a su lado.
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