Vino e historia de España
Memoria embotellada: las bodegas más antiguas de España
Adentrarse en un viejo lagar es retroceder en el tiempo para admirar cómo nuestros antepasados, hace ya muchos siglos, elaboraban los mismos vinos que hoy custodiamos con recelo
Tres cavas y un fino para degustar en verano
Laura S. Lara
El de bodega más antigua de España es, sin lugar a dudas, el título más disputado por todas esas casas históricas que, desde hace siglos, continúan elaborando vino a lo largo y ancho de nuestra geografía. En un país donde numerosos restos arqueológicos ... hablan de la transformación de la uva desde mucho antes de la época romana, no son pocos los lagares que presumen de aniversarios centenarios. Algunos de ellos siguen, hoy en día, en manos de las familias fundadoras. Sin embargo, son menos los que han sabido reconducir ese legado y adaptarse a los nuevos tiempos de un sector en continuo movimiento que, en las últimas décadas, ha experimentado un cambio sustancial. Una metamorfosis motivada por el cambio climático y los nuevos hábitos de consumo.
Para encontrar las raíces vitivinícolas de España tenemos que viajar al Penedés, a las puertas de Codorníu, la masía modernista diseñada por Puig i Cadafalch, discípulo de Antonio Gaudí y conocida como la Catedral del Cava -declarada Monumento Histórico-Artístico Nacional en 1976-. Más de 470 años de historia y saber hacer envuelven la historia de la bodega más antigua de España, cuyo origen se remonta al siglo XVI, concretamente a 1551. «Algunos documentos datados en ese año dan fe de que Jaume Codorníu ya era propietario de viñedos, prensas, barricas y cubas para elaborar vino», señalan sus portavoces. Este momento marca el inicio de la empresa vinícola más veterana del país, una de las decanas del mundo. Todo un símbolo de continuidad, innovación y fidelidad a sus orígenes, sostenido por cinco siglos y una larga experiencia.
El acontecimiento que marcó la trayectoria de esta casa fue en enlace entre Anna, la heredera de la masía y los viñedos de Can Codorníu, y el viticultor Miquel Raventós. Una unión que vincularía para siempre los apellidos Codorníu-Raventós a la alma mater de la empresa. El resto es historia del vino. «Tras muchos años de experimentos y de algún viaje a la Champagne, en 1872, Josep Raventós Fatjó elaboró el primer cava. Fue pionero en la elaboración de este espumoso blanco que hoy es conocido mundialmente», exponen.
Este hallazgo supuso un cambio importante y una reorientación estratégica determinante para Codorníu, sentando los cimientos de los que hoy en día es la bodega. En 1885, al fallecer Josep Raventós Fatjó, su hijo, Manuel, heredó el negocio: «Visionario y emprendedor, fiel defensor del cava, es quien toma la decisión de que la bodega se dedique en exclusiva a la elaboración de cava, estableciendo el 'coupage' del espumoso del Penedés que sigue vigente hoy en día -macabeo, xarel-lo y parellada-». En la actualidad, Codorníu es el mayor elaborador de cava ecológico del mundo. Esta idílica finca en mitad de bosque, junto a un lago y rodeada de viñedos, se mantiene unida en manos de Sergio Fuster, que cultiva de acuerdo a la viticultura sostenible. Su compromiso con el medio ambiente forma parte de un propósito corporativo que da valor a la tierra. Todos sus cavas serán 100% ecológicos.
La cuna del vino fino
Pero solo hay una región que concentre más historia enológica por metro cuadrado: La Rioja. Pasear por el viejo Barrio de la Estación de Haro, recordando ese 'tren del vino' que hacía posible que las botellas de bodegas históricas como Bilbaínas, Viña Pomal, CVNE, Muga o Roda pudieran comercializarse en el resto de España y en ultramar, tan importante como para que en esta pequeña ciudad se pusiera en marcha el primer alumbrado eléctrico del país, es una buena manera de entender el valor de esta tierra de vino cuyos viñedos se extienden hasta los dominios alaveses.
Precisamente allí, en el corazón de lo que un día se conoció como la Sonsierra Navarra, Bodegas Casa Primicia recupera un proyecto familiar que hunde sus raíces en una tradición de más de cinco siglos. Julián Madrid rescató del olvido Casa de la Primicia, el edificio civil más antiguo de la villa de Laguardia, donde, a nueve metros bajo tierra, se encuentran los calados más antiguos de Rioja Alavesa para elaborar vinos de gran calidad. Tradición familiar que ahora continúa su actual gerente, Iker Madrid.
Tampoco podemos olvidarnos de Montecillo, fundada en 1870 por Don Celestino Navajas Matute y adquirida en 1973 por la Familia Osborne. Es la bodega más antigua de Fuenmayor y la tercera más antigua de la D.O.Ca. Rioja, cuyos calados subterráneos albergan añadas desde 1926, además de un impresionante botellero donde cientos de botellas de Gran Reserva se apilan a mano unas sobre otras, sin ningún soporte y con tanta precisión y firmeza que se podría andar sobre ellas. Más de 150 años después de su fundación, Montecillo mantiene una sólida filosofía en la que prima el cuidado del viñedo, la selección de la mejor uva y una vinificación respetuosa, para dar lugar a vinos extraordinarios. El legado centenario detrás de un nombre eterno.
Marqués de Murrieta conoce bien la responsabilidad que conlleva acarrear con el peso de la herencia porque su historia es la de La Rioja. O, más bien, la del rioja. En 1852, Luciano Murrieta elaboró el que es considerado como el primer 'vino fino' de la región. Su vocación exportadora le llevó a enviar 50 barricas a Cuba y otras tantas a México para comprobar si sus vinos eran capaces de mantenerse estables tras un viaje trasatlántico. De México no obtuvo noticia, pero la prensa cubana alabó la calidad de los vinos recibidos, animándole a conquistar nuevos puertos. Este visionario, nombrado marqués por el rey Amadeo de Saboya, adquirió en 1877 la Finca Ygay y en 1878 mandó construir el emblemático castillo del mismo nombre al más puro estilo château bordelés: una bodega rodeada de su propio viñedo.
En la actualidad, curiosear por las estancias del Castillo de Ygay, restaurado y convertido en museo, a través de las colecciones de vino de la bodega -algunas datadas en el año 1852-, así como de distintos documentos históricos y etiquetas, podemos hacernos una idea del papel que Marqués de Murrieta tuvo a la hora de poner Rioja en el mundo. Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga, undécimo Conde de Creixell, preside hoy la bodega junto a su hermana Cristina, aportando una nueva visión al negocio que se apoya en una renovación de la bodega y los vinos, así como en un ambicioso plan de enoturismo.
Este año, la familia cumple 40 años al frente de la emblemática bodega, aniversario que llega en un momento dulce tras haber conseguido los premios a 'Mejor vino', 'Mejor bodega', el de 'Mejor enóloga' del mundo y coincidir con la finalización de las obras de su nueva área de producción. «Han sido muchos años de esfuerzo, de pasión en lo que hacemos, y todos los reconocimientos recibidos nos indican que el camino era el correcto. Así seguiremos, esforzándonos por seguir mejorando y conseguir la máxima calidad posible para llevar nuestros vinos a más de un centenar de países», sentencia el presidente de Marqués de Murrieta.
ADN volcánico
A punto de cumplir 250 años, El Grifo es la bodega más antigua del archipiélago canario. Situada en el área protegida de La Geria, Lanzarote, que fue cubierta de lava y ceniza después de las erupciones volcánicas de 1730 a 1736, y rediseñada por César Manrique, en sus instalaciones se ha elaborado vino ininterrumpidamente desde 1775. «Las primeras bodegas de las islas datan de los años 70 y 90 del siglo XV, en Gran Canaria y Tenerife respectivamente, pero estas bodegas y las que se iniciaron después, fueron desapareciendo», explica Juan José Otamendi, propietario de El Grifo junto a su hermano Fermín. Lanzarote fue la última isla de Canarias en elaborar vino. «La gran erupción del XVIII cubrió una buena parte de la isla de lava. Trasformó la isla, aumentó su tamaño y favoreció el viñedo en gran escala, porque la arena volcánica minimiza la evaporación de las escasas lluvias. La erupción hizo posible la viña».
Antes de que el volcán cambiara para siempre la orografía de esta parte de la isla, la familia De Torres y Ribera poseía algunas parcelas para pasto y cereal en el paraje de El Grifo. Otamendi cuenta que el venerable D. Antonio de Torres y Ribera, beneficiado de la única parroquia de Lanzarote -Nuestra Señora de Guadalupe, en Teguise, capital de la Isla- procedió a adquirir diversas parcelas, la mayoría de cuyas compras ante escribanos públicos tienen documentadas. «Plantó viña hasta completar la hacienda de El Grifo tal y como se encuentra ahora. Conocemos con precisión la fecha de edificación del lagar cubierto, 1775.
El gerente de El Grifo en 1982, Felipe Blanco Pinilla, ordenó demoler una vieja tanquilla del cuarto del vinagre, y en su base apareció la inscripción: Jesús, María y José Grifo 1775». De ahí el nombre de la bodega. El primer cambio de manos llegaría después de diversas vicisitudes testamentarias de la familia De Torres. El segundo, cuando Manuel García-Durán Ramírez, bisabuelo de los actuales propietarios, obtuvo el control efectivo del patrimonio. A partir de entonces, la propiedad ha permanecido en el mismo clan. «Cada generación ha aportado una cosa», afirma el actual propietario.
«El vino de la primera familia y parte de la segunda se destinaba a elaborar aguardientes, pese a la falta de combustible en Lanzarote. Se arrancaron para este fin las malas hierbas, las aulagas y cualquier vegetal, lo que propició el corrimiento de las arenas marinas que atraviesan la isla. La industria del aguardiente fue impulsada por comerciantes tinerfeños que instalaron en Arrecife diversas destilerías y dieron impulso a la que terminaría siendo la capital de la isla», añade. «Luego llegó la fase del consumo del vino, con la que tomó la delantera la malvasía volcánica en detrimento del listán blanco. Las variedades fueron traídas de las islas mayores, mayoritariamente blancas. Tenerife cambió el color de sus vinos en la segunda mitad del XIX, dedicándose especialmente al tinto de listán negro. Sin embargo, Lanzarote siguió manteniendo sus variedades blancas».
La familia de Otamendi contribuyó a modernizar la vinificación. «En 1906, nuestro bisabuelo, Manuel García Durán, 'jubiló' la prensa de viga y adquirió de segunda mano una prensa hidráulica alemana que hizo su trabajo hasta los años 70 del siglo pasado, cuando se introdujeron las prensas horizontales, que a su vez fueron jubiladas por las neumáticas actuales», recuerda el propietario. «En 1924 nuestra abuela construyó unos depósitos de cal y canto recubiertos por unas láminas de cristal traídos desde Bélgica, donde nuestro abuelo adquiría algún material quirúrgico. En los años 50, con un motor de camión que se caía a pedazos, se introdujo la electricidad en El Grifo, pudiendo acceder a maquinaria de bodega que no exigía tanto esfuerzo humano. Nosotros mismos, a comienzos de los 80, introdujimos en el archipiélago los primeros depósitos inoxidables».
Por el consejo de César Manrique, no se deshicieron de los viejos artilugios. Incluso cuando esto les obligaba a construir un edificio anexo. En lugar de ello, convirtieron la antigua bodega en Museo del Vino. «Tardamos un tiempo en percatarnos del gran favor que nos había hecho Manrique con su advertencia», asegura. Gracias al artista, mantienen vinos de malvasía dulce y seco de 1881, este último desgraciadamente imbebible por no haber sido alcoholizado.
La clave está en el sur
Barbadillo en Sanlúcar de Barrameda, Osborne en el Puerto de Santa María, con sus flamantes 250 años recién cumplidos, la mítica bodega del Tío Pepe en Jerez de la Frontera, las soleras de Gutiérrez Colosía o las raíces de Bodegas Tradición, en cuyo archivo histórico, que data de 1650, encontramos documentos de valor incalculable que reflejan la relación comercial de esta familia con el vino desde hace 400 años. Entre Cádiz y Córdoba se halla parte del origen de la cultura vitivinícola de nuestro país. Vinos viajeros, únicos en el mundo, que aún hoy luchan por ser considerados dentro de nuestras fronteras como las joyas enológicas que un día fueron más allá de ellas. Hablamos de los vinos del Marco de Jerez y Montilla-Moriles, dos regiones que concentran otro buen racimo de bodegas antiguas.
«Estar al frente de una bodega con una historia que se acerca a los tres siglos, propiedad de numerosas familias vinculadas emocionalmente, es una responsabilidad», sostiene José Federico Carvajal, director general de Bodegas Delgado Zuleta. «Este compromiso nos obliga a ser muy respetuosos con el pasado y la tradición de una bodega histórica en Sanlúcar, muy orgullosa de su origen y de llevar el nombre de nuestra ciudad y de nuestro vino más universal, la manzanilla, por medio mundo, pero también nos empuja a ser una empresa dinámica, en continua transformación y adaptación a los nuevos tiempos». Delgado Zuleta es la bodega más antigua del Marco de Jerez. Según recogen diferentes documentos, sus orígenes se remontan al siglo XVIII.
El legajo más antiguo pertenece a 1719, y se sabe que fue en 1744 cuando el Cargador a Indias, Caballero de la Orden de Calatrava y Regidor Perpetuo de Sanlúcar, don Francisco Gil de Ledesma y Sotomayor, inició la actividad de la empresa vinatera dedicada al comercio con América. El nombre Delgado Zuleta llega después, y se debe al marino de guerra que a finales del siglo XIX contrajo matrimonio con Dolores Ñudi, descendiente directa de Gil de Ledesma. Este navegante dejó su carrera militar para ocuparse del negocio vinatero y consiguió que la compañía experimentase una importante expansión, llegando a ser proveedores de la Real Casa de sus majestades don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia. Relaciones que se han mantenido hasta nuestro siglo: la manzanilla La Goya fue seleccionada para el enlace de los Reyes de España, don Felipe de Borbón y doña Letizia Ortiz.
Con un origen que se remonta a los fenicios y una historia reciente repleta de guerras, crisis y pandemias, los vinos de Jerez son un ejemplo de adaptación y de supervivencia. La lucha continúa, y nuevos actores, como el cambio climático o los actuales hábitos de consumo, se suman a la contienda. «La tendencia del consumidor está clara, beber menos pero mejor, productos de kilometro cero, 'crafted', en los que se respete la elaboración artesanal que nuestra herencia y legado nos ha proporcionado. En esencia, esto es lo que prevemos que va a ocurrir con el vino y el brandy de Jerez. Habrá 'poco y bueno', que es justo en lo que Bodegas Fundador estamos trabajando actualmente, seleccionando las mejores barricas que previamente contuvieron vino de Jerez (nuestras afamadas 'sherry casks') para envejecer en ellas nuestros mejores brandis. El futuro no puede ser más alentador», vaticina Ángel Piña, director comercial y de marketing de Grupo Emperador Spain.
El padre de Bodegas Fundador fue Patrick Murphy, un granjero y bodeguero irlandés que llegó a Jerez en 1725 para establecer un negocio de exportación de lana. Al poco tiempo de su estancia en la ciudad descubrió las oportunidades que empezaba a mostrar el negocio del vino de Jerez y en 1730 decidió adquirir un antiguo lagar, parte de la actual Bodega El Molino, la más antigua del Marco, para constituir su negocio de elaboración, almacenamiento y exportación de jereces. Así comenzó la larga historia de esta casa integrada en pleno corazón del Jerez medieval, junto a la catedral, el convento del Espíritu Santo, la iglesia de San Mateo y la torre barroca de San Miguel, que atesora una rica colección de curiosidades y anécdotas tras sus paredes centenarias. Como la lápida que da cuenta de cómo, en el año 1264, Alfonso X El Sabio entregó el antiguo edificio donde hoy se encuentra la Bodega del Castillo al alcalde Beltrán Riquelme para «dar descanso a sus caballerizas» y reconocer el apoyo que prestaron a las tropas cristianas para expulsar de la ciudad a los almohades.
En este edificio descansan soleras ancestrales, los vinos y brandis que fueron el origen de las marcas que hoy conocemos. Verdaderas reliquias cuyas edades medias rondan los cien años. Y del Castillo a La Mezquita, una colosal bodega de construcción moderna, de las mayores del mundo, que se inauguró en 1974 para celebrar los 100 años de la marca Fundador, el más antiguo de los brandis españoles. Una bodega majestuosa, cuyas impresionantes perspectivas están dibujadas por las columnas, los arcos y las 30.000 botas de vino que actualmente almacena. Uno de los mejores ejemplos de lo que localmente se conoce como 'arquitectura bodeguera', grandes edificios que manifiestan la importancia que la industria vitivinícola ha tenido siempre en la ciudad.
Según Piña, Fundador se encuentra hoy en la punta de lanza del proceso de 'premiumización' -poco pero bueno-, 'contemporeización' -vinos capaces de reclutar a nuevos consumidores- e internacionalización. «El brandy de Jerez es la bebida espirituosa española por excelencia. Aglutina sostenibilidad, tradición y autenticidad, tanto en lo operacional como en lo social. Jerez es una de las grandes ciudades con más tasa de paro. Nuestro interés es generar riqueza en una región que lo necesita», dice.
Después de Jerez, está Montilla. Y viceversa. Fundada en 1729, Alvear es la bodega más antigua, no sólo de este municipio cordobés, sino de toda Andalucía. Casi tres siglos de historia contemplan a esta compañía familiar que se vanagloria de ser la segunda bodega con más historia de España y su marca C.B., la quinta con más edad. La historia del vino de Montilla no sería la misma sin Alvear, una bodega representativa de la riqueza del terruño y de los vinos de esta tierra, un ejemplo de tesón y salvaguarda de los valores vitivinícolas. Y es que el paso del tiempo no ha modificado el carácter artesanal y familiar de la empresa montillana, que ha ido creciendo con coherencia y sin perder de vista su filosofía.
Ahora es la octava generación la que se encarga de preservar el conocimiento y los valores adquiridos, sin perder de vista el futuro. «Con casi 300 años de historia, Alvear se prepara para afrontar un reto muy importante para el sector del vino», trasladan desde la dirección. No es otro que la desalcoholización. Recientemente, la Unión Europea ha aprobado la reducción de grado alcohólico de los finos de la D.O. Montilla-Moriles, pasando de 15 a 14.5 grados.
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«Respecto al cambio climático nos queda mucho por hacer, pero hemos empezado por certificarnos como bodega sostenible y estamos en proceso de obtener el sello de Wineries for Climate Protection (WfCP). Una vez tengamos los resultados de esta auditoría, seguiremos tomando decisiones para perpetuar la historia de la bodega y seguir avanzando en la elaboración de vinos generosos de Montilla con la vista puesta en el futuro, explorando las raíces y las particularidades de este viñedo y redescubriendo el inmenso potencial de la Pedro Ximénez». Es un camino compartido por todas estas bodegas históricas: coger impuso de su legado para mirar al futuro con esperanza.
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