Salen a la luz las conversaciones íntimas de Nicolas Sarkozy y Carla Bruni
Un antiguo asesor presidencial puso micrófonos en el Elíseo entre 2010 y 2012
JUAN PEDRO QUIÑONERO
Escándalo político con tintes de novela negra en el Elíseo de Nicolas Sarkozy (69 años). La reciente publicación de conversaciones confidenciales entre el expresidente de la República francesa y su tercera esposa, Carla Bruni (46), en el interior mismo del palacio presidencial, sugiere, entre ... bromas y confidencias, que la antigua modelo y actual cantante era y sigue siendo quien paga la mayor parte de las facturas familiares de la pareja.
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El semanario satírico « Le Canard Enchaîné » y el diario on-line « Atlantico » han publicado el resumen de varias charlas de carácter íntimo que grabó secretamente un consejero político próximo al Frente Nacional (FN), Patrick Buisson (64), el hombre que inspiró el viraje hacia la derecha de Sarkozy en la recta final de la fallida campaña presidencial de 2012.
Dos años de escuchas
Acaba se saberse que el propio Buisson, sin pedir permiso ni encomendarse a nadie, registró muchas horas de conversaciones confidenciales entre 2010 y 2012. Los primeros flecos de esas conversaciones tienen un tono rosa bastante crudo.
En un encuentro entre Carla Bruni y Sarkozy, y en presencia de varios consejeros, el todavía jefe del Estado afirmaba con cierta ironía: «En política, a cierto nivel, lo tienes casi todo pagado. Siendo ministro, tienes vivienda de oficio. Siendo presiente, dispongo de tres residencias oficiales y una casa de alquiler. En mi caso, resulta que hice muy buen negocio casándome con Carla. En nuestra pareja es ella la que paga las facturas domésticas».
Medio irónica, medio dolida, Carla Bruni no duda en responder a su marido en presencia de los mencionados consejeros: «Por supuesto, está claro que soy yo quien pago». Tras el éxito de sus palabras entre los contertulios presidenciales, la esposa del jefe del Estado continúa: «Y yo que pensaba que me casaba con un tipo con un buen salario... Antes tenía contratos de todo tipo y ganaba mi buen dinero. Ahora no puedo firmar nada nuevo. Julia Roberts tiene 44 años, Sharon Stone tiene 52, Julianne Moore, 53 años... Todas ellas se ganan muy bien la vida a través de campañas de publicidad. Son cosas que yo no puedo permitirme al estar casada con un presidente de la República».
Con sorna, Sarkozy responde a Carla: «Anda, anda... te lo digo claro, lo mío es convertirme en un señor Ramírez cualquiera y pasar por la caja que tiene mi esposa». Ante las risas de los asistentes en tan insólita reunión, Bruni replica: «Hombre, tampoco es eso... pero b ien podría yo ganarme algún dinerito con algunos contratos . La verdad es que estoy loca por mi marido».
Esa confesión pasional de una mujer que ha abandonado provisionalmente su exitosa carrera profesional para ponerse al servicio de la de su marido , el jefe de Estado, deja al descubierto la realidad íntima de un palacio del Elíseo convertido en teatro de siniestras operaciones. Bruni ahora puede disfrutar de su gran momento artístico, gracias a la gira que está realizando para presentar su tercer disco, «Little french songs», que el 19 de junio la traerá al festival de Pedralbes (Barcelona).
Un fondo siniestro
De vuelta al escándalo, Patrick Buisson, responsable de las grabaciones, es una figura controvertida que venía de la extrema derecha y que convenció al presidente de hacer campaña con algunos asuntos propios del Frente Nacional. Las conversaciones íntimas entre Sarkozy y Carla Bruni , haciendo chistes sobre el dinero que perdía o que ella ganaba, solo son la punta más anecdótica y cínica de un iceberg todavía desconocido, pero previsiblemente más siniestro.
Que Sarkozy esté mantenido por Carla Bruni no deja de ser un chiste tabernario. El problema es que Sarkozy no solo bromea a propósito del sustento familiar. También habla con fría crueldad sobre ministros de su Gobierno y diversas personalidades políticas.
Carla hacía bromas, sin duda alguna, pero también sabía manejar la daga política con la habilidad de una heroína shakesperiana. Buisson pensaba utilizar esas conversaciones como arma política arrojadiza cuando a él mismo le viniera bien.
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