Elecciones catalanas 2024

Los últimos taxidermistas de Ciudadanos

El partido, el más odiado por el nacionalismo catalán por haber nacido en Barcelona, afronta unas elecciones clave para su supervivencia: a todo o nada con Carlos Carrizosa, cofundador en 2006, como cabeza de cartel

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Carlos Carrizosa, líder de Ciudadanos en Cataluña, dirigiéndose a simpatizantes y afiliados de San Cugat del Vallés, durante un acto de la campaña electoral de la semana pasada Bernat Rueda

«Dales fuerte», le dice un transeúnte, mientras le estrecha la mano. «Seguid así», le anima una mujer cargada con las bolsas de la compra. Ninguno de los dos se para. La sede de Ciudadanos está en el barrio de San Antonio, frontera con ... el Raval. A pie de calle. En el gran ventanal, el cartel electoral: 'Detenlos'. Una imagen creada por IA con Puigdemont y Sánchez dándose la mano. Idea de Cañas, director de campaña, candidato de los liberales a las elecciones europeas y el Douglas MacArthur catalán. Pero venimos a ver a Carrizosa.

«Debería llevar papeletas en el bolsillo e ir repartiéndolas a todos los que nos dan ánimo», dice, irónicamente, el candidato a la Generalitat. Si los que le dan golpecitos en la espalda le votasen el domingo, el partido no estaría en la situación crítica en la que se encuentra. Así lo apuntan las encuestas. Sin contar con el voto oculto. Ciudadanos ha vuelto a los orígenes y reclama el voto para que el PSC y el PP no dejen tirados a los catalanes constitucionalistas. Porque en español no se dice «Girona» sino «Gerona» y no hay que pedir perdón por ello. Pero 2024 no es 2006. Los sondeos mandan.

«No sé si nos va a dar tiempo. Lo tenemos complicado, pero estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos», confiesa Noemí de la Calle, exdiputada del partido y militante desde sus inicios. Se lo dice a este intruso autorizado en San Cugat del Vallés, poco antes de un acto solo para militantes, algo más de 40, que se acercan para recibir las instrucciones de Carrizosa y varios líderes locales. Ojo a David Andrés Díaz. «David me recuerda al Albert de los inicios», apunta De la Calle con cierta melancolía. Tiene 23 años y es el tres por Barcelona.

El equipo de confianza de Carrizosa le acompaña mañana y tarde. Lo lidera Yaiza Planells. Insultántemente joven. Con ella, Cañas, Gonzalo Díaz y Marina Bravo, el candidato planifica la estrategia. También cuenta Joan García. Y asesoría externa. De lo general al último detalle. Decir esto y no aquello, atender a los medios. Por la mañana, el mercado de los Pajaritos en Hospitalet de Llobregat; por la tarde, San Cugat. Javier Nart y Arcadi Espada protagonizaron el acto central de campaña reclamando el voto útil. Juntaron a unas 250 personas en Barcelona.

En 24 horas, Carrizosa tendrá el segundo debate en televisión, en La Sexta. Del primero, en RTVE, salió satisfecho. «Me han dicho que nos fue muy bien. Yo lo noto con los mensajes que me llegan y leo al acabar», dice, mientras saca el móvil y escenifica la acción. Luego llegará el de TV3, a cinco días de la batalla con las urnas. Dicen los que dicen que saben de esto que casi el 20% de los que votan llegan al día de autos sin saber la papeleta que introducirán en la urna. Carrizosa se agarra a ello.

Forzados por la situación de supervivencia y la dificultad de movilizar al militante o el simpatizante, los actos de los liberales son 'low cost'. Puro boca oreja. Un sueño para los taxidermistas, que luego se obnubilaron con la Generalitat. Lo de San Cugat tiene un aire de 'tour' de despedida de una banda de leyenda: «Porque yo tengo una banda de Rock'n Roll». Es ahora cuando se demuestra, por ausencia, el arribismo y el infecto descaro, muy dados a ocupar espacios en los partidos de aluvión. El que está no espera nada a cambio. Ideas. Corazón tribandera.

Carrizosa llega a la plaza de Octaviano, en San Cugat, y atiende a los medios. No sé qué puede decir que no haya dicho solo unas horas antes en otro 'canutazo'. ¿No estaremos abusando hasta cotas insoportables del periodismo declarativo? Entre el barullo de las cámaras, micros y móviles, cerca pero con respeto, aparecen dos niños que deambulaban por la plaza. Pasan y saltan por detrás del candidato. Se aproximan. El que lleva la camiseta de la selección de fútbol de Marruecos pregunta, curioso, en español: «¿Quién es? ¿Saldrá en la tele?». La respuesta es concreta y aséptica: «Sí, es un político catalán». Emerge entonces la razón de ser de Ciudadanos. «¿Y por qué habla en español?», le pregunta al compinche que lleva una pelota de fútbol entre sus manos. «No lo sé, pero igual salimos en la tele».

Tras las palabras a los militantes, Carrizosa y su equipo cenan con ellos en un restaurante underground. Momentos de relax. Pero la mente está puesta en el debate del día siguiente. De lo que hay que decir y de lo que hay que llevar. Americana azul. Cosa de Planells, que combina la campaña con la planificación de su boda, solo unos días después del 12M. ¿La última cena? Pasadas las diez de la noche, furgo y manta. Se unen dos militantes asturianos, desplazados para ver al Sporting de Gijón y apoyar a Carrizosa.

Antes, entre abrazos y despidos, Óscar, militante de piedra picada, que fuma en la calle con un pie en el alféizar de la puerta del restaurante, reconoce: «Votaré a Ciudadanos, pero estoy muy preocupado. Mis tías siempre han votado a Junts y ERC y ahora lo harán por Aliança Catalana». La jornada arrancó ordenando y planificando el día, en la sede. Y acabó animando a la tropa para que no se rinda y siga con el boca oreja. Queda tiempo.

Los errores, propios y ajenos, la mala gestión de una borrachera política en 2017, unos líderes más adanistas que realistas y una ola de polarización han llevado a Ciudadanos a la resistencia. A las catacumbas. Las encuestas marcan claramente que los liberales están en un punto de no retorno. Dieciocho años después. Y precisamente, como entonces, con un PSC rendido al independentismo por obra y gracia de las necesidades del PSOE. Indultos, sedición, amnistía… ¿Fundido en negro?

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