Análisis
«Que se tomen la molestia de engañarme»
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Iniciar sesiónSiempre estuvo en la cabeza de Daniel Sirera echar a los independentistas y a Colau del Ayuntamiento. Xavier Trias y Ernest Maragall nunca han entendido que es igual de democrático y de legítimo lo que sus partidos hacen en la ... Generalitat (que alternativamente gobiernan desde 2017 sin haber ganado las elecciones), que lo que a ellos les han hecho en Barcelona. Jaume Collboni y el PSC nunca dejaron de creer que había un margen para lograr la alcaldía a pesar de su mala campaña y de haber quedado segundos. Ada Colau estaba demasiado resentida con una derrota que creía evitable y con la pérdida de un cargo que tras ochos años había considerado suyo, que tras las elecciones le quedó poco margen para la serenidad y para la reflexión profunda.
Pero lo que en verdad ha sido determinante para elegir al nuevo alcalde no ha sido Barcelona sino Madrid. La operación la pensó Sirera pero la avaló Alberto Núñez Feijóo y sin su bendición no habría sido posible. Sirera tenía claro que sus votantes de calle y de bar no le iban a perdonar que permitiera a los comunes de Colau volver al Ayuntamiento. «Cuando voy a tomar un café o una caña, los que se acercan para decirme que me votan de la independencia ni me hablan». Y tenía claro también que un votante más difuso –«aunque de estos me fío menos, porque te dicen lo que tienes que hacer y luego como votan al PSC como voto útil»– no le iba a perdonar, tampoco, que hiciera alcalde a candidato y sobre todo a un partido independentista.
Sirera propuso el juego y Feijóo le dejó jugar. Era la primera vez en muchos años que el PP era decisivo en Cataluña y la decisión de Feijóo fue fiarse de su candidato y apoyarle en su arriesgada apuesta hasta las últimas consecuencias. Decidió Feijóo pero decidió fiarse. Hacía tiempo, también, que el PP no presentaba un juego tan ambicioso en Cataluña, tan matizado. Hacía tiempo que un candidato del PP catalán no tenía un apoyo tan explícito y arriesgado del líder del PP nacional.
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En la última semana la presión creció sobre Sirera. Su condición para no votarse a sí mismo –y permitir por pasiva que Trias fuera alcalde– era que Colau no estuviera en el próximo gobierno. A veces decía «Colau» y a veces decía «los comunes» y éste es el margen que el PP daba al PSC para que convenciera a sus socios populistas. Los comunes y la alcaldesa se atrincheraban en el no querer ni oír hablar del PP. Era una trinchera que Salvador Illa sabía que era débil y el jueves por la tarde estaba convencido de que Jaume Collboni podía ser alcalde.
Trias, en una pésima lectura del momento, y sabiendo que un pacto constitucional le podía dejar sin alcaldía, se dedicó nada menos que a cerrar un acuerdo de gobierno con Esquerra tan alarmante en Madrid como estéril en Barcelona, al no sumar los dos partidos los 21 escaños para lograr la investidura. Pese la incertidumbre que cualquiera que hablara con todos podía detectar, los periódicos más importantes de Barcelona daban por hecha la investidura de Trias, en otra demostración de que el periodismo en Cataluña sólo escucha lo que quiere y desprecia el resto. Además de trabajar poco. Francamente poco.
«Que digan que no van a entrar en el gobierno y si tras las elecciones entran, ya les llamaré traidores»
La mañana del sábado la suerte parecía echada en favor de Trias. La noticia del acuerdo entre Junts y Esquerra redobló la presión sobre el PP. Pero nadie se movía. El PSC no lograba ningún gesto de los comunes. Sirera se mantenía en exigirlo. «¿Qué más quieren de mí? ¿Que les entregue a mi mujer y a mis hijos?». Entre la ironía y el agobio, Sirera llegó a verbalizar: «Que por lo menos se tomen la molestia de engañarme para que yo pueda justificar mi voto, que digan que no van a entrar en el gobierno y si después de las elecciones generales entran, ya les llamaré traidores y mentirosos».
El candidato popular era muy consciente de los dos sentidos de la presión que recibía, pero también de que podía ganarle el órdago a Colau. La alcaldesa, que pese a su resentimiento empezó a pensar con claridad, creía que al final Sirera cedería y votaría a Collboni por evitar a un alcalde independentista sin que ella ni los suyos tuvieran que humillarse. Quería ganar, aunque fuera de farol, su postrera batalla. Hasta las 14:30 no hubo noticia de ningún movimiento. Los socialistas decían que aún había tiempo. Trias y los suyos ya se veían en la alcaldía. Colaboradores cercanos a los comunes empezaban a tirar la toalla ante el empecinamiento de su partido. Lo habían intentado todo para convencerlos.
De un disparo, Daniel Sirera mató a los dos populismos: el independentista y el comunista
Sobre las 15:00 empezaron los rumores de que Yolanda Díaz podía estar haciendo un último esfuerzo por convencer a Colau, pero ni ella ni su jefe de gabinete, Josep Vendrell, que manda mucho en el partido, intervinieron directamente. Quien movió a Colau de su farol fue su mano derecha y segundo en la candidatura, Jordi Martí, el cínico de la casa, el político sin escrúpulos que es quien primero toma la decisión y luego convence a su jefa. Ante el dilema Trias/Collboni, Collboni. 'Chicken run'. Y con la conciencia «libre» por no haber entrado en el gobierno. Otra cosa es que tras las elecciones generales todo vuelva a cambiar.
Sirera, que había ganado, quiso disfrutar unos minutos de su victoria y dijo que tenía que pensárselo. Luego, cuando ya se lo había pensado, se tomó unos minutos más y ante las insistentes preguntas, dijo: «Tengo que consultarlo con los míos». Cuando los 41 concejales del Ayuntamiento de Barcelona entraron en el Salón de Ciento para votar al alcalde, Sirera no había comunicado públicamente el sentido de su voto y sólo había un periodista que lo conocía con certeza, aunque una vez conocida la renuncia de los comunes, era fácil de pronosticar.
«Si no soy alcalde, que os den», dijo Trias en su discurso de la derrota, escenificando su mal perder y su impotencia. Más torero que el de Valencia, y de un solo disparo, Sirera había matado a los dos populismos: el independentista y el comunista, y de paso conseguía dejar a Vox en la marginalidad, retratado como un partido narcisista que se vota a sí mismo y es incapaz de aportar nada a la sociedad catalana.
Collboni, con sólo 10 concejales, tiene efectivamente margen –y tal vez necesidad– de «engañar» a Sirera gobernando en el futuro con los comunes –aunque será sin Colau, que puede acabar en la Diputación de Barcelona (difícil) o en algún organismo internacional–; o tal vez se apoye en un Junts sin Trias, como colofón de los múltiples pactos alcanzados por Puigdemont con el PSC para arrinconar a Esquerra. En cualquier caso será tras las elecciones del 23 de julio, a las que el PP y Alberto Núñez Feijóo podrán presentarse en Cataluña como voto útil contra el independentismo y en el conjunto de España como el partido de Estado, patriota y magnánimo, que entregó a su principal adversario la segunda ciudad más importante para evitar que la tomaran los que quieren destruir España.
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