El primer coche eléctrico que encandiló a la prensa de Madrid hace casi 60 años
HISTORIAS CAPITALES
Se le conoce como Jarret y fue diseñado por dos hermanos franceses
El primer vehículo se matriculó en la capital hace hoy cien años
Madrid
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Iniciar sesiónCasi el 50 por ciento de los vehículos eléctricos matriculados en España están en Madrid. El interés que han tenido los madrileños por este tipo de automóviles se remonta muchos años atrás, más de los que pudiéramos suponer: la prensa madrileña ya publicaba informaciones ... sobre el vehículo eléctrico hace más de 75 años, y se recordaba que había prestando servicio distintos camionetas, grúas, furgones o tractores movidos por esta energía. Coches como los que hacía la industria Autarquía, declarada de interés nacional, que promovió un auto con una autonomía de hasta 95 kilómetros y alcanzaba velocidades de hasta 35 kilómetros por hora.
La primera Exposición del Vehículo Eléctrico se celebró en el parque móvil de los entonces conocidos como Ministerios Civiles, en la calle Cea Bermúdez, en el verano de 1946. Hacía falta economizar carburante, y cualquier alternativa era bienvenida y estudiada con interés. El tema interesaba a muchos, y ABC le dedicaba páginas en las que expertos de distintos ámbitos defendían la importancia de «no quedarnos atrás en estos adelantos». Alguno incluso auguraba en los años 60 que «la hegemonía del coche eléctrico se producirá antes de 1980». Y ante un parque móvil en crecimiento exponencial, lanzaba esta reflexión a la ciudadanía: «¿Qué aire respiraremos cuando un millón de vehículos transiten, o pretendan transitar, por nuestras calles?».
En noviembre de 1969, pocos meses después de que el hombre llegara por primera vez a la Luna, ABC volvía a dedicarle espacio al vehículo eléctrico, que se presentaba a la prensa de Madrid gracias al ingenio de dos ingenieros franceses, los hermanos Jarret. «Todos los automóviles descienden en línea recta del coche de caballos, pero el Jarret eléctrico es hijo de la televisión y del ordenador», relataba el cronista.
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Para la ciudad, sería -decía- «la solución más eficaz al grave problema de la polución atmosférica». Pero su avance se veía detenido, explicaba, porque «según parece, gigantescos intereses económicos de las empresas petrolíferas y automovilísticas entorpecen la normal evolución hacia nuevos vehículos electrónicos». Una prueba de que no hay nada nuevo bajo el sol, y las teorías conspiratorias han existido siempre.
El prototipo de los hermanos Jarret, que cuando se presentaba en Madrid iba ya por la tercera fase de su desarrollo, se hizo ignorando lo que hasta ahora se entendía por un automóvil. «Han ido a un vehículo en el que todo está gobernado por la electricidad, y no sólo la sustitución de un motor de gasolina por otro eléctrico», explicaba la prensa.
El resultado fue un coche que «no se parece nada a un Lamborghini», sino más bien a un triciclo grande: era «un minicoche electrónico, ideado para transportar a dos personas en circulación interior, es decir, en los interminables departamentos de una fábrica, en los hangares de los aeropuertos o las estaciones centrales», relataban. Era, reconocían, una fase intermedia, pero que no podía saltare, «pese a los que quieren que se traguen las autopistas a la velocidad de una bala de cañón».
En el Jarret, propulsión, dirección y frenado eran eléctricos, y sin bielas, tirantes y vástagos. «Se acabó el desgaste, se acabaron las piezas rotas, el ruido y las vibraciones. Y lo mismo respecto al freno: adiós a los tambores, discos y todas esas antiguallas». Ni tenía volante, ni palanca de cambio de marchas, ni embrague, ni acelerador, ni 'starter'. «En su lugar -describían- una palanca del tamaño del pulgar, un mando del tamaño de un bolígrafo operado por el conductor con la punta de los dedos: hacia adelante, el vehículo acelera, hacia atrás frena». Y la misma palanquita «hace virar al vehículo si se le inclina a la derecha o a la izquierda».
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Profetizaban entonces los expertos en la materia que en el futuro habría, entre los eléctricos, «vehículos que puedan trasportar cargas mayores, luego vehículos especiales para servicios urbanos e industriales, y más tarde vehículos más rápidos para circulación urbana. La última fase será el vehículo para carretera, con una autonomía de varios cientos de kilómetros». Todo, para «eliminar las dos plagas del automóvil convencional de un solo golpe: la contaminación por los gases de escape y el ruido». Ese futuro ya está aquí y sus predicciones resultaron bastante acertadas. Aunque no ocurra, como decía, que cuando se salga de un coche eléctrico ahora «se contemple al más perfeccionado de los Cadillac con la misma mirada con que un astronauta observaría una carreta de bueyes».
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