Madrid es cada uno
El mío huele a castañas en noviembre; suena a una radio de taxi de madrugada y tiene la textura áspera de la barra de un bar de barrio
Entre el cielo y la tierra de San Sebastián
Madrid
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónDe todas las cosas que dicen de Madrid, me quedo con las escritas, ese edén sin manoseos ni opinadores. Los escritores estamos a salvo en la prosa, porque la gente tiene que hacer el esfuerzo de leer y dejar los 'reels'. Es el mejor ... filtro para todos aquellos que no merecen la pena; esos que abandonan el libro porque supone un esfuerzo, un ejercicio intelectual, una pérdida de tiempo para «el hijo del mono del año dos mil», que dijo Sabina. Esta teoría me la enseñó mi amigo, Rodrigo Cortés, que tiene la generosidad y el talento de ir por la vida regalando rulas para la supervivencia emocional (e intelectual) de este que escribe. Cada vez que todo pesa más de la cuenta, Rodrigo aligera la carga con tres o cuatro palabras que surcan mi memoria, como un tatuaje, un lema. Muchas veces lo imagino vestido de ujier abriendo puertas que estaban cerradas a cal y canto. A cambio, yo le recuerdo a un mono que choca sus platillos. No se lo perdonaré fácilmente. Pero nos hemos construido un Madrid que solo nos pertenece a nosotros y eso, sin embargo, es tan plácido como asombroso.
Madrid es cada uno. Un Madrid visto en películas de directores que nos gustan; un Madrid escrito en los libros que leímos; un Madrid escuchado en las canciones que luego gritamos en los conciertos; un Madrid en el Bernabéu; un Madrid en el metro; un Madrid que nos hizo de esta manera.
El mío huele a castañas en noviembre, aunque luego no compre ni una, porque me basta con que ese humo dulce se enrede en la bufanda y me acompañe hasta casa. Suena a una radio de taxi de madrugada, cuando el conductor sentencia que todo está fatal pero que no se puede perder la esperanza. Tiene la textura áspera de la barra de un bar de barrio, marcada por miles de codos y vasos de caña, donde la cerveza no necesita apellidos y te manchas un poco la camisa con el poso de otro que se ha marchado.
Bajo un sol abrasador
Alfonso J. UssíaSi algo tenemos los de la Villa y Corte es la capacidad de torear al astro rey con una sonrisa, un abanico y, si se tercia, un buen plato de cocido
Madrid, para mí, es también el sol insolente de invierno cuando rebota en la piedra blanca de la Plaza de Oriente y te obliga a entrecerrar los ojos como si fueses protagonista de una película italiana. Es la Gran Vía a primera hora de la mañana, con más repartidores que turistas, y ese instante exacto en que la ciudad bosteza antes de vestirse para volver al ruido y la furia.
Luego está el Madrid nocturno. El Madrid de las luces cálidas en calles estrechas, el Madrid del portero que te pregunta si vienes o vas, el de la última copa que siempre es penúltima. Un Madrid que se resiste a la prisa por mucho que corra, un Madrid que te observa desde la penumbra para decidir si te acepta o no; un Madrid al que siempre se vuelve por mucho que a veces intentes huir.
Rodrigo y yo solemos caminarlo sin mapa, porque el mapa lo llevamos en la conversación. Un paseo nuestro empieza en Mariano de Cavia y termina donde nos pille, como si el suelo fuera una página que vamos escribiendo mientras caminamos. Lo hacemos hablando de cine, de política, de lo que escribió cada uno, y siempre, sin querer, acabamos hablando de Madrid. Porque Madrid se cuela en cualquier tema: en un recuerdo, en una discusión, en una frase de Cela, en un dibujo de Mingote. Madrid es un infiltrado sentimental.
Y Madrid, el verdadero, no se deja fotografiar bien. Lo puedes intentar, claro, pero al ver la foto descubrirás que le falta ruido, le falta olor, le falta ese calor de hombro que te roza en un andén abarrotado. Madrid hay que vivirlo como se bebe el café caliente: con cuidado, pero sin esperar demasiado, porque en cuanto se enfría pierde la gracia. Yo lo llevo dentro como se lleva una cicatriz bonita. No siempre me acuerdo de que está ahí, pero cuando la toco, me define. Y aunque lo comparta con millones de personas, es mío, tan mío como el acento que tengo al hablar o la esquina exacta donde me dejaron por primera vez.
El Madrid de cada uno es intransferible, y sin embargo, todos los madriles se tocan en algún punto. En mi caso, se tocan en la certeza de que, pase lo que pase, aquí siempre habrá una calle esperando a que la recorra y un banco donde sentarme. Rodrigo diría que eso es lo único que hace falta para vivir tranquilo: saber que hay un sitio que es tuyo aunque no figure en el registro de la propiedad. Y tendría razón. Porque Madrid, al final, no es más que un pedazo de uno mismo convertido en ciudad.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete