Entre el cielo y la tierra de San Sebastián
BAJO CIELO
Esta parroquia es un Madrid en sí mismo, aquí Cervantes o Lope de Vega recibieron su funeral e incluso el segundo fue enterrado en su jardín
Bajo un sol abrasador
Madrid
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Iniciar sesiónEs posible que el lugar de Madrid más cercano al cielo sea la Iglesia de San Sebastián, de la calle Atocha. No es pintona ni barroca. No quiere siquiera aparentar, porque en Madrid muchas veces las cosas más suntuosas están huecas. Aquí pasa lo ... contrario. Se juega al despiste, al póquer, porque la parroquia de San Sebastián la chita callando, con esa forma tan nuestra de no enseñar todas sus virtudes a la primera de cambio. Aún no se le ha quitado el miedo que pasó en la guerra civil, primero saqueada, después como almacén de municiones para los comunistas y, finalmente, bombardeada la noche del diecinueve al veinte de noviembre de 1936 por la aviación franquista. Ese mes/años convulso/s que llenó Madrid de paseos, explosiones, venganzas y escondites.
Pero esta parroquia, como ninguna otra, representa la iglesia de los poetas y los músicos, la de los dramaturgos, escritores y personajes que hicieron de la Villa el escenario de sus obras. No en vano, Cervantes o Lope de Vega recibieron aquí su funeral, e incluso el segundo, fue enterrado en su pequeño jardín camposanto, aunque hoy no saben muy bien dónde está. En Madrid los muertos siempre han hecho lo que les ha dado la gana.
Pero para que ustedes sepan la importancia de este altar en la cultura madrileña, dejo algunos de los nombres que fueron bautizados, se casaron o que utilizaron el retablo para subir al cielo o bajar al infierno. Porque en San Sebastián se casó Larra con Josefa Wetoret, Valle-Inclán con otra Josefa, Blanco de apellido; Mariano Fortuny, Canalejas, Menéndez Pidal o Gómez Ortega con Pastora Imperio. Aquí se bautizó Tirso de Molina, Ramón de la Cruz, Luis Candelas, José Echegaray, Raimundo Fernández Villaverde o don Jacinto Benavente. También 'El Gallo', don Rafael Gómez Ortega y una santa, Maravillas de Jesús. Pero también se rezó, y mucho, por varios muertos ilustres, como Ruiz de Alarcón, Luis Vélez de Guevara, José de Espronceda, Ventura de la Vega o, de nuevo, don Jacinto Benavente o los ya mencionados Cervantes y Lope.
Bajo un sol abrasador
Alfonso J. UssíaSi algo tenemos los de la Villa y Corte es la capacidad de torear al astro rey con una sonrisa, un abanico y, si se tercia, un buen plato de cocido
Con esta lista de madrileños ilustres, no negarán que la parroquia de San Sebastián es un Madrid en sí misma, un lugar donde los pensamientos vuelan en el altar y se mezclan con ilusiones o preguntas sin respuesta. Porque no hace falta tener fe para rezar. Mucho menos por uno mismo. En la iglesia uno se recoge, se expande entre dudas y demonios, vuelve atrás, imagina un futuro distinto, otra vida, alguna que otra cosa. Pero si encima uno cree y recibe consuelo, pues la cosa se pone mariana, plena, llena de respuestas y con esa tranquilidad de saber que aquí estamos de paseo. Porque una hora de misa no es solo una oportunidad de pensar y reflexionar con uno mismo, es un regalo para la creatividad, un tiempo que te invita a imaginar o a construir tramas y diálogos, ideas que se desarrollan en la cabeza y que después se llevan al papel para el resto.
Es muy posible que Valle, entre el sí quiero y todo lo que conlleva, pensara en si Max Estrella o don Latino de Hispalis eran más bohemios que el mismísimo Alejandro Sawa. O quizá fue en el altar de San Sebastián donde Larra pensó alguna vez que, con un tiro en la cabeza, se llegaba más rápido al cielo que de ninguna otra manera. Sea como fuere, este lugar ha sido el escenario de esas cosas que no tienen una explicación lógica pero que llevan siglos y siglos sosteniendo las dudas y las esperanzas, las penas y gloria de los grandes creadores de un Madrid que se ha hecho a su manera, con traiciones y revueltas, motines, fiestas, literatura y mucha, mucha pasión.
Madrid tiene en la parroquia de San Sebastián una iglesia que es por y para los gatos. Huye de la solemnidad de los Jerónimos, se aleja de las modas impuestas en Santa Bárbara o se esconde la enormidad de San Francisco. Aquí se viene porque se vive cerca, porque es la del barrio, la que está a mano y no abandona a nadie. Al final sucede con las iglesias lo mismo que con los bares. Como dice mi amigo Ray, el mejor bar es el más cercano. Sucede lo mismo con la fe. Si uno necesita respuestas, consuelo, rezar o simplemente escapar del ruido de la calle, entre en su iglesia más cercana. Ahí solo estará usted consigo mismo.
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