Madrid o el hervor

Hay madrileños, sí, pero nos miramos con esa mirada cómplice y triste de estar en el infierno lo más cómodo que podemos. Arden las riberas de los pantanos, y el de San Juan debe tener la temperatura de la playa de la Malvarrosa. Los pinos combustionan, 'per se' y por las barbacoas de la familia en bañador; ese bañador que este año no verá el Mediterráneo.

Decía Francisco Silvela que Madrid, en agosto y sin parienta, era Baden-Baden. Se equivocaba como todos los dichos.

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Jesús Nieto Jurado

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Cuando conquistaba la ciudad en verano, entraba en el Restaurante Compostela a leer la prensa, a hacer como si tal, y a saludar al marisqueo galaico que me llevaba a sitios lejos del secarral. Me recibían en corbata, y yo, así, me sentía un ministro: digamos que tecnócrata y canalla.

Hoy Madrid es Marrakech, por Sánchez y por lo meteorológico. Si acaso, en Marruecos hay algún nevero dando el cante desde las arenas. Ya el del Ventisquero de la Condesa está seco como ojo de tuerto.

Este Madrid ardoroso anda en verbenas, que escribió Camilo José Cela basándose en tratados de Antropología que las fiestas de pueblos, de barrios colindantes, eran una forma gloriosa de mezclar las sangres de la patria.

El calor seca los ojos, y el cambio climático, que existe y no va por el rollo que suelta la Agenda 2030, nos va secando el alma. Ada o el ardor. Madrid o el hervor. Pido desde aquí que cuando pasen la Hispanidad y 'tolosantos', haya un amarillo de hojas. Un otoño moral. Somos Europa.