Costa Fleming, la conexión neoyorquina en Madrid
En la zona norte, a orillas de la Castellana, a finales de los 60 emergió un universo de rutilantes noctámbulos, desde aristócratas a marines de la base de Torrejón
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Iniciar sesiónLa niñas no querían ser princesas , pero vieron a un marine americano y la cosa cambió. Era Costa Fleming, Norte de La Castellana, donde los rodríguez con posibles y ministeriales aprendieron lo que era el ‘bourbon’. Ni destilerías segovianas, ni nada; ‘ ... bourbon’ y a acariciar cinturas, carteras y ministerios varios. Digamos que esto de Costa Fleming fue una zona de Madrid donde, según el inventor del término, Raúl del Pozo, «Madrid era un paraíso. Donde las mujeres de pago hacían la noche y los americanos, los morenos, lo pasaban muy bien. También los prebostes del Régimen cuando andaban solos en la ciudad».
Del Pozo se sacó del magín el palabro de Costa Fleming en tarde torera de gloria según michas fuentes consultadas, y él, que iba y venía de Marbella, tampoco le dio mucha importancia al eslogan hasta que Ángel Palomino (autor cachondo, exitoso y hoy olvidado de esa España del desarrollismo) y Paco Umbral vieron una forma de vagabundear en bien en el Madrid de agosto. Del ‘ferragosto’. Cuando en la Capital no hay nada más que esperar que baje la canícula .
Si Madrid es un género literario, también tiene su corazoncito neoyorquino a la verita de La Castellana allá en lo que es Costa Fleming (avenidas y calles paralelas o circundantes a Doctor Fleming). Allí había tiendas que vendían leche en polvo americana –1968– y la base de Torrejón andaba cerca para un soldado de Kentucky que quisiera esos lácteos neoyorquinos. Ángel Palomino, insistimos, dio a esta zona del Norte de Madrid una temperatura lírica y coral con su novela . Ángel Palomino, escritor y colaborador de esta casa, andaba sugestionado por lo que era el desarrollismo y así también relató el Torremolinos de la época en ‘Pez Espada’.
A Fleming, por otra parte, le debemos que no hayamos muerto por el sida chino y demás méritos en la Medicina y en la Ciencia. Pero ésa es otra historia que se contará. De la misma manera en que el nieto del Capitán Haya luchó hasta lo indecible para que esa calle, donde el Meliá Castilla y las paellas, llevara el nombre del poeta Joan Maragall. Y es que el callejero de Madrid es una sucesión de venganzas familiares que acaban dirimiéndose en las placas urbanas.
Lugares intactos
En lo que fue el Puerto Banús en seco de Madrid, Kiko Matamoros cita un sitio que está intacto, The Lion Red, el rojo león que no tiene nada que ver con Podemos y donde el propio Matamoros rememora «la felicidad imperante» y ser el sitio donde Mike Kennedy, a la sazón líder de Los Bravos , contaba las aventuras y desventuras «después de un concierto. O antes». Precisamente en ese garito, que resiste a la presión urbanística y a las franquicias, Mark Greene, escritor de la zona, corrige las pruebas de su última novela y cuenta que Clint Eastwood anduvo viviendo «en el número 6 de la Calle Pedro Muguruza, creo». Greene, entre pruebas de imprenta –escribe en francés, piensa en inglés y vive en madrileño– , recuerda que cuando existía el edificio Corea –ya derrumbado por la aluminosis–, el «madrileño aprendió el cosmopolitismo y, dentro de las circunstancias, se vivía en libertad» .
En el centro de Castilla donde hubo un Torremolinos en seco. Pero aún se celebran las hamburguesas del Woolworth como un ‘Plan Marshall’ carnívoro en las costumbres madrileñas. Recuerdo de aquellos tiempos de la Base de Torrejón, de las lindas meretrices, y de los americanos que descubrían el Mediterráneo en la Meseta.
Madrid no tiene costa, pero los madrileños son mediterráneos con nostalgia de olas y en esa parte de la Castellana se hacía la competencia paralela a la Marbella de Jaime de Mora y Aragón, a un joven Luis Ortiz y a Gunilla . Hay una asociación cultural que, llamándose Costa Fleming, quiere «darle vida a la zona más alegre de Madrid», y así lo demuestra la revista que sacan, ‘Alexander’, y hasta una cerveza propia que exhibe con orgullo Jorge Galaso, su ‘alma máter’.
En este Madrid de bloques altos y perros con problemas de esfínteres, hay que hacer buenas las palabras del arquitecto y urbanista Salvador Moreno Peralta sobre «un lugar cuya sordidez estaba oculta tras el esplendor del urbanismo de la época. Un desfogue tolerado en la España de –aquellos– nuevos ricos.» Eso.
Hoy por hoy hay una estatua oxidada donde los perros van a lo suyo. Vaciarse y mirar una zona de Madrid que fue California, Miami y hasta Nueva York.
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