Los bares 'heavies' de los bajos de Argüelles, una especie en peligro de extinción
Llegaron a ser más de 30 en los años noventa, pero ahora sólo quedan 6 que aguantan con los cuernos en alto
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Nacho Serrano
Madrid
Los bajos de Argüelles, antiguamente conocidos como los bajos de Aurrerá gracias al supermercado homónimo que les dio vidilla antes de convertirse en una zona de copeteo, recibieron a sus primeros garitos heavies a mediados de los ochenta. Llegaron a superar los treinta ... en la década de los noventa, cuando se convirtió en el principal centro neurálgico de la nocturnidad metalera madrileña. Pero de pronto los 'skins' neonazis empezaron a merodear por allí en manada y la cosa empezó a decaer: para los melenudos eran demasiadas peleas cada fin de semana. Poco después llegó la ley antibotellón, y la sentencia quedó dictada. Todo el mundo tenía la costumbre de echarse unas cuantas latas antes de dejarse los cuartos en los bares, y con una comisaría de Policía allí mismo, la amenaza de las multas pesó demasiado.
«Recuerdo perfectamente la época de los nazis», dice Carlos, dueño del Bastard, uno de los seis irreductibles baretos rockeros que quedan allí. «Sin más, dejaron de ir. Me imagino que al bajar el ambiente se les quitaron las ganas de pasar por allí, porque esa clase de gente solo tiene como diversión pegar a la peña sin motivo. Su fiestas eran así», rememora.
Varios lustros después, en septiembre de 2011, Carlos se lanzó a la aventura de abrir el Bastard, que ha resistido hasta hoy mientras caían otros antros legendarios como el Orion, TNT, Anvil, Lemmy, Hellion, Spectro, Metalmorphosis o Tyrant. Ahora el Bastard convive con el Fenrir, el Sinner, el Gatuperio, la Ducha y El Tuareg. «La relación entre nosotros es muy buena e intentamos ayudarnos entre todos, hay sano compadreo», asegura Carlos, que hasta el momento, salvando el zarpazo pandémico, ha tenido una experiencia estupenda con su local ya que a día de hoy tiene «una familia de amigos que han hecho del Bastard su hogar».
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Héctor, el dueño del Fenrir, lo corrobora. «Todos nos llevamos bien; siempre ha habido buena relación entre nosotros, nos tomamos una cerveza de vez en cuando juntos, y nos echamos una mano siempre que alguno se queda sin algo en el almacén». Este garito cuyo nombre rinde homenaje al gran lobo de la mitología nórdica lleva un poquito menos, desde 2013, pero su responsable considera que «haber cumplido diez años es un pequeño triunfo» y resume así su periplo por los bajos: «Como cualquier negocio, los inicios fueron duros. Durante los tres primeros años apenas se cubrieron gastos –olvidémonos de beneficios, yo tenía otros dos trabajos para poder subsistir–, luego la cosa fue mejorando y entonces vino la pandemia…», relata. «En cualquier caso, y teniendo en cuenta la situación general, no nos podemos quejar demasiado. El bar ha ido creciendo y hoy en día, sin ser su mejor momento, es un local asentado y lugar de ocio nocturno referente para mucha gente».
A pesar de que a los dos les va razonablemente bien, ambos asumen con entereza que el rollo 'heavy' de los bajos ya no es el que era. Carlos reconoce que «está decayendo» especialmente desde la pandemia «porque la gente ha tenido que mirar mejor cuáles son sus prioridades» a la hora de gastar dinero. «El ocio nocturno es lo primero que desechan por cómo está la economía. No da para todo lo que uno quisiera. Sin embargo no se pierden ningún concierto, que es lo único para lo que ahorran durante todo el año. Todo lo demás, como lo que les ofrecemos en un bar, está ya al alcance de todo el mundo y prefieren quedarse en casa bebiendo. Así se ahorran mucho más que haciéndolo en un bar. La pandemia nos hizo mucho mal. Se dio una imagen que hizo a la gente mirar el ocio nocturno de otra manera, y ahora es como que ven que ya no es necesario en sus vidas. En cuanto a nosotros como gerentes, si no fuese por los caseros que teníamos, no podríamos haber aguantado. Gracias a que nos congelaron los meses de alquiler, y a las ayudas que dio el Estado, pudimos mantenernos».
Héctor señala otros problemas como el botellón, que nunca desapareció del todo y ahora está peor visto que nunca. «A los bares no nos beneficia en nada y los vecinos lo ven como consecuencia de los bares, lo que hace que estén en nuestra contra», se queja.
«Al tratarse de una zona privada de uso público, la Policía no hace la misma presión sobre el botellón que en otras zonas, por lo que la gente se siente protegida. Por supuesto que entiendo que los vecinos estén hasta el gorro de ruido, de las botellas rotas y el escándalo, pero los locales no somos responsables de gran parte de él. La gente que viene de botellón no consume nada en los bares en su gran mayoría, pero han provocado un clima de convivencia con los vecinos muy malo, tirando agua, huevos o basura a la gente, y presentando denuncias falsas contra los bares por cosas como tráfico de drogas o prostitución», considera el dueño de Fenrir, que cree que la peor consecuencia de este problema ha sido la aplicación de las medidas de Zona de Protección Acústica Especial. «No ha servido para eliminar el botellón (algo que sólo una mayor presencia de policía lograría), pero a nosotros nos obliga a cerrar una hora antes, con el consiguiente perjuicio económico», valora.
Por otro lado, considera que el declive de la pasión metalera no es una cosa exclusiva de los bajos. «En Vallecas, que era en su tiempo el otro gran lugar de referencia para el entorno heavy, apenas queda ningún bar, como también han cerrado otros en otros barrios. Es un momento duro para la escena metalera. Aquí echamos de menos locales como Hysteria o We rock, los únicos que aquí tenían licencia de discoteca y que eran el complemento a los pubs, el sitio donde terminar la noche, lo cual nos ha dejado un poquito cojos».
Efectivamente otros no tuvieron tanta suerte, ya fuera antes o después de la pandemia. Y en cuanto a la claudicación de esos compañeros, Carlos asegura que fue «por falta de clientes» y que «si cierran tres luego sólo abre uno con suerte, por lo que se abren menos de los que se cierran». Él reconoce que ahora que son menos bares, se reparten «los pocos que hay… por desgracia». Porque los bares que dijeron adiós no han sido sustituidos por otros, y en todo caso, si abre uno nuevo suele dedicarse a otros estilos de música como el reguetón.
«Es el cambio musical de la nueva generación», opina Carlos. «Es lo único que les enseñan en sus vidas y en su entorno no hay más que música latina, sin darles la oportunidad de enseñarles otros estilos como el rock y el metal, que llevan toda la vida entre nosotros y que ya es cultura y una forma de vivir». Esto último no lo dice por decir: Carlos piensa aguantar con el Bastard hasta desfallecer. «Sí, el Bastard estará hasta que yo pueda. Es parte de mi vida y haré lo posible para que esto dure muchos años más». Y lo mismo dice Héctor: «Los bares 'heavies' son algo vocacional, los explotamos los dueños, lo que los hace mucho más susceptibles de aguantar pese a los baches. La clientela, pese a lo menguante, también es muy fiel. Mientras los bares sean mínimamente rentables, aguantaremos».
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