El frustrado secuestro de un avión con una pistola de plástico
HISTORIAS CAPITALES
El autor, de 18 años y estudiante de informática, dijo haber tomado «cuatro copas»
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El secuestrador detenido por las fuerzas del orden
El primer avión que fue secuestrado en España realizaba un vuelo entre Madrid y Zaragoza, y el autor de la fechoría fue un joven de 18 años, que estudiaba informática y había tomado, según dijo él mismo, «cuatro copas». La cosa ... no pasó a mayores porque la pistola con la que amenazaba a pasaje y tripulación resultó ser de plástico. Pero lo cierto es que lo que a cincuenta y pico años vista puede parecer una bufonada, fue entonces un problema serio.
Mariano Ventura Rodríguez era muy joven, taciturno y estaba reñido con el mundo. Algo se cruzó en su cabeza cuando, en enero de 1970, se le ocurrió secuestrar una aeronave. Primero se compró una pistola igualita que las de calibre 22, pero de plástico. Luego, se hizo con un cuchillo de punta roma. Y por último, compró el billete. De ida, para posteriormente cambiarlo por uno de ida y vuelta. Suponemos que por aquello de no dejar pistas.
Dijo a sus padres que se iba al cine, pero en realidad se fue a Barajas. Y allí cogió el vuelo a Zaragoza. Y ya en el aire, se aproximó a la cabina y, apuntando con su cuchillo romo a una de las azafatas, le hizo conducirlo a presencia del comandante, al que exigió que le llevara «¡a Cuba!».
El comandante, Luis Arias Bernal, hizo gala de mucha mano izquierda y grandes dosis de sangre fría, y convenció al joven –ya se veía– e inexperto secuestrador de que eligiera otro destino más cercano, porque aquel aparato no tenía capacidad para volar tantos kilómetros sin repostar: «No se preocupe usted, vamos donde usted quiera», dijo luego a la prensa que le dijo. Entonces, Mariano pidió ir a Tirana, la capital de Albania. Esto sí se lo concedió el piloto, con escalas técnicas, le dijo, en Zaragoza, Marsella y Roma.
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ContinuarPero al llegar a Zaragoza, todo estaba ya preparado en el aeropuerto para que el avión no volviera a salir de allí. Las autoridades no sabían, claro está, de la escasa peligrosidad del secuestrador; ni siquiera sabían si era uno o varios.
Nada más aterrizar el avión, para supuestamente repostar, se dieron una serie de órdenes concatenadas: apagar el sistema eléctrico y de climatización de la nave, apagar las luces de balizamiento de la pista, y desinflar las ruedas del aeroplano.
Ante tan negra perspectiva, con los nervios a flor de piel y tal vez arrepintiéndose ya de su acción, Mariano Ventura terminó rindiéndose ante la autoridad. Fue detenido a pie de pista, juzgado por un Consejo de Guerra y condenado a seis años de cárcel, de los que cumplió la mitad por buena conducta. Además, tuvo que pagar una indemnización a Iberia de algo más de 17.000 pesetas (al cambio, unos 900 euros).
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El secuestro duró, en total, en torno a tres horas. El comandante, relatan las crónicas, era «un hombre joven, simpático, de corta estatura, nacido en un pequeño pueblecito de Valladolid llamado Cordos, casado y con cuatro hijos», y con 7.000 horas de vuelo a sus espaldas. La azafata que tuvo que bregar con el secuestrador fue María del Mar Ochoa López, descrita en los periódicos como «alta, delgada, de cabellos negros y ojos castaños».
Los cuarenta y un pasajeros tuvieron ocasión de vivir una aventura alucinante y, afortunadamente, incruenta. Y al día siguiente, el avión, con la tripulación pero sin pasaje, regresó a Madrid.