El escondrijo de los clanes de carteristas del Este: los hostales pirata de Torrejón de Ardoz

Una pareja nigeriana regenta tres locales donde pernoctan 30 ladrones: proceden de un asentamiento de San Fernando

Los vecinos y comerciantes del centro de la ciudad se quejan de que sufren robos desde la llegada de estos delincuentes

La brigada ciudadana de TikTok que combate a los carteristas de Madrid

Hostal Gracia, uno de los señalados como 'acogedores' de carteristas en Torrejón de Ardoz josé ramón ladra

Carlos Hidalgo

Torrejón de Ardoz

Un filtro con policías locales de paisano y uniformados circundaba este fin de semana la zona de peñas, conciertos y la ofrenda floral a la Virgen del Rosario, patrona de Torrejón de Ardoz (130.000 habitantes). La Plaza Mayor, epicentro de las celebraciones, y sus ... calles aledañas han estado vigiladas, como cada año, para que desde el 4 al 6 de octubre los festejos no los aguara nadie. Tampoco los amigos de lo ajeno, que, desde hace un tiempo, se dejan no solo ver en la ciudad del Corredor del Henares, sino que tienen allí su cuartel general. ABC ha visitado los hostales, por llamarlos de manera oficial, donde alrededor de una treintena de rateros pernoctan cada jornada, justo después de regresar de un largo día de 'trabajo' afanando carteras, móviles, bolsos y lo que les salga al paso a estas mafias del Este de Europa.

Son, según diversas fuentes policiales y víctimas de estos delincuentes, especialmente gitanos rumanos, aunque también los hay de Bulgaria. En la calle del Cristo, 13, está el hostal Plaza de España, a apenas 50 metros del enclave del mismo nombre. De allí vemos salir el jueves a mediodía a una chica de pelo moreno, bien parecida, ropa ajustada y que discute con alguien a gritos por los auriculares de última generación conectados por 'bluetooth' a su teléfono móvil. Habla en un rumano podría que decirse hasta que agresivo. Los frecuentes de la zona la señalan como una de las hurteras profesionales.

La pensión, realmente, es el antiguo local de un bar, convertido ahora en un tugurio con ocho habitáculos. Su propietaria, Julie, una nigeriana, afirma que lleva 19 años con el negocio. Muy molesta, explica sobre el señalamiento que la hacen como 'casera' de los carteristas: «Yo no le pregunto a nadie de mis clientes a qué se dedica, en qué trabaja. Tomo sus datos y los envío a la Policía, como manda la ley», insiste, mostrando la aplicación con la que transfiere las identidades de quienes se hospedan allí. Se defiende con otro argumento: «Mira, cómo voy a tener esto lleno de delincuentes si apenas hay ocho habitaciones», aduce, señalando hacia un trozo de madera con ocho casillas dibujadas a mano alzada y de la que solo pende la llave de uno de los cuartos. El resto está reservado y sus moradores fuera, en la calle.

Julie está sentada delante de una mesa mínima, parecida a las antiguas que las familias llevaban a la playa, toqueteando su móvil. Se enfada aún más cuando le insistimos en la acusación hacia ella y hacia su pareja («Qué más da si estamos casados o no», se queja), quien un rato antes ha cerrado con cajas destempladas la puerta de uno de los otros dos hostales que tienen a cientos de metros del de Cristo y que se llaman igual: Gracia. Realmente, son locales comerciales reconvertidos en viviendas mínimas, pequeños zulos malolientes de los que un vecino del bloque que los separa asegura que ve entrar y salir a estos ladrones cada dos por tres.

En un restaurante muy cercano, desde cuya atalaya se puede ver todo lo que pasa en las pensiones Gracia, su dueño nos cuenta cómo «a las seis o siete de la tarde regresan de robar del centro de Madrid», y se reúnen, quizá para contarse cómo les ha ido el día de faena, durante un buen rato en la puerta. Esta última conversación se produce casi a hurtadillas, mientras el novio/marido de Julie entreabre la puerta de su negocio y hace como que barre la entrada. Se masca la tensión. «Estos son los que dan mala fama a los extranjeros que en realidad hemos venido a España a trabajar», dice el hostelero, de origen turco.

Una hurtera de un clan del Este, el jueves, por el centro de Torrejón de Ardoz josé ramón ladra

Son alrededor de media docena de pensiones las que sirven de madriguera para estas personas, que ya no salen a robar con el mal aspecto de antaño. Se arreglan. «En un 70% son mujeres y hay un tipo, que debe de ser el chulo, que ahora se ha cambiado de aspecto, para pasar más desapercibido. Se ha rapado el pelo y se ha tintado las cejas», asegura uno de los taxistas de la plaza de España. Al otro lado de este enclave, uno de los corazones de Torrejón de Ardoz, se encuentra la estación de Renfe. «Ellas salen cada mañana y se suben en el Cercanías, van al centro de Madrid y allí es donde delinquen –explica otro taxista, Miguel–; luego, cogen un taxi aquí solo para que las llevemos a los hostales, que están ahí a lado, pero yo me niego a llevarlas. Otros compañeros sí lo hacen». Uno de los conductores que sí las ha llevado asegura que «pese a que es la carrera mínima, dejan buenas propinas». Si son 3,8 euros, por ejemplo, les dan 5 y les dan el cambio. «Las ves con fajos de billetes de 50 euros, hablando en su idioma entre ellas, como si no pasara nada. Eso sí, a nosotros no nos intentan robar», reconoce otro taxista en la parada.

¿Por qué no hacen ese trayecto, de apenas 5 o 10 minutos, a pie? La respuesta es unánime: «Porque así se aseguran de no llamar la atención y que no las pillen con todo lo robado que traen desde el centro de Madrid».

«Le limpiaron la cuenta corriente»

Fuentes policiales indican que «no suelen actuar en el lugar donde viven [Torrejón de Ardoz]» y «son algo más de una veintena», aunque niegan «que se haya producido un aumento de hurtos» en la ciudad a raíz de su presencia allí. «Aquí lo tienen muy complicado», añaden. Son clanes que vienen del antiguo asentamiento que había junto a la A-2 (carretera de Barcelona), a la altura de San Fernando de Henares y en el lado opuesto al centro comercial Carrefour de esta autovía, junto al desvío al parque acuático abandonado. Otra parte reside también en Alcalá de Henares, de una manera similar, indican nuestros informantes.

Sin embargo, un paseo por la calle de Enmedio, muy comercial y peatonal, no deja lugar a dudas de la presencia de estas bandas en el municipio. En una cafetería-pastelería bastante amplia, sus camareros recuerdan cómo hace dos semanas entraron dos hombres y una mujer bien ataviados y se sentaron en la mesa de detrás de una clienta que tomaba algo sola, con el móvil en silencio. Cuando echó mano del teléfono, vio que tenía una notificación de su banco: acababan de limpiarle la cuenta corriente. Las cámaras de seguridad del local captaron cómo los hurteros le habían sacado el monedero del bolso, que había colgado de la silla, y se habían marchado discretamente con sus tarjetas al primer cajero automático que encontraron.

A otra mujer, cerca de uno de los dos hostales Gracia, le sisaron la cartera y perdió 700 euros que llevaba encima, aunque finalmente pudo recuperarlos. Algunas señoras mayores comentaban el día antes del inicio de las fiestas que tenían «mucho miedo» a ir a la ofrenda floral a la Virgen del Rosario, temerosas de que, entre el gentío, las dejaran sin nada. «Yo ya tengo miedo hasta a salir de casa», exageraba una octogenaria acompañada de sus amigas. Las rateras son la comidilla de estos días en Torrejón de Ardoz.

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Patrulla Madrid es un grupo de ciudadanos anónimos que acorralan a rateros por la calle y llevan una cuenta de Instagram en la que ponen nombre y caras a los carteristas de Madrid. Tienen su capítulo dedicado a los de Torrejón. La captura de pantalla con los rostros de estos corre de móvil en móvil. La cajera de un supermercado saca la suya y duda: «No sé si son las que vienen a robar aquí cada día».

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