Los más de cien años de guerras del pan que han sufrido los madrileños

HISTORIAS CAPITALES

Durante todo el siglo XX, el precio y, sobre todo, el peso de las barras dieron lugar a fraudes y a grandes revueltas populares en contra

Adiós al fraude de la masa madre del pan

Asalto a una panadería durante una manifestación contra la subida del pan en junio de 1914 ARCHIVO ABC

El pan, alimento básico donde los haya, ha sido protagonista de muchas guerras en Madrid. Durante los últimos cien años, esta mezcla de harina, agua y levadura ha generado batallas duras y en cuya resolución se han visto implicadas las autoridades, los fabricantes, los ciudadanos ... e incluso el ejército.

En la primavera de 1914, los panaderos que cocían pan francés y de Viena decretaron un paro, que apagó casi todos los hornos de Madrid. En cuanto el público se percató de la situación, corrieron a los despachos de pan para arramplar con lo poco que encontraron, de manera que a mediodía, no quedaba ni una miga. La prensa daba noticia de que en los cafés se utilizó, a falta de otra cosa, el sobrante del día anterior, hasta que se agotaron las existencias. Y entonces, se observó un considerable aumento en la venta de ensaimadas, mojicones, buñuelos y bollos. «En muchos hoteles faltó el pan francés; únicamente en el Palace, que tiene fabricación propia, y el Inglés, que tiene un contrato especial con una tahona de la calle de Echegaray, hubo el pan necesario para sus huéspedes», recogían las crónicas.

Tan grave fue la cosa, y tan necesario el pan para el día a día de los madrileños, que hubo establecimientos que se surtieron de las hogazas y barras en pueblos cercanos a Madrid, e incluso de Toledo se recibieron miles de kilos, pedidos telegráficamente por dueños de cafés y fondas.

Como el producto era tan escaso, y este país es tan dado a la picaresca y a buscar atajos, señalan los periódicos de la época que hubo «criadas que iban provistas de tarjetas de recomendación para conseguir que se les facilitase el pan». Lo que dio lugar a tumultos y quejas y a que la autoridad acordara que no hubiera excepción para nadie, y todos formaran cola.

Tirando de números, se fabricaron unos 12.000 kilos de pan candeal, 2.000 de Viena y 2.000 francés, que se calcula que eran unos 50.000 kilos menos que de ordinario, según dijeron en una reunión del alcalde, vizconde de Eza, con sus concejales. El regidor, en posterior encuentro con los representantes de los huelguistas, se mostró decidido a obrar sin contemplaciones y a descargar todo el peso de la ley sobre los responsables del conflicto. La negociación y la cordura se impusieron, y se convino aplazar sus reivindicaciones para cuando volviera la normalidad, dejando claro que eran peticiones «a todas luces justificadas».

El pueblo protesta en las calles Arriba, la Guardia Civil vigilando las inmediaciones de la plaza de la Cebada, durante las protestas del pan de 1914. Abajo, dos imágenes de la venta de pan barato en Orcasitas en el conflicto de los años 70 ARCHIVO ABC-ÁNGEL CARCHENILLA

Cinco años después, en febrero de 1919, una nueva huelga se desata en el sector, en este caso por parte de los patronos, y contra la voluntad de los trabajadores que se maliciaban que tras el paro estaba la intención de apropiarse de los dos céntimos en que debía bajar el precio del kilo de pan por decisión del Ministerio de Abastecimientos.

Este producto volvió a ser un problema cuando, en 1920, la conflictividad volvió al gremio. La autoridad planteó un pan de tasa, y se pusieron carteles anunciando en qué sitios se había de vender aquel pan. La idea era cocer a diario 165.000 kilos de este pan, en todo caso insuficiente para una población que consumía ya por entonces, calculaba la prensa, unos 300.000 kilos. Por eso, se plantearon medidas para impedir que este pan más económico lo terminaran comprando las clases acomodadas. «Se llegará si es preciso -dijo el alcalde- a la distribución de tarjetas».

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Un negocio tan demandado y en el que prácticamente todos los madrileños eran clientes fue un foco de conflicto casi permanente. En la posguerra, con la escasez añadida de todo tipo de materias primas, la situación no mejoró; es más, se dieron problemas de adulteración, que acabaron con una manifestación contra el fraude en el año 1948. En los años 50, el ministro de comercio Alberto Ullastres apostó por la libertad de competencia en el sector, pero la fórmula no funcionó, y terminó precisamente en lo contrario, en la creación de un monopolio.

Así se llegó a los años 70, donde se produjo la que los medios denominaron «guerra del pan», un fraude que algunos periódicos, como ABC, cifraban en unos 3 a 8 millones de pesetas por día de ganancias fraudulentas por la venta de barras con menor peso del que exigía la regulación.

La norma decía que la barra familiar tenía que pesar 500 gramos y la pequeña, la popular 'pistola', 260 gramos. En 1973 comenzaron a medirse por longitud, y no por peso, y se descubrió que con el cambio, ninguna de ellas cumplía, como constataron las asociaciones de vecinos: juntas ambas, no llegaban al medio kilo. El diario YA publicó que el peso medio real de la barra de 500 gramos era de 360 gramos.

Hubo asociaciones, como la de Orcasitas, y luego otras en San Blas, Carabanchel o el barrio del Progreso, que comenzaron a vender su propio pan barato y con el peso adecuado. Se lo servía el empresario Emilio Alonso Munárriz, un «quijotesco personaje», relataba Blanco y Negro, que denunció la estafa ante el Juzgado de Guardia y los ministerios de Comercio, Industria y Gobernación. Y que persiguió por la calle, escopeta en mano, al presidente de la Agrupación Sindical de Panadería, al que hacía responsable de la situación. Alonso Munárriz, de hecho, defendía que el pan podía venderse más barato, y que los industriales eran culpables del aumento de tarifas que se sufría y que tanto indignó a la población. De acuerdo con sus cálculos, el fraude les habría proporcionado unas ganancias ilícitas a los empresarios del pan de unos 1.240 millones de pesetas en medio año.

Para frenar esta venta directa del pan por parte de las asociaciones de vecinos, se idearon todo tipo de métodos: desde cortarle el suministro de harina a Munárriz por parte de los monopolios, hasta incautar el pan en los locales vecinales donde se vendía, por parte de las autoridades. La 'guerra del pan' derivó en una enorme manifestación en la que participaron hasta 100.000 personas, decían los cronistas, y que se celebró en Moratalaz el 14 de septiembre de 1976.

La historia no acabó ahí: los empresario decidieron unilateralmente en 1977 poner en práctica la disminución del peso de las barras de pan un mes antes de lo que preveía la Administración; hubo multas, contactos con el Ejército e incautación de una treintena de tahonas -donde se puso a los trabajadores a hacer pan para garantizar el suministro, cobrando su salario normal-, e incluso el encarcelamiento de algunos de los industriales. Varios directivos de la Agrupación Nacional de Panadería fueron procesados.

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