Historias Capitales
El 'tardeo' madrileño de principios del siglo XX
Pasear, tomar un refresco en un aguaducho o acudir a verbenas y bailes estaban entre las principales diversiones de los madrileños de 1900
Sara Medialdea
Mucho se ha escrito en los últimos tiempos del gusto de los madrileños por el tardeo, la última modalidad de ocio en terrazas al aire libre, desde la salida del trabajo, que ha arrasado ahora que muchos locales de hostelería han ampliado y extendido ... el espacio que ocupan en la vía pública sus sillas y mesas, al abrigo de las medidas de protección frente al Covid. Per o viene de antiguo la afición de los residentes en la Villa y Corte por sestear al fresco, con un vaso de zarzaparrilla o similar para refrescar el gaznate. Y es que el ocio y Madrid llevan tiempo de fructífero noviazgo.
Cuando se acababa el tiempo del trabajo, en el taller, la fábrica o la tienda, los madrileños se echaban a la calle, que de siempre ha sido lo suyo, para disfrutar de diferentes distracciones civiles, como las llamaban en las crónicas de la época: los paseos, las tertulias en los cafés, las visitas a la taberna, las corridas de toros, las fiestas de Carnaval, el teatro ligero y las zarzuelas, y en ocasiones el cine.
Pasear era una de las ocupaciones favoritas de los madrileños. Y además, era gratis. En la calle -con buen tiempo- había servicios de aguadores y otros, música de organillos, y coches por si uno se cansaba. Se podía ver a la aristocracia luciendo sus mejores galas como parte del espectáculo. El barullo y la alegría de esas calles madrileñas sorprendía y encandilaba a los muchos que llegaban de provincias: lo recogieron en sus escritos algunos de los grandes nombres de la época, impactados y encantados por la cara más popular de Madrid: desde Galdós a Baroja, Unamuno o Azorín.
Madrid contaba, a comienzos del siglo XX, con medio millón de habitantes. Y muchos son los que pasean por el Prado o Recoletos viendo y dejándose ver: damas y caballeros elegantes en sus carruajes se dejan admirar por una multitud plebeya que los observa a pie.
En las aceras, se abren kioscos con mesas y los típicos aguaduchos donde tomar algo rápido. Agua, azucarillos y aguardiente es algo más que una frase en el libreto de una zarzuela: era el reclamo de los principales productos que portaban las aguadoras, y que ofrecían por unos pocos céntimos a los transeúntes. En aquel Madrid, había sillas que se alquilaban por un módico precio, para reposar bajo la sombra de los árboles de los paseos mientras se degustaba una bebida y se continuaba observando el panorama.
Otro foco de diversión de la época eran los cafés y sus tertulias . Los más populares estaban entre la Puerta del Sol y la glorieta de Atocha: el Fornos -en el chaflán de Alcalá con Peligros, frecuentado por los políticos-; el de la Montaña, entre Alcalá y Sol -en él perdió su brazo Valle-Inclán -; el Universal -en Sol-; el Suizo -entre Alcalá y Arlabán, con Ramón y Cajal y otros ilustres médicos entre los habituales-; el Colonial, el más bohemio, que era visitado a la salida de los teatros...
Un escalón más abajo estaban las tabernas, populares y abiertas, aseguran los expertos, 21 horas al día. Los clientes bebían y charlaban acodados en el mostrador de zinc, y había tabernas por todos los barrios de Madrid. Eran muy combatidas por los higienistas y por los partidos políticos de todo signo, porque aseguraban que en ellas se fomentaba el alcoholismo y los juegos de azar.
Pero si algo tenía tirón popular en aquellos primeros años del siglo pasado, eran los bailes populares. Salvo momentos concretos, como Carnaval o verbenas, en que las barreras sociales tendían a romperse, lo normal era que hubiera establecimientos diferentes para cada clase. Se bailaba el chotis, la polca, el pasodoble y la mazurca, pero también la habanera y el vals.
Había bailes todo el año, organizados por más de 100 asociaciones de baile, y especialmente en Carnaval, cuando se habilitaban para ello teatros. Y si había una atracción popular, esa era la verbena: llegaban con la primavera y continuaban en el verano, acompañando al santoral, y en todas había baile. San Juan, San Antonio de la Florida, Santiago, el Carmen, San Cayetano, San Lorenzo y La Paloma . Y también había salas de baile de verano, al aire libre, en jardines como los de la plaza del Rey, plaza de Colón, Puerta de Alcalá y Jardín Botánico: el Ariel, el Apolo o el Eliseo Madrileño.
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