Lo que cambia en Madrid cuando está en venta
Bajo cielo
Hace veinte años, uno pasaba por Juan Bravo o Príncipe de Vergara y encontrar sitio para aparcar en Nochebuena era tarea imposible. Hoy, tiene algo desolador, parece un barrio fantasma
El fin de las tertulias: la nueva moda de no dejarse ver
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Iniciar sesiónNo hace mucho tiempo, Madrid lucía en estos días prenavideños, sus mejores galas de cara a celebrar la Nochebuena. Siempre se dijo que el Besugo era el plato perfecto. En mi casa somos de pularda. Pero hoy en día sorprendería mucho toparse con la vendedora ... de pavos, una mujer que caminaba con su grupo de pavos vivos por Serrano y Velázquez, vendiéndolos en las porterías de quienes podían permitirse, ya no sólo pagarlo, sino también desplumarlo y cocinarlo para los suyos. Imagino que con la pavera pasaría lo mismo que con los vendedores de pisos, que siempre han tenido en los porteros de las casas de estas zonas de Madrid a sus mejores aliados de cara a vender pavos o pisos. Umbral decía que todos los porteros del barrio de Salamanca, de Chamberí y Retiro eran de derechas, porque leían el ABC, periódico que devoraban cuando ya había sido leído por los propietarios y «las señoras», que decía el incomparable Paco.
Hoy no hay paveras por esta zona y mucho sitio para aparcar los coches en Nochebuena, algo que dice mucho de quienes habitan estas casas. Hace veinte años, uno pasaba por Juan Bravo o Príncipe de Vergara y encontrar sitio para aparcar el coche durante la cena era tarea imposible. De hecho, había cierto pacto con la policía municipal porque no se multaba, y los coches se subían en las aceras y hacían doble fila en las plazas. Hoy, tiene algo desolador lo de conducir por esta zona en Nochebuena. Hoy, sin embargo, el aspecto es desolador pues uno encuentra sitio donde le dé la gana. Parece un barrio fantasma, vacío, inhabitado.
Las familias de estas zonas de la ciudad han vendido sus casas a extranjeros millonarios que, o bien pasan la Navidad en su otra casa de París o Nueva York, o bien están dedicadas al alquiler de grandes empresarios o de ese concepto «vacacional» que tanto molesta a los cuatro vecinos que resisten como si fueran los últimos de la fila. Y, sin embargo, basta detenerse un momento, quizá a la altura de Goya, cuando ya se han apagado las prisas del último recado para recordar cómo era este barrio cuando todavía olía a caldo recién hecho y a brasero de picón.
El barrio, que antes era una postal viva, se ha convertido en un decorado donde casi nadie vive y apenas quedan voces que recuerden cómo era comprar el turrón en la tienda de siempre
No hace tanto que las porterías lucían su pequeño belén de plástico, colocado con orgullo por el portero, que siempre decía «este año lo he puesto mejor» aunque las figuras estuvieran algo mutiladas por el paso del tiempo. Incluso había quien dejaba envuelta en papel de estraza una botella de anís para el portero, que la recogía con un gesto ceremonioso, como si recibiera un premio municipal. Hoy, esos belenes han quedado relegados a un armario, quizá junto a los chubasqueros de una familia que sólo viene a Madrid cuando coincide un vuelo directo desde Doha o Singapur.
En aquellos años, el barrio parecía de verdad un organismo vivo. Había un murmullo constante, como de colmena o de mercado de abastos: los olores de las pescaderías salían al encuentro de los abrigos de lana, y los niños repetían villancicos algo desentonados mientras arrastraban bolsas llenas de papel de regalo. Era un barrio que se sabía importante sin necesidad de decirlo. Ahora, en cambio, las luces de Navidad se encienden sobre unas aceras demasiado limpias, demasiado silenciosas, como si hubieran lavado no sólo la suciedad, sino también la memoria. Y es inquietante verlo entero iluminado pero al mismo tiempo vacío del todo.
Uno pasea por López de Hoyos o por Ortega y Gasset en Nochebuena y la ciudad parece contenida, suspendida en un gesto que no se decide ni por la celebración ni por la melancolía. Y así, este barrio, que antes era una postal viva, se ha ido convirtiendo en un decorado elegante donde casi nadie vive y donde apenas quedan voces que recuerden cómo era comprar el turrón en la tienda de siempre o pedirle al frutero «los dátiles de los buenos, que hoy es Nochebuena».
El fin de las tertulias: la nueva moda de no dejarse ver
Alfonso J. UssíaQuizá lo verdaderamente inquietante no sea que han muerto, sino que ya casi nadie las eche de menos. En lugar de los viejos cafés, proliferan ahora en ciudades como Madrid los clubes privados
Aun así, hay quien resiste. Algún vecino veterano, con bufanda de cuadros y gesto de inspector jubilado, sigue bajando a tirar la basura a las siete en punto, como si su puntualidad mantuviera en pie la vieja rutina de un Madrid añejo. Tal vez sean estos últimos habitantes, obstinados y silenciosos, quienes sostienen la memoria del Salamanca, evitando que desaparezca del todo en este brillo importado que no tiene raíces, ni acentos, ni recuerdos. La semana que viene andaré por alguna zona que se resista a venderse entera y me devuelva la Navidad.
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