De Batán a Torres Blancas, las 'utopías' madrileñas de Sáenz de Oiza
25 aniversario de la muerte del arquitecto navarro
Los testimonios de tres de sus siete hijos y de algunos usuarios de dos de sus obras más emblemáticas desvelan las claves de su arquitectura y su vida
Su huella en la capital está en varios distritos, de Chamartín a Vallecas
Tetuán, 'vida de pueblo' para una vibrante comunidad de creadores
Madrid
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Iniciar sesión¿Qué le parecía ir a un cole con las aulas, el gimnasio, y los patios redondos? ¿No era raro? La pregunta es para Santi, nacido en 1961 y criado en Nuestra Señora de Lourdes-Batán, una de las colonias del Hogar del Empleado que ... entre los años 50 y 60 del pasado siglo se levantaron en las periferias de Madrid y que poblaron las familias de asalariados de banca, cajas de ahorro, seguros, compañía eléctrica o el gas.
El proyecto de esta colonia, en concreto, fue firmado por los arquitectos José Luis Romany, Francisco Javier Sáenz de Oiza, Manuel Sierra y Adam Milcynski. «Más raro era dar clase en los sótanos de las torres, que parecía que estábamos en una cueva... Incluso, oíamos correr el agua por las tuberías», responde Santi con mucha guasa. Los niños de Nuestra Señora de Lourdes llevaban tiempo habitando aquellas torres de doce plantas -también los bloques de cinco pisos- de este singular enclave entre la Casa de Campo y la carretera de Extremadura, cuando por fin abandonaron esas 'catacumbas' que lo mismo servían para aprender latín que para tomar la Primera Comunión.
Los sótanos fueron un apaño hasta que se culminó la obra de la escuela de primaria, en exclusiva de Sáenz de Oiza (Caseda, 12 de octubre de 1918-Madrid, 18 de julio de 2000): una construcción formada por varios pabellones de planta circular y diferentes alturas, que respondía a un pensamiento orgánico y absolutamente original del arquitecto navarro. Una organización -algunos la definen como «utopía constructiva» o pura «quimera»- que rompía la jerarquía de los pupitres alineados frente al maestro y conectaba a los alumnos con la naturaleza, pues cada aula tenía su patio para, si el tiempo era propicio, aprender al raso.
Más allá de las intervenciones y modificaciones realizadas a lo largo del tiempo en el Colegio Lourdes FUHEM, que es como se llama en la actualidad el centro, todavía hoy resulta un lugar asombroso. A estas aulas han regresado varios de aquellos escolares, ahora a las puertas de la jubilación, dispuestos a posar en homenaje a Sáenz de Oiza con motivo del 25 aniversario de su fallecimiento. El reencuentro en una de las salas donde cursaron estudios, con salida a su correspondiente patio-jardín a través de una ventana, les anima a cantar a pleno pulmón: «Tori, tori, tori... los de Lourdes son así. Unos van al cine, otros al teatro y los de Lourdes a la Casa de Campo...». Todos los antiguos ellos coinciden: «Este cole nos hizo más libres y creativos».
La geometría del círculo
«La geometría que mi padre utilizaba para casi todo era el círculo. Él fue un arquitecto ecléctico. Buscaba una solución distinta para cada distinto uso y lugar. El poder de la forma era lo que perseguía. ¿Qué forma necesito aquí para que esto funcione de esta manera?», reflexiona Marisa Sáenz Guerra, arquitecta e hija del matrimonio formado por Sáenz de Oiza y Felisa Guerra. En el estudio que durante décadas ocupó su progenitor en la calle del General Arrando, en Chamberí, recibe a ABC en compañía de dos de sus seis hermanos: Vicente, también arquitecto, y José, ingeniero agrónomo y gestor de la cuenta de Instagram @oiza_biblioteca_subrayada, donde publica las anotaciones que a lo largo de su vida fue dejando Sáenz de Oiza en los márgenes de los libros que leyó y en las fichas que rellenó, clasificó y guardó. Trazó el camino de su pensamiento en miles de apuntes, que, en un orden cronológico, revelan la evolución de sus ideas sobre el diseño, la enseñanza, el arte, la sociedad, la naturaleza, los clásicos...
En el estudio se muestran fotografías, tablas de cálculo, maquetas, planos, axonometrías o alzados de sus proyectos por toda la geografía española. Sin embargo, nos fijamos en las obras madrileñas: las de juventud, centradas en la vivienda social, y también en las más célebres. El bloque de viviendas de la calle Fernando el Católico, el poblado de Fuencarral, las colonias de Puerta del Ángel y Nuestra Señora de Lourdes, la Capilla de Santa María del Pozo, en Entrevías; la torre BBVA, en plena Castellana; el polémico Ruedo de la M-30, en Moratalaz, donde se realojaron las familias del poblado chabolista del Pozo del Huevo... Y, sobre todo, Torres Blancas, en Avenida de América, que para los amantes de la arquitectura es la comunidad de vecinos más fascinante de la capital. Un edificio de hechuras brutalistas, zonas comunes de lo más yeyé y cuyas formas orgánicas y redondeadas conectan con el colegio Nuestra Señora de Lourdes: más allá de la disparidad de los barrios de Batán y Prosperidad, del precio del metro cuadrado o de los materiales y las soluciones constructivas, Torres Blancas no se entiende sin Nuestra Señor a de Lourdes. La planta del colegio ya anticipaba la corona de la torre. Dos maneras de recrear la 'casa-patio, que, según Marisa, siempre buscó Sáenz de Oiza.
«Estaría bien saber qué estaba leyendo nuestro padre cuando proyectó Torres Blancas», comenta José a propósito de la tarea de reorganizar una biblioteca cuyo orden fue cambiado hasta en cuatro ocasiones. En Torres Blancas, encargo del constructor Juan Huarte y finalizado en 1969, Sáenz de Oiza y Felisa se instalaron con su numerosa prole. En los 81 metros de altura de este edificio hay tres tipos de apartamentos: los más pequeños, entre los 80 y los 100 metros cuadrados; los intermedios, de 200 metros; y los dúplex de 400 metros cuadrados, cuyo valor, según mercado, alcanzan los 3,8 millones de euros.
En uno de esos dúplex, en las plantas 10 y 11, nos recibe Antonio Mora, co-fundador con Eduardo Tazón del estudio de arquitectura Noju. Han hecho una reforma en la que se han eliminado las «intervenciones de otros propietarios con familias grandes y con la que rendimos homenaje a las ideas originales de Sáenz de Oiza. Por ejemplo, recuperar la terraza, su energía como espacio exterior, para que sea el corazón de la casa. Se trata de potenciar esa lectura de la 'casa-patio', de 'chalets en el cielo'», explica Antonio. Y contradice la leyenda urbana de que las paredes curvas de Torres Blancas impiden amueblar los pisos con cordura: «No es cierto, hay esquinas y paredes rectas donde son necesarias». Ese mismo desmentido lo comparten los hijos del arquitecto.
El estudio en la cabeza
«Nuestro padre tuvo estudio en todas su casas, en San Francisco de Sales, Puerta del Ángel, Torres Blancas, Núñez de Balboa... Pero cuando le preguntaban, decía que el estudio lo tenía en la cabeza», explica Vicente Sáenz de Oiza. Y menciona «su profundo respeto y admiración por todos los que participaban en una obra, del carpintero al que ponía los ladrillos». Además, subraya su autoexigencia: «Se medía con los mejores de la historia y competía consigo mismo. Tenía una moral férrea, una seriedad inquebrantable, en el sentido del orden y la integridad». ¿Le gustaba Madrid? «Le gustaba la ciudad. Decía que es el mejor invento del hombre, que la gente del campo iba a la ciudad en busca de libertad», añade Marisa.
A propósito de la conservación de la obra de Sáenz de Oiza en Madrid, el arquitecto Emilio Orduña, quien organiza recorridos por la capital, señala que «la vivienda social, al ser menos conocida y estar habitada por personas que tienen que resolver sus propios asuntos cotidianos, no siempre se toma en consideración la idea original a la hora de intervenirla». Mantenimiento deficiente, modificaciones en las carpinterías, deterioro de las fachadas... Son las heridas abiertas en el legado urbano de Francisco Javier Sáenz de Oiza. Y para cerrarlas, al menos en la colonia de Lourdes-Batán, un grupo de vecinos se ha constituido como asociación para «regenerar el barrio», explica Rocío Gutierrez. «Que siga manteniendo el espíritu de Oiza, de tránsito, de juego, de vida.»
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