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El día a día de los bomberos de Madrid: «En el Parque somos como una familia»

ABC visita el mayor Parque de Bomberos de la Villa, el de Manuel Becerra, para conocer de primera mano la vida de los hombres más valientes de la ciudad

Un joven bombero realiza maniobras en el patio del Parque 2 del Ayuntamiento de Madrid Vídeo: Camila Alvarenga|Fotos: Guillermo Navarro

Jorge Dastis

Siempre se ha dicho que los bomberos son las personas más valientes del mundo. Habrá quien lo discuta, pero lo cierto es que cuando parpadean las luces de emergencia y suena el aviso por megafonía, ninguno sabe a qué se va a enfrentar . Puede ser un accidente de tráfico. Alguien atrapado en un ascensor. Un incendio en una vivienda... Sea lo que sea , ellos se ponen en marcha sin perder un segundo, dejan lo que están haciendo y corren por el patio hacia los camiones; sus botas están siempre preparadas, los pantalones atados alrededor de los tobillos para no perder ni un segundo. Viven en un estado de perpetua vigilancia del que muchas veces les cuesta desprenderse cuando salen de trabajar. «Es cierto que hay días que estás en el supermercado y llaman a una cajera, escuchas el "ding-dong" en la megafonía y te alteras», dice Hugo, jefe de grupo en el Parque 2. Otras veces es el parpadeo de una bombilla en mitad de la noche, que le hace levantarse sobresaltado. Pero la mayoría coincide en que, a pesar de todo, no lo cambiarían por nada. «Nos sentimos muy orgullosos de lo que hacemos», repiten muchos: «Esto es como una familia ».

El Parque de Bomberos 2 del Ayuntamiento de Madrid , en la calle de Rufino Blanco (muy cerca de la plaza de Manuel Becerra), es el más grande de la ciudad y el que más salidas hace: el año pasado fueron 4.300 intervenciones , 500 más que el siguiente en la lista. En su interior alojan 25 vehículos, y siempre hay de guardia entre 25 y 30 bomberos. Son algo así como el centro neurálgico de todos los Parques del Ayuntamiento, y cuando se trata de prestar apoyo en una situación complicada , ellos son los primeros a los que llaman. Comparten espacio, además, con las oficinas del Cisem, el Centro Integrado de Seguridad y Emergencias de Madrid . En su enorme sala se juntan agentes de la Policía Municipal, bomberos del Ayuntamiento y efectivos del Samur, que dan apoyo logístico y coordinan la respuesta de la ciudad ante las emergencias. «Como ellos mismos son bomberos (que ya no pueden salir por alguna lesión o por la edad) son los que mejor saben qué preguntar y los medios que vamos a necesitar» explica Ricardo Jiménez, oficial del Parque.

Imagen justo antes de una salida, con los uniformes ya preparados

La vida aquí empieza temprano, entre las ocho y media y las nueve menos cuarto de la mañana, cuando llegan los compañeros que van a hacer el turno y relevan a los del día anterior. Ahora, como es verano y falta personal, trabajan 24 horas y libran 48 . Durante el resto del año los turnos suelen ser más amables. Una vez se hace el relevo empiezan con la revisión del material: se inspeccionan todos los vehículos y se prueban algunos de los equipos. «Al haber una constante renovación de las herramientas, es importante que las estemos usando constantemente para hacernos a ellas», explica Hugo, el jefe de grupo . También gestionan entre ellos las comidas y cenas del día, que suelen hacer juntos: se organizan en equipos y unos se encargan de hacer la compra, otros de cocinar, otros friegan... Normalmente los roles están bastante definidos. Este sistema de autogestión, que ellos llaman «trust», es igual en toda España. Cuando todo está preparado y revisado, quedan ya pendientes de las luces de emergencia, repartidas por todo el complejo, que les avisan cuando tienen que hacer alguna salida. Una tabla con imanes intercambiables, que ellos mismos organizan, les informa desde el primer momento de la composición de los grupos del día y de quiénes tienen que salir en caso de alerta . Así, cuando la luz finalmente se enciende, la respuesta es prácticamente automática.

En 40 segundos

Es realmente sorprendente la rapidez con la que los bomberos se ponen en marcha. Un ejemplo: son las 12.17 del mediodía, y la gente se está preparando para la comida . Algunos hacen ejercicio en el gimnasio, otros están con maniobras... De repente Hugo, sin previo aviso, casi sin inmutarse, interrumpe su conversación con ABC («hay salida», masculla), y se apresura hacia la zona de camiones. Como jefe de grupo, sabe que será el primero en salir. Entonces empieza a sonar el anuncio, y los demás corren por el patio, algunos todavía sin vestir. En menos de 40 segundos ya están fuera.

Aunque la emergencia no era nada serio (un pequeño fuego en un contenedor), la respuesta siempre es la misma , en cualquier caso. «Al final son tantas salidas que ya te acostumbras, pero esa adrenalina cuando ves la lucecita y no sabes qué te va a tocar nunca se pierde», confiesa Hugo. Otro bombero, Jesús, que lleva 25 años en el Parque, admite que la impresión de ver accidentes y sangre se olvida pronto. «En lo que nos fijamos no es tanto en eso, sino que miramos la situación y pensamos: ¿qué podemos hacer para ayudar?» explica.

La mayoría entiende que su principal trabajo es proteger a la gente . «Cuando llaman es porque están en una situación de necesidad, porque necesitan ayuda, y para nosotros es un orgullo poder darles esa ayuda», explica Jesús. Uno de los momentos en los que más cerca lo sienten es cuando los colegios de la zona traen a los chavales para que visiten el sitio. En el comedor tienen un corcho lleno de fotografías en el que sobresalen de vez en cuando pequeños dibujos y mensajes escritos por los estudiantes .

Fotografías que recuerdan a las otras promociones que han pasado por el Parque

Por todo el Parque hay fotografías y recuerdos de las diferentes promociones que han pasado por aquí. Imágenes antiguas que muestran hazañas casi sobrehumanas de fuerza y equilibrio. Algunas herramientas, ya obsoletas, que sus predecesores solían llevar consigo en las salidas. Y en una esquina, un pequeño memorial que recuerda a los fallecidos en el incendio de los Almacenes Arias del año 87. Celestino, cuyo padre fue también bombero (de hecho, aparece en algunas de esas fotografías) explica cómo en todo el edificio se respira un aire de pertenencia, de comunidad . «No somos como una familia, somos más que una familia», asegura. Cuando hay algún problema, en seguida lo hablan con sus compañeros, y entre ellos hacen «mucha terapia». Además, como la mayoría son deportistas, es habitual que se vean después del trabajo para hacer alguna ruta en bici o ir a esquiar. Celestino se alegra de que juntos mantengan algo que, según dice, se está perdiendo en la vida de ahí fuera: apoyarse los unos en los otros.

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